Internacional
2018 en ocho historias feministas

Las empleadas domésticas en Líbano desafían el sistema

De víctimas a activistas

Imagen de la campaña en Facebook para denunciar abusos a trabajadoras del hogar / This is Lebanon

Beirut

Llamadas, mensajes, fotos, notas de voz... el móvil de Tania no deja de sonar, de día y de noche, con peticiones de ayuda y consejo. A veces también de socorro. Tania es srilankesa y llegó en 1992 en Líbano. Hoy, a sus casi cincuenta años, se ha convertido en uno de los referentes para sus connacionales que viven en el país.

La mayoría de ellos son mujeres que trabajan como empleadas domésticas, un sector donde son habituales los abusos y los maltratos. Tania los sufrió en sus carnes. Llegó en Líbano engañada con una promesa de riqueza y trabajo digno. Pero se encontró con un país que apenas resurgía de una larga guerra civil (1975-1990), y donde las trabajadoras emigradas eran poco más que un objeto de propiedad.No conocíamos cuales eran nuestros derechos... si estábamos en el bus pero se subía algún libanés, teníamos que levantarnos. Eramos esclavas, como si lo lleváramos escrito en la espalda. Muchas chicas sufrían accidentes. Tiraban sus cadáveres en cualquier lado. Muchas desaparecieron como animales”, recuerda. Aún así, ella tuvo suerte. Fue vendida a una señora, que la acogió bien. Ahora sigue trabajando con su nieta.

Pero casi tres décadas después, los abusos contra estas trabajadoras continúan: impago del salario, encierro forzado, negación de tiempo libre, maltratos físicos o agresiones sexuales. Son algunos de los más frecuentes que recoge la web This is Lebanon. Esta iniciativa, con más de 30.000 seguidores en Facebook denuncia públicamente a los empleadores que abusan de sus asalariadas. Atacándoles donde más les duele, la reputación, logra romper impunidades.

De víctimas a activistas: las empleadas domésticas en Líbano desafían el sistema

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Manifestación en apoyo a las trabajadoras del hogar en Líbano / This is Lebanon

Sin embargo, los casos que salen a la luz son una gota en un océano. En Líbano, hay 250.000 empleadas domésticas de 17 nacionalidades distintas. Las principales: filipinas, etíopes, srilankesas o bengalíes. Una fuerza laboral que en Oriente Medio suma casi dos millones y medio de personas.

Todas se rigen por un sistema conocido como Kafala, basado en la esponsorización de las trabajadoras por parte de sus empleadores. De esta manera, estos adquieren un poder casi absoluto sobre sus asalariadas, perpetuando -según denuncian las activistas- una forma de esclavitud moderna. Lo asegura Rafah Dandash, miembro del Migrant Community Center, un espacio de encuentro para migrantes en Beirut: “Las personas quedan atrapadas en este sistema por el cual, una vez estás aquí para trabajar como empleada doméstica, quedas reducida a este rol. No importan tus sueños, tus esperanzas o tus estudios... nada cuenta, solo eres una empleada doméstica”.

Los factores que hacen a estas trabajadoras más vulnerables a abusos y maltratos son varias. Las detalla Zeina Mezher, coordinadora nacional de proyectos de la Organización Internacional del Trabajo (ILO), que ha dado apoyo a este colectivo: “hay la dimensión de género, discriminación socio-económica, diversidad cultural y racial, aislamiento del lugar de trabajo -se desarrolla tras los muros de las casas-, así como el marco legal. Se dan también practicas de reclutamiento injustas, que a menudo ponen presión sobre las trabajadoras para que se queden en relaciones laborales abusivos. Y sobretodo, hay el sistema de esponsorización, que limita las posibilidades de las trabajadoras para dimitir”. En la región, las empleadas del hogar no pueden dejar su trabajo: “huyen”, convirtiéndose en ilegales.

Como consecuencia, en Líbano, mueren de media dos empleadas domésticas a la semana, la mayoría por supuestos suicidios o en circunstancias poco claras.

Por ello, activistas veteranas como Tania, decidieron crear redes y organizaciones que rompieran este aislamiento. En un inicio, la prioridad era generar espacios de socialización. “La gente sufre mucho, no se relaja, así que había que crear lugares donde poder bailar, divertirse... Algunas comunidades hacen teatro, montan espectáculos...”, explica la srilankesa. Pero también había que dar a las mujeres oportunidades de formación. Como las del Migrant Community Center, dónde se ofrecen cursos de idiomas y de capacitación. El objetivo, lo tenía muy claro Tania, quien es secretaria de la junta directiva: “tenemos que salir de esta vida, y para ello necesitamos conocimiento y habilidades. (…) estas mujeres mandan todo el dinero a sus familias. Así que cuando vuelven allí, no tienen nada. Y la única solución es regresar a esta vida. Hay que parar esto”.

Incluso intentaron -y estuvieron cerca- de montar un sindicato. Al final, el gobierno lo declaró ilegal porque, como explica Zeina Mezher de ILO, “las empleadas domésticas están excluidas del Código Laboral. Esta exclusión es un factor clave contra el reconocimiento de esta fuerza laboral como trabajadoras (…) y su capacidad de organizarse”. Sin embargo, el esfuerzo no fue en vano: no sólo se formó políticamente a una generación de empleadas sobre sus derechos, sino que se crearon comités para apoyarse mútuamente -en la mayoría de casos determinados por comunidades nacionales-.

Cada vez que reciben un mensaje de socorro, las llamadas líderes comunitarias -como Tania- corren al rescate. Muchas veces, pidiendo ayuda a sus respectivas embajadas, pero en casos extremos, se ha llegado a hacer escraches bajo las casas de los abusadores. En este sentido, las redes sociales e internet han contribuido a la mejora de las condiciones de vida de las trabajadoras, que cuentan ahora con una herramienta de comunicación con el mundo. Por eso, muchos empleadores, aparte de quitarles el pasaporte cuando llegan al país, las dejan sin teléfono.

El desafío de estas activistas al sistema no ha sido indoloro. Varias compañeras de Tania han sido arrestadas y expulsadas del país, o invitadas a irse. Tania sabe que puede ser la siguiente

 
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