Barceló y el arte como gesto político
Barcas como pateras, mediterráneo oscuro y pulpos son protagonistas de la exposición madrileña de Miquel Barceló en la galería Elvira González
Son 29 obras sobre papel y cerámica realizadas en los dos últimos años de trabajo del artista que reviven su relación con la naturaleza y el mar
Madrid
"Cuando veo las pateras pienso que son mis amigos con los que he estado noches enteras, bebiendo cerves...". Lo repite seguro Miquel Barceló en la misma sala en la que lienzos de gran tamaño muestran la oscura noche de un oscuro mediterráneo, surcado por grandes barcas. Unas veces repletas. Otra, sin un alma.
Y no, no es que Barceló tenga la "pretensión de ilustrar la actualidad. Es que el arte ilumina de otra manera y logra que la veas diferente. Cuando pinté estos cuadros no pensé que eran pateras. Lo fui descubriendo después". Esa revelación, sin embargo, deriva de una creencia anterior, la de que "pintar es un gesto político y también una forma de resistencia". Y aun siendo político el arte, "yo no intento ofrecer sólo un nivel de lectura. Pero hay una muy obvia: una barca vacía y sin ancla es que algo muy malo ha sucedido", concluye.
Pero hay algo más porque “es fácil ver los paisajes como reflejos de estados de ánimo". Sus grandes cuadros (técnica mixta sobre lienzo) le parecen ahora "negros nubarrones...gente que va buscando algo mejor. Como negros nubarrones es, a nivel general, el panorama que describe la situación actual". Y como demostración añade "que hace 20 años estaba peor pero la percepción era entonces más optimista".
Negros nubarrones negros. Como los que cubrieron los cielos de las baleares que acabaron en inundaciones y muertos. Porque también el artista, a veces, “presiente la tragedia”.
Reconoce que lo que sucede le inquieta. Aquellos que arriesgan su vida "hacen lo que hemos otras veces antes nosotros. Hace unos milenios. Hace un siglo. Nuestros padres, nuestros abuelos lo han hecho. Y en todas partes en este planeta" asegura, para concluir que "la intolerancia que vivimos es muy preocupante. También porque es un síntoma".
Miquel Barceló ya no viaja a Malí, donde vivió y trabajó a lo largo de una treintena de años. Ha cerrado esa puerta desde que sus amigos le recordaron que cualquier hombre blanco es una más que posible y abundante “fuente de ingresos” para quien nada tiene que perder y poco para comer.
El pintor recuerda algo más que una anécdota: "Cuando hicimos Paso doble" con el bailarín y coreógrafo Joseph Nadj en mi pueblo de Mali, como una manera de devolver todo lo que había logrado allí, tuvimos que llevar arcilla que no tuviera piedras desde Europa, que un camión lleno de arcilla europea atravesando el desierto es lo más estrambótico del mundo. Y me decían, si vienen a secuestrarnos y sólo encuentran arcilla, nos van a matar aquí mismo".
Media sonrisa en sus labios que se tensan cuando añade que "hubo un momento en el que todas las mezquitas pusieron altavoces muy potentes cerca de la base estadounidense instalada allá. Se notaba en el ambiente que aquello... Y justamente donde he vivido durante 30 años está en el punto en el que a unos pocos kilómetros el control está en manos de grupos islamistas de ahí. Asar al Din, Boko Haram, que son un poco chungos. Volví una vez más, pero ya muy "acojonado". Y mis amigos me han dicho que no me conviene regresar".
Ahora vive y trabaja a caballo entre Paris y Mallorca y cuando viene a Madrid se acerca al museo del Prado. "Un ratito. Y siempre descubro algo", concede. Le gusta el museo. Es más, desearía convertirse en el fantasma del Prado para que "me dejen pasear de noche, deambular solo". Y junto a ello, esbozando una pilla sonrisa, expresa un deseo que sabe imposible: "Yo creo que los muesos habría que ponerlos más caros. Es más (ríe) que dejen pasar solo a los pintores". "De Mallorca", especifica.
La exposición de la madrileña galería Elvira González ofrece cerámica, a la que dedica una tercera parte de su trabajo, y más pintura en la que los pulpos son protagonistas. Son animales que dejó de pescar y de comer hace ya tiempo y que le fascinan entre otras razones porque no se pueden criar en cautividad.
Y sobre todo, porque son como una metáfora perfecta de la pintura. "Antes decía que son como Solaris, un planeta que es como tú quieres. Como un pensamiento. Cambia de forma y de color en un nanosegundo. Tiene millones de células que cambian", dice antes de asegurar que le gustaría que su pintura fuera como los pulpos, “a veces lisos, a veces con arrugas, a veces, que dan miedo".
Javier Torres
Redactor de Política, trabaja en el Congreso y hace seguimiento de Vox. Anteriormente formó parte de...