La vida con Lucio Muñoz y Amalia Avia
Rodrigo Muñoz Avia publica 'La casa de los pintores', un retrato personal de sus años de vida familiar
Madrid
"Hay padres que son algo más que padres". Y éste es el caso. Hablamos de Rodrigo Muñoz Avia, hijo de los artistas Lucio Muñoz y Amalia Avia, que acaba de publicar en Alfaguara La casa de los pintores, un retrato personal de los años de vida familiar, del arte como centro de todo, de cómo vivieron la enfermedad, la pérdida, la muerte. Rodrigo es el pequeño de cuatro hermanos y cuenta que desde muy pequeño fue consciente de la importancia de sus padres, según él algo sobrevenido, que no surgió de la intimidad familiar. Decidido a cuidar de su legado, Muñoz Avia ha querido dar forma a ese relato. Dice el autor que escribir sobre lo que a uno le ha ocurrido es una manera de fijar, de afianzar, pero a la vez de desvincularse de lo escrito, de arrancarlo de uno de mismo, de resolverlo.
La casa de los pintores es una suerte de declaración de amor hacia sus padres, especialmente, hacia su madre, con quien pasó más tiempo de pequeño y que a veces llegó a confundir consigo mismo. "Las manos de mi padre fueron siempre la puerta de entrada a su mundo. Era su medio de expresión, su medio de trabajo. Cómo no iba a ser artista alguien que manejaba las manos de esa manera. Siempre te hacía un achuchón, una caricia en un momento que no te esperabas. Era muy expresivo con las manos. En el caso de mi madre no la había, no hacía falta, por la sencilla razón de que para mí ella era el mundo". Una vida marcada al final por la depresión. Cuenta Muñoz Avia cómo escribiendo el libro le sorprendió la fuerza con la que emergía su figura. "Es verdad que era una mujer tímida, incluso vergonzosa, pero con una vitalidad enorme, recuerdo lo cariñosa que era. Pasé toda mi infancia pegado a ella. Estuvimos muy unidos". De hecho, el libro es una prolongación de las memorias de Amalia Avia. "El libro llega a los lugares a los que no llegó mi madre. No llegó a contar la vida a partir de que naciéramos, tampoco habló de mi padre por pudor. Cada vez iba viendo más la necesidad de reflejar todo esto, de ponerlo por escrito".
Escribirlo ha servido al autor para recuperar mucho de lo que tenía olvidado en la memoria. El libro es como una especie de diario familiar, lleno de anécdotas, diálogos, fotografías de cuando eran pequeños, obras de sus padres, lugares especiales de la casa, como la biblioteca o el estudio en el que pintaban. "En el caso de mi padre es casi imposible separar al hombre del artista. Era una persona que vivía para el arte, para la pintura. Y eso estaba presente en casa todo el tiempo. En las comidas, por ejemplo. Cuando mi padre bajaba del estudio para cenar sabíamos si el cuadro le estaba saliendo". Recuerda Muñoz Avia la espectacularidad de sus procesos creativos. "El principal tesoro que me llevo de haber vivido con ellos, más que el que hayan sido importantes, es el haber podido ver cómo se gestaba el arte desde dentro. Como cuando mi padre se ponía a quemar cuadros, provocando auténticos incendios en el estudio, como parte del proceso pictórico para conseguir texturas o tiznados".
La historia no deja de lado el contexto. Hablamos de los años 70 y 80 y el machismo estaba ahí y las diferencias eran evidentes, a pesar de que como cuenta el autor, su padre siempre alentó a su madre para que no abandonara su carrera profesional. "Quien se ocupaba de las tareas domésticas, a pesar de que tenía ayuda en casa, era mi madre. Lo cuento en el libro, lo primero que hacía mi padre por la mañana era una serie de llamadas y en seguida se metía en su estudio a pintar. Mi madre lo primero que hacía era ir a la compra. Ella lo asumía pero también se rebelaba".
La muerte de Lucio Muñoz llegó pronto. Tenía 68 años y supuso el derrumbe de un mundo, de esta casa de los pintores confiesa Rodrigo. "Una vida familiar que había sido esplendorosa y feliz se vino abajo. Es algo que mi madre fue anticipando toda su vida, sobre todo, con sus problemas depresivos siempre estuvo temiendo que nos pasara algo. Ella había perdido a su padre en la guerra, a sus hermanos de tuberculosis. Y todo eso le dejó una herida muy profunda". Muchos años después murió Amalia. Su pérdida no fue un derrumbe repentino pero, como cualquier hijo, asegura Rodrigo cuando piensa que ya no está se viene abajo. "Este libro es una manera de hacer justicia a lo que sentía por ellos y mantener su memoria viva".