Ruth Bader Ginsburg, la heroína del Supremo
Referente del feminismo e icono de las nuevas generaciones, medio país reza para que la octogenaria juez del Tribunal Supremo sobreviva a Trump
Washington
El dique de contención legal a las políticas más conservadoras de Donald Trump tiene 85 años. Con millones de ciudadanos en estado de shock desde que el magnate se hiciera con la presidencia, y con los demócratas todavía sin candidato para las elecciones de 2020, medio Estados Unidos cruza los dedos por la salud de la jueza más veterana del Tribunal Supremo, Ruth Bader Ginsburg.
Referente histórico de la lucha legal por la igualdad de la mujer, y nominada por Bill Clinton en 1993, es una figura de culto, también entre los jóvenes. Su cara se ve en camisetas, tatuajes, pines y todo tipo de mercadotecnia. Además, este año se ha presentado un documental, una película y un libro sobre su trayectoria. Menuda, su figura ha crecido este año en relevancia por mor de los acontecimientos.
Donald Trump se terminará yendo. Si nada se interpone en los ciclos políticos, tan pronto como en 2020 o como tarde en 2024. La sociedad tendrá mucho trabajo por delante para sanar las brechas reabiertas en el país durante su mandato. Con su retórica populista e incorrección diplomática, Trump ha sido la sal sobre las heridas históricas de Estados Unidos.
Ruth Bader Ginsburg, la heroína del Supremo ante Trump
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Se irá, pero la sombra puede alargarse décadas. Muchas de sus decisiones, amparadas por un Partido Republicano sin apenas disidentes, podrán enmendarse en posteriores legislaturas. Sin embargo, uno de los mayores legados de Donald Trump amenaza con ser el retroceso en derechos que tanto costaron conseguir. Para ello, el presidente quiere legar un Tribunal Supremo con una mayoría reforzada de jueces conservadores y “pro-vida”, tal y como prometió durante la campaña electoral.
En menos de dos años, Donald Trump ha podido situar a dos de su elección en el Supremo, la máxima institución judicial del país y responsable de interpretar la Constitución. El último de ellos, Brett Kavanaugh, cuyo proceso de confirmación en el Senado mantuvo en vilo al país durante días. Las acusaciones de presuntos abusos sexuales durante su etapa académica, unido a la discutible (y televisada) gestión política de las mismas, excitaron hasta límites casi insoportables las tensiones de la sociedad.
Kavanaugh fue confirmado en Washington DC el sábado 6 de octubre. En los alrededores del Capitolio y del Tribunal Supremo, los pocos seguidores de Trump que se atrevieron a asomar en la protesta anti-Kavanaugh restregaban su alegría a los miles de manifestantes, la mayoría mujeres, que durante días habían protestado y presionado a los senadores para evitar la confirmación. Probablemente sea injusto definirlo así, pero algunos lo vieron como la primera gran derrota del feminismo desde la explosión del movimiento #MeToo. Trump llegó a mofarse de Christine Blasey Ford, la única presunta víctima que prestó testimonio ante el Senado.
Los rostros de muchas manifestantes mostraban cansancio, decepción y preocupación aquella tarde gris del otoño. La entrada de Brett Kavanaugh en el Supremo no altera en esencia la composición ideológica del tribunal, aunque aparentemente escora más a la derecha al bando conservador, que mantiene un liderazgo de 5 a 4 respecto a los jueces progresistas (con todas las cautelas respecto a categorizaciones de este tipo). Lo más preocupante para quienes se manifestaban no es solo que a Trump le quedan entre dos y seis años de gobierno, sino que hay posibilidades reales de que el presidente coloque más jueces en el Supremo con una agenda ultraconservadora.
Sus opciones pasan fundamentalmente por la retirada de Ruth Bader Ginsburg. Si el mandato de Trump acaba en 2020, es posible que la octogenaria jueza aguante, pero no está tan claro si se prolongase cuatro años más. Tras superar hasta en dos ocasiones un cáncer, este año se rompió tres costillas en una caída y hace apenas unos días le extirparon dos nódulos cancerosos. Algunos le criticaron no aprovechar el mandato de Barack Obama para retirarse y permitir que el presidente nombrara un juez progresista. Como no hay vuelta atrás, hay hasta quien le ofrece sus costillas a cambio de que siga trabajando. Todo por evitar que la sombra de Trump sea una larga noche para los derechos de la mujer en Estados Unidos.