Ocio y cultura

Domingo Villar, el hombre tranquilo de la novela negra

El escritor gallego publica 'El último barco', protagonizada por su inspector Leo Caldas, una historia que rinde homenaje "a los que aman el mar, a los que enseñan y a los que hacen las cosas despacio"

Domingo Villar / Editorial Siruela

Madrid

El inspector Leo Caldas no hace barra fija en los antros de su ciudad para hablar con confidentes, le gusta comer bien pero tampoco es un sibarita como Carvalho, no se lleva del todo mal con su jefe, no se cuelga de la chica equivocada y no vive en modo tiroteo como otros polis de la literatura negra. Caldas es un tipo templado y melancólico: "Es un tipo moderado, reflexivo, con un puntillo lacónico, triste, Caldas está en modo de revestir de humanidad los casos de los que se ocupa, hacerse muchas preguntas y darse cuenta de que puede contestar a muy pocas".

Domingo Villar, padre literario del inspector gallego, acaba de publicar El último barco (Siruela), la tercera novela protagonizada por Leo Caldas, diez años después de su último caso en La playa de los ahogados. A Caldas, como a todos, le han pasado por encima diez años y se enfrenta a miedos que antes no tenía: "Se encuentra en ese momento al que llega a todo adulto de sentir que los padres, en los que antes tenías un refugio, empiezan ahora a ser un motivo de preocupación", explica Villar, que dice tener "la teoría, como el padre de Caldas, de que la gente no madura, solo envejece".

Caldas, además, es un poli compasivo, cuenta su autor, "al que más que el afán de cumplir con su deber le mueve poder aminorar el dolor de la gente afectada por un hecho criminal". ¿Es Leo Caldas el rey de la empatía del género policial? "Es como la mayoría de los policías que se dedican a investigar, en España es raro el policía que ha disparado o si lo ha hecho, que haya disparado para hacer daño de verdad, el trabajo policial de investigación está más relacionado con conocer a las personas por dentro, es más humano de lo que parece".

El último barco comienza con la desaparición de Mónica Andrade, hija de un prestigioso cirujano de Vigo, que renunció a los planes de niña bien que le reservaba su padre para trabajar como ceramista en la Escuela de Artes y Oficios y cruzar la ría para vivir en una casita modesta a pie de playa. Cuenta Domingo Villar que la novela nació a partir de un par de imágenes: "en mi imaginación veía a una persona vestida de naranja paseando por la playa, por una bajamar y el otro clic fue el que supuso entrar en la Escuela de Artes y Oficios de Vigo, entrar en el taller de lutheria antigua, y encontrar al maestro luthier Ramón Casal enseñando a sus alumnos, y ver el cariño, la delicadeza y la paciencia con la que trabajaban".

La Escuela de Artes y Oficios de Vigo es uno de los escenarios centrales de esta historia y representa, en gran manera, un homenaje del autor "a los que enseñan, a los que hacen las cosas despacio", como escribe en los agradecimientos de esta novela de 700 páginas que a Villar le ha costado 8 años escribir. Un homenaje al ritmo lento no solo de quienes construyen instrumentos musicales, sino también a  su oficio: “El mundo parece girar a una velocidad que nos marca el destino, el pensamiento se mide en caracteres, los vídeos se miden en segundos, todo es expedición, todo es velocidad, y no es verdad, hay espacio para una vida más lenta. Todos esos oficios artesanos que se estudian en esta escuela son oficios que se parecen al mío, hay que escoger las piezas y dedicarles tiempo y cariño. En la prensa no queda espacio para pensar, para profundizar y buscar la tripa emocional de las noticias y nos conformamos con observar la corteza. Hasta el sexo parece que sea expeditivo, cuando lo bonito es lo otro".

¿Por qué ha tardado tanto en escribir esta novela? "Primero, porque las cosas no siempre se hacen bien a la primera, porque soy un escritor enormemente inseguro, porque escribo en gallego y castellano cada capítulo y eso ralentiza el trabajo, y porque el oficio literario tiene poco que ver con las prisas, con relámpagos de inspiración, el trabajo tiene más que ver con el tiempo y la paciencia". La novela se publicó en marzo y va por la séptima edición.

Villar cuenta que en 2013 tenía una novela prácticamente terminada de 400 páginas "y se murió mi padre, al que leía en voz alta todo lo que escribo, y me quedé en una situación emocional en la que el libro me parecía que no tenía envergadura y al que le faltaba emoción, y había varias alternativas: entregar la novela o aprovechar las piezas sobrantes y empezar desde el principio". Villar optó por la segunda opción.

¿De qué vive un escritor que invierte tantos años en escribir una novela? "De las traducciones, de los libros, pero bueno, nadie escribe, ni se hace librero o crea una editorial para hacerse rico, las razones son distintas y son los sueños compartidos. Además, mi mujer trabaja y trae los ingresos recurrentes a casa y yo escribo, lo hago lo mejor que puedo. Si fuera más prolífico, nuestra situación financiera sería mejor, pero probablemente me miraría al espejo y me gustaría menos lo que veo. Me puedo ocupar más de los niños, de la casa, me permite tener una vida en la que yo soy dueño de mis pasos".

En El último barco, Villar también habla de los efectos de la crisis en Vigo, de cómo el vapor que cruza la ría ya no lleva por las mañanas a tantos trabajadores de fábricas y astilleros como hace unos años. Villar radiografía, además, los desmanes urbanísticos que se llevaron por delante edificios de gran valor arquitectónico y patrimonial en pos de aquella falsa modernidad del ladrillo. "Sin que nadie levantara la voz, creyendo que aquello era el progreso, nadie dijo nada cuando se tiraron estos edificios en todas las ciudades".

Pero si hay un tema presente a lo largo de toda la novela es el de la paternidad "y me imagino que está regada de lágrimas que se me han caído mientras la escribía", confiesa el autor. Dice que se dio cuenta de esa presencia tan fuerte después de escribir la novela: "supongo que si me tumbara en el diván, alguien me diría que tiene que ver con mis circunstancias familiares. Yo, cuando escribo, miro a los lados, pero sobre todo miro adentro".

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