Internacional
Incendios en grecia

Un fuego que destruye memorias de toda una vida y comunidades enteras

Los vecinos de Mati vuelven a sus casas, muchas veces meros muros desnudos y ennegrecidos por el fuego, para recuperar recuerdos de toda una vida

Un hombre besa a su hermana mientras un ramo de flores yace en el lugar donde un bebé de seis meses perdió la vida tras el incendio forestal de Mati, al noreste de Atenas (Grecia). / YANNIS KOLESIDIS EFE

Grecia

La estructura de la casa de Klelia está bien, pero dentro todo es un amasijo de trastos ennegrecidos. El día del incendio, cuando vió acercarse el fuego, pensó que dispondría de al menos cinco miutos para recoger unas cuantas cosas de su hija pequeña antes de marcharse. Las llamas que avanzaban por el pinar que rodea su casa no le dieron ese tiempo, y unos pocos minutos pudieron costarle la vida. Ahora está recopilando unas cuantas cosas de valor antes de marcharse a su casa de Atenas, porque aunque entera, la casa es inhabitable por el momento. "La pediatra de mi hija me ha dicho que este sitio es muy tóxico ahora mismo y que no puede estar aquí", nos explica.

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La casa de Kleia está construida en una finca familiar, junto a la de tios o hermanos, algo muy habitual en Grecia. "Nuestra casa no está del todo arruinada, pero todos mis tios, que la tienen al lado, si las han perdido. Estamos aquí desde los 60, cuando mi abuelo compró la finca. Es un mazazo porque toda nuestra memoria de la infancia se ha perdido con esto".

Con más de 80 muertos, muchos desaparecidos y heridos, cualquier lamento por la pérdida de lo material pasa a segundo plano. Pero de vez en cuando se pasa junto a una casa a la que acaba de volver una familia que llora viendo en qué ha quedado convertida la residencia. Te hablan con la mirada perdida y a veces se les escapa un sollozo.

A unos kilómetros en el interior, pasamos por una zona de largas calles rectas con fincas grandes, también rodeadas de pinos. La imagen es tétrica, porque apenas nada ha sobrevivido y parece un escenario bélico. Entramos a la casa de la familia de Jana, una adolescente que nos atiende porque es la única de la familia que habla inglés. "Todo lo que teníamos estaba aquí. Y tuvimos que salir corriendo", se lamenta, recordando el momento en que se marcharon. "Nadie esperaba que el fuego llegara aquí, hasta que la gente empezó a gritar que corriéramos si no queríamos quemarnos. Veíamos el humo a lo lejos. Y de repente las llamas. Cogimos los pasaportes y nos fuimos corriendo en coche al puerto de Nea Macri".

De las familias con las que tenían una relación muy estrecha, ha muerto una persona y otra está en el hospital con quemaduras graves. "Es muy duro, porque no sólo nosotros hemos perdido la casa, más de 2.000 familias también. Y ha muerto gente. Aquí no hay un lugar en que quedarse; vamos a tener que ir a otra ciudad y eso es duro, porque esta es nuestra comunidad, porque aquí estabamos rehaciendo nuestra vida".

Los problemas para reconstruir se entremezclan con aquellos que han facilitado esta catástrofe: casas sin licencia urbanística, barrios sin planificación oficial hechos a retazos. El gobierno promete ayudas directas y exenciones fiscales. Pero los procesos administrativos son lentos. "Con todo lo que hemos visto, ya no esperamos nada" dice Jana.

Al final de la calle empieza un complejo militar que ha quedado intacto. "Pensabmos que aquí estaríamos seguros teniendo esas instalciones cerca. Pero nadie vino ni siquiera a intentar parar las llamas".

En un barrio en que varias casas han quedado enteras, un paramédico reparte mascarillas de humo y suero para los ojos. "La gente no se da cuenta, pero esto está lleno de sustancias muy tóxicas" (solo pansado unas horas allí los ojos enrojecen y la garganta se irrita, entran nauseas, dolor de cabeza). De repente se calla y mirando al finito dice: "Esto es horrible".

De vez en cuando pasa un camión de bomberos, que para a refrescar algún rescoldo. O se ve a un grupo de cuatro o cinco efectivos caminar, casa por casa, revisando su interior por si hubiera alguna víctima. En los muros o las verjas se pintan con espray unos números, con los que funcionarios del gobierno clasifican aquellas en ruina total, aquellas con daños importantes y aquellas en buenas condiciones.

En un parque oimos el maullido de un gato. Tras buscar durante minutos, lo encontramos encaramado a lo alto de un pino, aún verde, pero junto a una casa derruida. Sale una familia que también sigue la señal gatuna. "¿Le ve?" preguntan. "Si, en lo alto del arbol", intentamos indicarles. "¿Cómo es?" Grande, blanco y gris. Manos a la cabeza, lágrimas, alegría... "Lukuma, Lukuma... es Lukuma!". Han perdido su casa, pero acaban de tener una buena noticia que nos agradecen. y les dejamos mientras intentan dar con una escalera para rescatar su gato lUkuma de lo alto del arbol.

 
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