De Sumeria al Museo de Irak pasando por el 11-S
Un equipo arqueológico de Harvard publica su trabajo con decenas de artefactos que sobrevivieron a la caída de las Torres
El 11 de septiembre de 2001 los bomberos de Nueva York tenían cosas mucho más importantes que hacer que preocuparse por unas cuantas cajas almacenadas en el depósito de la Aduana en Nueva York. Ese lugar, el edificio 6 del World Trade Center, quedó destruido por la caída de las dos torres, y su sótano inundado de agua.
Cuatro semanas después, el desescombro llegó a ese edificio 6 y se recuperaron varias cajas de cartón llenas de piezas embaladas en plástico de burbujas. Eran 362 artefactos arqueológicos que las autoridades estadounidenses habían requisado meses antes en el aeropuerto de Newark. ¿De dónde venían esas 362 piezas?
Según publicaron en su día los medios estadounidenses, el servicio de aduanas investigaba una red que traía objetos expoliados de yacimientos en Oriente Próximo y que luego vendía a través de una casa de subastas en Manhattan. En un principio pensaron que el material incautado en aquella ocasión habían sido sacados de Siria. Pero los expertos que lo evaluaron vieron que su origen era Irak y provenían de la Tercera Dinastía de Ur, lo que arrojaba una antigüedad de 4.000 años.
A la espera de poder ser estudiados y devueltos, estaban almacenados en ese sótano de la Gran Manzana cuando como meros testigos, la historia de la humanidad pasaba por segunda vez ante ellos. El Departamento de Estado buscaba la manera de que volvieran a su legítimo propietario, el pueblo de Irak. Pero por aquel entonces el gobierno Bush había empezado a tejer la campaña contra Saddam, que desembocaría en la ocupación de 2003, y ese no era el mejor contexto para una entrega de expolios arqueológicos.
El caso es que el agua bajo la que quedaron sumergidos los artefactos había dañado muchas de las piezas, tablillas cuneiformes cocidas a baja temperatura y que absorbieron el líquido, sin defensa posible. El contraste posterior al secarse llevó a que muchas tablillas se quebraran; pero no era el único enemigo para su conservación. Las sales minerales disueltas en el agua habían quedado sobre las piezas, y provocaban un constante proceso de deterioro.
Tan insospechado depositario como parece el Departamento de Estado, empezó a indagar sobre en manos de quienes podía poner estas piezas. No fue hasta 2007 cuando finalmente los arqueólogos Dennis y Jane Pichota, conservadores de la colección de tablillas cuneiformes del Museo Semita de la Universidad de Harvard, se hicieron cargo de este legado.
El proceso iniciado a partir de ahí, que incluye la documentación, catalogación, fotografiado y restauración de gran parte del conjunto es objeto de la obra publicada este abril por Benjamin Studevent-Hickman, experto en civilizaciones de la Antigua Mesopotámia en Harvard.
La obra recoge fotos del estado en que quedaron las tablillas de barro a consecuencia de los ataques del 11-S y su posterior preservación mediante una técnica de nueva cocción para fortalecerlas y poder eliminar las sales minerales que estaban erosionándolas.
Finalmente en 2010 toda la colección fue entregada a las nuevas autoridades iraquíes en la embajada en Washington y meses después llegaban al Museo de Irak, en Baghdad, donde descansan tras este periplo cerca de donde hace 4.000 años fueron escritas.