Ocio y cultura

Alberto Cortés, el performer que usa lenguaje de bar

Cortés estrena en el Festival de Otoño su pieza 'Masacre en Nebraska', construida a partir de los recuerdos de diez espectadores y contada como se cuentan las historias en la barra de un bar

Imagen de 'Masacre en Nebraska'. Festival de Otoño

Madrid

Alberto Cortés (Málaga, 1983) es director, dramaturgo y performer. Vive y trabaja en Sevilla. Es licenciado en Historia del Arte y fue uno de los fundadores del Festival de Teatro Alternativo El Quirófano y del proyecto de piezas cortas Escena Bruta, en su Málaga natal, donde actualmente forma parte del proyecto de mediación escénica Territorio Expansivo. Es autor de las piezas Sanctify the Parties, Historia de Mikoto y Viva la guerra. Este martes estrena en los Teatros del Canal, dentro del Festival de Otoño, su último trabajo, Masacre en Nebraska, una historia construida a partir de los recuerdos y experiencias de diez espectadores, contada como se cuentan las historias en la barra de un bar.

"Estamos muy acostumbrados en nuestra profesión a aceptar y recoger la conversación de bar y yo quería reflejar eso que pasa después de una función, darle otro foco", explica Alberto Cortés horas antes de estrenar 'Masacre en Nebraska'. Y, nada más empezar la conversación, aparece Jan Fabre como gran inspirador de este montaje: "Yo no vi el Mount Olympus de Fabre y todo mi entorno la había visto, todos me contaban la obra y en mi cabeza era mucho mejor que la real. Y yo ya no he querido verla porque tengo un imaginario en mi cabeza que es insuperable. Fabre tuvo mucho ver con esta pieza. La fuerza de la narrativa y la oralidad supera cualquier expectativa, cualquier pieza".

Masacre en Nebraska habla acerca de quién construye el relato, "y sobre todo cómo se manipula el relato. Creo que todo forma parte de una especie de mejunje donde la realidad y la ficción no tienen un carácter definido y para nosotros parece a veces que el Mount Olympus de Fabre y el 11-M están en el mismo plano; hay una cosa en el relato que lo aplasta todo, lo homogeneiza y crea una distancia de irrealidad". Cortés reflexiona en su obra acerca de "cómo el relato pasa de un cuerpo a otro, porque yo estoy seguro de que lo que me han contado de la obra de Fabre no es así, y de hecho me han contado la misma escena de manera diferente. Hay una idealización del recuerdo y está la deformación del relato, cómo se atrapa la verdad en el relato es muy difícil".

Cortés sube al escenario a 10 espectadores con los que ha estado trabajando 8 días previos al estreno: "hablamos mucho con ellos, les preguntamos y generamos la pieza en ese proceso". Son espectadores habituales de teatro, que han respondido a una convocatoria realizada por los Teatros del Canal. "El juego de la pieza", cuenta su director, gira en torno a "qué llamamos ficción y a qué llamamos realidad; nosotros jugamos a recordar una pieza imaginaria llamada Masacre en Nebraska, jugamos a pensar que es una pieza que marcó a Madrid y a toda una generación y recordamos escenas de esa obra".

Además de dirigir la pieza, Cortés también se sube al escenario con las bailarinas Andrea Quintana y Rebeca Carrera, junto a esos diez espectadores que, además de esos recuerdos imaginados sobre esa obra imaginaria, aportan también historias de su ciudad: "desde el entierro de Tierno Galván, el Orgullo, la iglesia de San Antón, el oso y el madroño, las colas de la lotería, el tránsito de la gente en Navidad, historias que ellos han querido compartir...".

Sobre el título de la obra, Cortés confiesa que la palabra masacre "tenía mucha sonoridad, es muy peliculera, me crea una imagen, es muy cinematográfico y muy pantallero llamar a algo Masacre en Nebraska (risas), es muy rimbombante, había una cosa ahí muy poderosa. Y la idea de masacre me gusta porque en escena lo estamos masacrando todo, nos cargamos la ficción, estamos reventando las escenas, cómo fueron las obras, los relatos, las historias, y realmente ocurre una masacre que pasa por nuestros cuerpos, por nuestra forma de contar, que destroza cómo fue la obra realmente... o la mejora, por qué no".

Hace unos días circuló en redes sociales una imagen (real o montaje, no lo sabemos) del concurso televisivo 'La ruleta de la suerte', en la que aparecía en pantalla la definición de performance como "actuación extraña en la que aplaudes sin entender". Cortés se aleja de ese cliché y dice entender su trabajo como una manera de "provocar encuentros, de plantarte cara a cara con el público y compartir el mismo espacio y poder contar o hacer algo con ellos. Pienso mucho en la palabra cita, hemos citado a un grupo de personas para vernos y qué haces con ese tiempo y el poder que te da el escenario: ¿lo cedes, lo compartes, nos damos la mano o te coloco para que me veas por una mirilla? Cada vez me importa menos la mirilla, lo de voy a contarte una historia para que tú me escuches, y cada vez me importa más el encuentro y la cita. Y esta pieza también es una reflexión sobre eso, sobre si ya se han acabado las historias o si necesitamos otros puntos de encuentro".

Le pregunto si se siente respaldado, apoyado, si ha encontrado su lugar. "No es fácil, hay pocos lugares y espacios en este país cuando quieres plantear algo más personal, tampoco quiero decir que seamos los más vanguardistas, pero cuando no tienes un gran nombre aún, es muy difícil". Le digo a Cortés que se le vende como 'performer de gran proyección': "Yo he sido artista emergente diez años, luego enfant terrible y ahora tengo proyección de futuro, pero se queda en la etiqueta, no va más allá". Y no va más allá porque, aunque Cortés dice que puede vivir de su trabajo, lo hace desde el sur, desde eso que llamamos periferia: "soy malagueño, vivo en Sevilla, amo el sur y quiero vivir allí, porque pertenece a lo que soy, pero quizá encuentres menos contextos de apoyo que si te vas más arriba; aunque creo que no es tanto así porque ahora todo es periferia. Yo siempre trabajo desde ahí, pero no porque te vayas al centro hay mucho más. Los espacios son reducidos y en malas condiciones, son contados y siguen faltando espacios de apoyo, de escucha".

Aunque trabaja con un equipo más o menos estable en sus obras, Cortés explica que no tiene compañía y tampoco "tenemos un equipo de distribución, yo me distribuyo a mí mismo y lo hago con mucha torpeza y como puedo, estoy aquí porque alguien me vio". Para el director malagueño, estrenar en el Festival de Otoño, "es casi como un comienzo, como un escaparate". Cortés explica que esta es la primera vez que estrena en Madrid una pieza con el respaldo de un teatro o un festival, así que lo considera "un punto de inflexión personal, más allá de lo que pase después".

Después de verse en Madrid, Masacre en Nebraska viajará a Barcelona a principios del próximo año y seguirá allí el mismo proceso, con la participación de espectadores de la ciudad.

 
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