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Festival Eurovisión

Eurovisión: millones de espectadores no pueden estar equivocados

¿Tiene sentido que siga existiendo este festival?

Miki Núñez, el representante español en Eurovisión 2019, tras su llegada a Tel Aviv junto con el equipo que representará a España en el festival / Raul Tejedor (EFE)

Comillas

El 18 de mayo tendrá lugar la final de la 64ª edición del Festival de Eurovisión, el programa televisivo más longevo de los que se emiten en el mundo. Este dato podría servir por sí mismo para avalar tanto su trayectoria como también su vigencia. Pero hay que convenir en que, a pesar de su prolongada vitalidad, el sentido del Festival es permanentemente controvertido, hasta el punto de cuestionarse su existencia.

Podríamos resumir las críticas que recibe el Festival en torno a dos ideas principales: por un lado, se considera por muchos como un programa desfasado (“casposo”) y extravagante (“friki”), que hoy se encuentra en decadencia.

Por otro, se escucha frecuentemente que se ha convertido en un evento costoso, en el que no predomina lo artístico sino lo político (en un sentido peyorativo, el “politiqueo”), lo que se comprueba, a juicio de los detractores, en las polémicas votaciones.

Pues bien, creemos que estos reproches no sirven para emitir una condena justa, ya que hay fundamento para reivindicar el Festival de Eurovisión como un espectáculo, sin parangón, de valor comunicativo, cultural, político, social y hasta académico, que, por ello, no sólo no debe declararse culpable, sino ser absuelto por su necesidad justificante.

Éxito de audiencia

En efecto, frente al desdén elitista que proclama el declive del Festival cabe oponer los datos abrumadores de audiencia: casi doscientos millones de espectadores lo presencian en directo, con cuotas de pantalla no inferiores al 30% en las más de cuarenta naciones participantes y que, en algunos países nórdicos o centroeuropeos, rebasan con facilidad el 80%.

Es preciso subrayar –frente a afirmaciones tan manidas como inconsistentes, que asocian Eurovisión a un ciclo pasado– que es en la franja de edad juvenil donde la audiencia alcanza cifras más descollantes. La repercusión social de Eurovisión no tiene igual: es trending topic durante la emisión de la final (bate récords anuales de comentarios de audiencia social), pero también durante las semifinales e incluso en las dos semanas de ensayos preliminares.

La gente no sólo ve, consume Eurovisión. El armario eurovisivo hace tiempo que se desbordó, abarrota auditorios y estadios, es sostenido por sectores muy dinámicos de la sociedad y se amplifica con el uso de los medios de comunicación más ágiles. No es ya un placer culpable, sino un show generalista. El Festival hoy en día es, por tanto, un portento comunicativo, renovado e innovador, y además un motor económico para las televisiones que lo emiten y los países anfitriones.

Integración europea

En cuanto a la faceta política del Festival de Eurovisión, no cabe desmentirla, pero sí recuperar su sentido más genuino. No cabe duda de que nace vinculado a una función vertebradora del proceso de apaciguamiento y posterior integración supranacional de los países del ámbito europeo.

De ello dan cuenta el hecho de que la primera edición se celebrara el 24 de mayo de 1956 (es decir, prácticamente un año antes del Tratado de Roma, que dio origen a la Comunidad Económica Europea), así como el elenco de los países que participaron por primera vez (los mismos que los que suscribieron dicho Tratado, junto con Suiza).

La intención de Eurovisión es precisamente proponer una forma de relacionarse los ciudadanos y los pueblos en sociedad, a través de una manifestación artística y festiva, procurando promover valores de convivencia y respeto. Un repaso a los mensajes que transmiten las casi dos mil canciones de la historia eurovisiva así lo refrenda.

Si el programa Erasmus de movilidad universitaria ha sido galardonado con justicia por fomentar la cooperación y la concordia, nos atrevemos a afirmar que el Festival de Eurovisión también ha hecho mucho por el conocimiento y la relación de las naciones de Europa, pero durante un tiempo más prolongado, en un territorio más extenso y de una forma más asequible y popular.

El Festival de Eurovisión nos enseña que lo cultural también permea y ahorma lo político, por lo que resulta un medio inigualable para poder analizar la evolución de la sociedad europea, pues constituye un reflejo, y en ocasiones indicio, del estado de las relaciones internacionales y también de los movimientos sociales.

Estudios sobre el fenómeno eurovisivo

En este contexto, no es extraño que prestigiosas y pujantes Universidades, particularmente anglosajonas, hagan del Festival de Eurovisión el contenido de algunas asignaturas electivas. Es el caso, por ejemplo, de varias Universidades situadas en el top 100 del ránking de Shanghái, como New York University, o las Universidades australianas de Melbourne, Monash y Sydney.

También aquí en España, en la Universidad Pontificia Comillas, venimos ofreciendo en los últimos cinco años, en los títulos oficiales de Grado en Relaciones Internacionales y en Global Communication, un seminario con metodología innovadora sobre la mutua relación entre el Festival de Eurovisión y la integración europea.

Cabría pensar –éste es uno de los lugares comunes más transitados en torno a Eurovisión– que la influencia política contamina lo artístico. Pero los estudios científicos demuestran que, aunque factores geopolíticos como el voto migrante, la amistad vecinal o la afinidad cultural puedan influir en los resultados de las votaciones, sólo tienen un alcance parcial y muy limitado. Finalmente el gusto musical, el espectáculo televisivo y la emoción artística son las variables que explican el triunfo.

En suma, un fenómeno de las características descritas sigue teniendo un sentido pleno. Frente a los agoreros que cada año anuncian la muerte del Festival, cabe exclamar, una vez más, ¡larga vida a Eurovisión!

Antonio Obregón García, Profesor Ordinario de Derecho Penal y de Relaciones Internacionales. Universidad Pontificia Comillas-ICADE, Universidad Pontificia Comillas

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

 
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