¿Qué celebramos cuando decimos Hispanidad? (Apuntes sobre un debate)
De la connotación etnográfica de comienzos de siglo a la concepción católica que adquirió en los años treinta, el término Hispanidad ha llegado hasta nuestros días acompañado de un debate a ambos lados del Atlántico que parece no acabar de resolverse.
Madrid
Las efemérides -su elección, su nombre, sus festejos- son, por encima de todo, metáforas vivas de los relatos desde donde se elabora la Historia. En España, el doce de octubre, día de la Fiesta Nacional -efeméride que conmemora la llegada de Colón a la isla Guanahani- ha adquirido diferentes nombres en función del contexto político, y ha sido conocido durante años como el Día de la Raza; después como el día de la Hispanidad; y desde 1987 como Fiesta Nacional, sin adjetivos. Una fiesta regulada por la ley 18/1987, que en la exposición de motivos de su único artículo se limita a decir que la fecha elegida “simboliza la efeméride histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los reinos de España en una misma monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos”. Un escueto artículo que subraya como motivo de celebración la expansión de nuestra lengua y cultura prescindiendo del término hispanidad que sí aparece, sin embargo, en el Real Decreto de 1982 que habla de “Fiesta Nacional de España y día de la Hispanidad” y que sustituyó al decreto franquista de 1958 que hablaba de “Día de la Hispanidad”. Una fiesta que se traduce, en términos eminentemente estéticos, en un desfile militar similar a la efeméride fundacional de los estados americanos o de las viejas naciones europeas. Es quizás en Zaragoza donde esta fecha adquiere una verdadera connotación festiva con las comparsas de gigantes y cabezudos en honor a la virgen del Pilar, una ciudad transformada en una verbena ecléctica en lo que podría ser, para muchos, la forma más españolísima de celebrar la Fiesta Nacional.
El término hispanidad -que no aparece, insistimos, en el nombre oficial de la Fiesta Nacional- tiene una larga y tortuosa genealogía a sus espaldas. El doce de octubre fue, en primer lugar, el Día de la raza. Este término tan etnográfico fue propuesto por el ministro y presidente de la Unión Ibero-Americana Faustino Rodríguez-San Pedro que, en 1913, durante el reinado de Alfonso XIII, propuso el término para celebrar “la intimidad espiritual existente entre la Nación descubridora y civilizadora y las formadas en el suelo americano” conformando la idea de una supuesta raza nacida de la fusión de culturas de ambos lados del Atlántico, aunque con el claro predominio de una de ellas, o al menos así lo pensaron algunas de las voces que pronto comenzaron a cuestionar la idoneidad de este nombre en América. Fue el obispo español residente en Buenos Aires, Zacarías de Vizcarra y Arana, el que describió el término en 1931 en el semanario porteño El eco de España como “poco feliz y algo impropio”, y propuso el término de Hispanidad para “denominar con un solo vocablo a todos los pueblos de origen hispano y a las cualidades que los distinguen de los demás”. Esas cualidades acabaron por convertirse para Vizcarra en una adhesión inequívoca a la Cristiandad, una asimilación que también recogió el diplomático y periodista Ramiro de Maeztu, verdadero artífice del triunfo del término; ese mismo año, Maeztu escribió un artículo en la conservadora y católica revista Acción española negando cualquier vínculo étnico o racial entre los hispanohablantes: “la civilización no es una aventura. Quiero decir que la comunidad de los pueblos hispánicos no puede ser la de los viajeros de un barco que, después de haber convivido unos días, se despiden para no volver a verse”. Maeztu se propuso dibujar una especie de esencia de la hispanidad, y en 1934 publicó Defensa de la Hispanidad, libro en que describió el espíritu de la Hispanidad definiéndolo como humanista, estoico y profundamente cristiano. He aquí lo definitorio para Maeztu, que afirmó que “para los españoles no hay otro camino que el de la Monarquía Católica, instituida para servicio de Dios y del prójimo” y que “la misión histórica de los pueblos hispánicos consiste en enseñar a todos los hombres de la tierra que si quieren pueden salvarse, y que su elevación no depende sino de su fe y su voluntad”. Y en un afán proselitista de universalismo cristiano, Maeztu concluye que el único devenir posible de los pueblos hispánicos pasa por su adhesión al cristianismo representado por “la obra incomparable de ir incorporando las razas aborígenes a la civilización cristiana” (...) “para vivir bajo autoridades que tengan conciencia de haber recibido de Dios sus poderes, sin lo cual serán tiránicas, y de que esos poderes han de emplearse en organizar la sociedad de un modo corporativo, de tal suerte que las leyes y la economía se sometan al mismo principio espiritual que su propia autoridad, a fin de que todos los órganos y corporaciones del Estado reanuden la obra católica de la España tradicional, la depuren de sus imperfecciones y la continúen hasta el fin de los tiempos”.
¿Hispanidad o Hispanismo?
Maeztu hilvanó una idea de hispanidad que, como sostiene Antonio Rivera, profesor de Historia de la Filosofía Española de la Universidad Complutense de Madrid, “se vinculó a valores tradicionales y contrarios a la Modernidad a través también de su otro gran teórico, Manuel García Morente. Unos valores que luego fueron explotados por el Franquismo y que desde el principio se unió a la que para muchos era la gran “empresa” histórica de la nación española, la evangelización y colonización de América. Pero que, con independencia de los sectores más tradicionalistas de la derecha americana, no sirvió para estrechar lazos con las jóvenes repúblicas latinoamericanas”. Precisamente con el objetivo de estrechar esos lazos, un grupo de intelectuales acabó inclinándose por utilizar, años después, un término que pretendía alcanzar una connotación más conciliadora: el hispanismo. Explica Javier Krauel, profesor del departamento de español en la Universidad de Colorado en el texto En los límites del pensamiento reaccionario: el caso de la Hispanidad en el México de los años 1940, que en esta década se elabora un corpus de textos hispanistas mediante el cual los intelectuales republicanos españoles refugiados en México, durante los primeros años de su exilio, insistieron en la existencia de una unidad esencial entre los dos pueblos, unidad que expresaba a la vez la gratitud por la hospitalidad del gobierno mexicano y el deseo de los exiliados de desmarcarse de la colonia española residente en México, mayoritariamente profranquista. El hispanismo tendrá en el catalán Joaquim Xirau uno de sus exponentes, que en 1942 publica en Cuadernos Americanos el texto Humanismo español, donde explica que el fundamento de la comunidad hispánica está en el espíritu liberal «de Vives, de los Valdés, de Luis de León, de Quiroga, de Las Casas (…), de todo lo que concreta y culmina en lo que se ha denominado, no sin algún equívoco, el erasmismo español».
“El prototipo del hispanista es el profesor británico exquisito, fascinado por las peculiaridades españolas"
Pero tampoco existe, parece, un consenso claro sobre el término Hispanismo. “Los términos hispanismo e hispanista se emplean, prioritariamente, para designar a los estudiosos de la lengua y la cultura española o hispanohablante y a su ocupación profesional”, aclara Antonio Valdecantos, catedrático de filosofía de la Universidad Carlos III de Madrid. “Pero… nueva ironía aquí. Se puede llamar hispanista a una profesora de Madrid que estudie a Góngora, pero la denominación se usa de manera más habitual para referirse a estudiosos extranjeros. El prototipo del hispanista es el profesor británico exquisito, fascinado por las peculiaridades españolas (o por el pintoresquismo español), que acaba sabiendo sobre Felipe II más que los profesores de Madrid o Salamanca. Curioso fenómeno, y paralelo hasta cierto punto a lo que ocurre con el término “hispano”. Todo lo anterior configura una identidad “hispana” un tanto complicada, tan complicada que llamarla “identidad” quizá sea un exceso. Pero no está claro que se trate de algo necesariamente desafortunado, a mi juicio”.
El profesor Krauel, por su parte, se pregunta hasta qué punto el hispanismo no es simplemente el otro de la hispanidad, un antagónico que no deja de construirse sobre un supuesto común o una misma narrativa histórica: la que deriva del afán de otorgar un sentido positivo, de simbolizar y de representar, el furor de la dominación imperial. Una narrativa sobre la cual, a juicio del profesor Valdecantos, sí está construido el término Hispanidad. Un término, explica, “más bien hueco e impostadamente nacionalista que no levanta muchas pasiones y que no goza de ningún prestigio cultural, intelectual, popular ni académico. Es palabra para discursos de aparato, pronunciados preferentemente el día de una fiesta que se suele designar de otro modo que no tiene nada que ver”. Un pseudo-concepto, como prefiere llamarlo el profesor Antonio Rivera, “cuya historia ideológica aconseja desecharlo para referirse a una fiesta que debería servir para unir a todos los españoles”, propone.
El 12-0 en América Latina
Al otro lado del Atlántico, cualquier idea de Hispanidad se ensancha, se agita y se pierde en numerosos autores, colores y gestos. Algo que no ha impedido que la fiesta se conmemore, aunque desde hace pocos años, con un relato completamente distinto. Hasta no hace mucho, en casi todos los países de América Latina, el nombre de la festividad era el mismo: Día de la Raza. Argentina fue el primer país en asumir esta festividad, en 1913.
Actualmente México lo sigue celebrando con este nombre, y en Colombia lo llaman día del Descubrimiento de América. Pero su término, como el relato, decíamos, ha mutado. En Argentina, el gobierno de Cristina Fernández pasó en 2010 a denominar esta jornada como Día del Respeto a la Diversidad Cultural. En Chile la llaman Día del Encuentro de Dos Mundos; en Perú, Día de los Pueblos Originarios y del Diálogo Intercultural; en el Salvador tiene el mismo nombre que en España, en Bolivia se celebra el día de la Descolonización, Día de la Plurinacionalidad y la Interculturalidad; y en Venezuela y Nicaragua Día de la resistencia indígena. Mientras, en la capital de la República Dominicana, Santo Domingo, se abre, como cada año, la urna donde supuestamente descansan los restos de Cristóbal Colón; y en Cuba no es un día festivo.
El relato sobre la Hispanidad ha cambiado en la región en los últimos años, especialmente en países como Nicaragua, Venezuela o Bolivia. “América Latina es una región históricamente multicultural, de mestizaje, de fusiones”, afirma Pino Solanas, cineasta y senador argentino, referente del movimiento de izquierdas Proyecto Sur. “Una multiculturalidad que se recoge en muchas constituciones, como en la de la Argentina, pero que no se reconoce en la práctica. Existe todavía un consenso anti-indígena en nuestros países que se empeñan en no resolver la deuda histórica que tenemos con las comunidades originarias. Y pasa porque descolonicemos también nuestras mentes”. Esta tesis es compartida también por numerosos académicos, intelectuales y organizaciones españolas, y viene siendo recurrente desde hace años en los discursos de políticos de formaciones de izquierdas. La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, se ha referido a la efeméride como “celebración de un genocidio”; el regidor de Cádiz, Jose María González “Kichi”, la ha descrito como “masacre y sometimiento”; y en Madrid, bajo la alcaldía de Manuela Carmena, algunos de sus concejales colgaron cada doce de octubre la bandera wiphala -una enseña cuadrangular de siete colores que representa a los pueblos originarios de América.
La falta de título de la Fiesta Nacional de España es un gesto nada arbitrario que pone de manifiesto los debates y contradicciones que aún hoy genera el término “hispanidad”. Otra metáfora viva del relato desde donde se escribe la Historia.
Enrique García
(Sevilla, 1994) Corresponsal en Bruselas, siguiendo y explicando la política comunitaria. Antes, redactor...