La Historia nos recuerda los efectos del paro y la precariedad laboral
El paro y la precariedad podrían conllevar, también un panorama de desmembramiento social y psicológico como el del Marienthal (Austria) tras el crac del 29 y la Gran Depresión: se volvieron insolidarios e individualistas. Luego llegó el fascismo
Barcelona
En 1931, tres sociólogos fueron enviados por el Partido Socialdemócrata de Austria, que en aquella época lideraba Otto Bauer, a un pueblo cercano a Viena llamado Marienthal. Era una pequeña comunidad de 1.486 habitantes que había prosperado gracias a una fábrica de hilatura de lino de la que dependían en mayor o menor grado todos los vecinos. El crack del 1929 se hizo sentir en esta población con el cierre de su industria principal.
Cuando los investigadores tomaron contacto con la gente de Marienthal, el 75% de sus habitantes en edad de trabajar estaban desempleados y el 30% de las familias presentaban severas carencias materiales. La intención de los sociólogos (Paul Lazarsfeld, Marie Jahoda y Hans Zeisel) era realizar una observación participante en el pueblo para recoger datos y ver de qué manera afectaba el cese de la actividad laboral en la vida cotidiana y en la participación comunitaria de los vecinos.
Menos solidarios, más individualistas
Los resultados de la investigación, que fueron publicados en forma de libro al cabo de un tiempo, alumbraron algunas cuestiones sobre las que se tenían muchas dudas. Lejos de favorecer la solidaridad de los trabajadores ante una situación de precariedad, los investigadores constataron que se había incrementado el individualismo.
Por un tiempo, el club de fútbol dejó de funcionar, los préstamos en la biblioteca pública cayeron en picado y el interés por la prensa disminuyó. Incluso el ritmo de la vida se ralentizó.
Como demostraron los autores del estudio, la velocidad a la que se realizaban los desplazamientos a pie por la localidad disminuyó sensiblemente. En una sociedad donde el trabajo era el centro de la vida de las personas, carecer de él afectaba no sólo a los ingresos, y por tanto a la posibilidad de acceder a bienes y servicios necesarios para desarrollar un proyecto de vida digno, sino también al bienestar emocional y psíquico de los individuos. Por todo el mundo occidental había comunidades que, como Marienthal, tenían a la mayoría de sus habitantes en el paro o con trabajos muy precarios.
Los tiempos del paro masivo provocados por la crisis financiera de los años veinte dieron paso, después del fascismo y de la Segunda Guerra Mundial, a una nueva época de pleno empleo y de extensión de derechos y oportunidades laborales para la mayoría de los trabajadores occidentales.
Petróleo y neoliberalismo
A partir de 1973, con la crisis del petróleo y la resurrección de un dogmatismo liberal que predicaba la retirada del Estado de sectores en los que había influido decisivamente desde los años de la postguerra, este modelo entró en crisis. Las ideas neoliberales se transformaron en doctrina y posteriormente en ciencia económica que debía ser respetada escrupulosamente, de lo cual se encargaban organismos como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
En este nuevo escenario, el desempleo y el empleo precario volvieron a extenderse hasta convertirse en estructurales. Una vez más, resurgían los Marienthal, y ciudades como Detroit, en los Estados Unidos de América, que habían sido centros industriales de primer orden, se degradaban rápidamente, arrastrando a sectores sociales enteros.
Entrado el siglo XXI, el desarrollo tecnólogico alumbra un nuevo horizonte. El aprendizaje automático y la robótica suponen un cambio de paradigma que amenaza con forjar lo que el historiador israelí Yuval Noah Harari llama una “clase inútil”, es decir, una masa enorme de personas sin posibilidad alguna de obtener jamás un empleo remunerado.
La “clase inútil”
Un importante porcentaje de la humanidad podría ser expulsada del mercado de trabajo. Esta coyuntura suscita muchos interrogantes, especialmente en relación a aquellos sectores sociales más frágiles en términos de poder económico y político. Hay dos preguntas inevitables.
¿Cuáles serán los medios de subsistencia para esa masa enorme de desempleados sin posibilidad alguna de integrarse en el mercado laboral?
¿Qué protegerá a toda esa gente del deterioro físico y mental asociado a la falta de actividad laboral?
Ante este futuro sombrío, el propio Harari, igual que otros estudiosos, como la académica británica Selina Todd, propone un cambio radical en la cosmovisión social del trabajo. Una transformación que también debería ser educativa, política y económica.
La vida de las personas debería dotarse de otras prioridades en las que el trabajo destinado a enriquecer a otros, la esencia del actual sistema de libre mercado, deje de ser el eje central de nuestra existencia y se ofrezca seguridad económica y fuertes vínculos comunitarios. En nuestro planeta ya existen comunidades formadas por hombres y mujeres pobres que manifiestan ser felices en entornos caracterizados por la solidaridad y la cooperación.
Una situación bien diferente de la de los parados de Marienthal, personas abrumadas por una existencia a la que no encuentran sentido, en la medida que no tienen trabajo. El desarrollo tecnólogico, que amenaza con dejar sin empleo a media humanidad, podría, sin embargo, ayudar a configurar una sociedad en la que las relaciones humanas estuvieran por encima de las relaciones laborales.
No pensar en otras salidas alternativas a la destrucción masiva de puestos de trabajo podría conducir a lo que advertía en los años ochenta del siglo pasado Marie Jahoda, una de las sociólogas de Marienthal. Esta investigadora habló con algunos de los parados cincuenta años más tarde y éstos le dijeron, sin ningún tipo de remordimiento, que se alegraron de la invasión alemana de Austria y que, aún sin considerarse fascistas, se hubieran echado en brazos de cualquiera que les hubiera dado una esperanza.
Xavier Tornafoch Yuste, Profesor asociado Facultad de Educación, Traducción y Ciencias Humanas, Universitat de Vic – Universitat Central de Catalunya
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.