El hospital de las muñecas: 190 años dando nueva vida a los juguetes desgastados de Portugal
Ante el consumismo festivo, la institución revindica la recuperación de los objetos simbólicos
Lisboa
En la era de fabricación en masa ‘Made in China’, en la que sale más barato reemplazar objetos en vez de repararlos cuando se estropean, es normal que triunfe Marie Kondo –la consultora japonesa que se ha hecho famosa por defender la cultura del minimalismo– y se enfurezca Greta Thunberg –la activista medioambiental que revindica el reciclaje y el movimiento verde–. La sociedad es cada vez más consciente de lo vacío que resulta nuestra cultura consumista, y cada vez más dispuesta a existir sin acumular tantas cosas.
Ante ese cambio de actitud, compañías de todo el mundo están intentando modificar su modus operandi con el fin de actuar de manera sostenible en el futuro. Pero desde hace 190 años existe una tienda lisboeta que ha hecho del reciclaje su bandera, y la prolongación de la vida útil de los objetos su misión. Se trata del Hospital das Bonecas –Hospital de las Muñecas–, una institución que lleva casi dos siglos curando las muñecas, soldaditos de plomo y juguetes de todo tipo que tanta alegría nos han dado, y que no merecen acabar sus días en un latón de basura.
“Mucho antes que se popularizó el concepto del reciclaje, ya era un pilar fundamental de este Hospital”, afirma Manuela Cutileiro, dueña y jefa del equipo de enfermeras del Hospital. “Si bien es fácil reemplazar juguetes, somos conscientes que para los niños –y muchos adultos– lo que importa es su peluche, su muñeca. Aquí reparamos objetos que son mucho más que meras cosas, ya que representan emociones, memorias e historias”.
Por precios que varían entre los cuatro euros para las reparaciones más rutinarias, y los ciento de euros para operaciones más complejas, los clientes del Hospital consiguen que las Mariquita Pérez tuertas o los G.I. Joe mancos recuperen las partes corporales que han perdido en algún que otro arrebato de entusiasmo juvenil, o simplemente con el paso de tiempo. También se restauran piezas más antiguas, entre ellas delicadas muñecas de cartón piedra, bajo cuya piel dañada se pueden las hojas de periódicos decimononos que fueron empleadas para rellenarlas.
“Las intensidad curaciones que realizamos varían según las características de los pacientes, pero aquí insistimos en operar como un Hospital normal. Todos los ingresados son de la misma importancia, y merecedores del mismo grado de cariño y atención”.
Los secretos de Dona Carlotta
La tradición del Hospital se remonta cientos de años, pues mucho antes de su fundación la parcela en la que se alza en la céntrica Praça da Figueira ya estaba asociada con las artes curativas.
“Durante el medievo se situaba aquí el Hospital de Todos os Santos –que fue destruido por el Terremoto de 1755–, y luego, cuando se construyó el también desaparecido Mercado da Figueira, una antepasada mía –la famosa Dona Carlotta– tuvo aquí un puesto en el que vendía hierbas medicinales”.
Según cuenta Cutileiro, a la vez que vendía bolsas de diente de león, caléndula, romero y árnica a los clientes adultos, Dona Carlotta se entretenía fabricando muñecas de trapo.
“Gradualmente pasó a ser más conocida por las muñecas que por sus hierbas medicinales, y por ser la única capaz de reparar juguetes con cierto talento. Cuando su labor a tiempo parcial acabó por ser la que más ocupaba sus días, decidió dar el paso y establecer una tienda dedicada exclusivamente a ello, y 190 años más tarde, seguimos aquí, atendiendo pacientes”.
En muchos sentidos, la institución opera como un Hospital real: tiene salas de operaciones, en las que se trabaja con equipos especiales, e incluso una especie de servicio de donación de órganos.
“Desde hace muchos años los vecinos de la zona vienen aquí para donar juguetes antiguos de los que se quieren deshacer. Algunos pasan al museo que tenemos en la segunda planta de tienda, pero las piezas otros tantos son utilizados en las reparaciones que realizamos aquí. A través del altruismo de unos conseguimos dar felicidad a otros”.
La institución también cuenta con un equipo médico cualificado, compuesto por seis enfermeras con cursos superiores de restauración, y la formación especial que reciben de la mano de los descendientes de Dona Carlotta.
“Esto es un poco como el tema de la receta secreta de los famosos Pasteles de Belém: hay algunos métodos de conservación que apenas conocen la gente que trabaja aquí, porque al final se descubren muchas técnicas especiales a lo largo de casi dos siglos de actividad”.
España domina
Si bien el Hospital atiende todo tipo de paciente –“aquí no nos limitamos a juguetes: también nos llegan muchas figuras de porcelana decorativas e imágenes religiosas con cientos de años”–, las muñecas españolas dominan.
“Portugal nunca tuvo industria propia: los pocos fabricantes de juguetes que tuvimos aquí eran españoles que se habían instalado aquí tras el estallido de la Guerra Civil, y ellos habían productos muy selectos. Para la gente común lo normal era comprar las muñecas importadas de Valencia y Alicante”.
Cutileiro afirma que, pese a ser fabricadas en masa, las muñecas españolas eran de buenísima calidad, algo que los propios clientes reconocen. “Cuando quieren presumir de una muñeca que nos traen para reparar, nos subrayan que es española, porque en Portugal eso quiere decir que es muy especial”.
También llegan muchas muñecas de cartón piedra adquiridas en Las Palmas de Gran Canarias, un puerto franco en el que los navíos lusos hacían escala cuando emprendían los largos viajes entre Lisboa y las colonias portuguesas en África.
“Son piezas cuya calidad no se compara con una Mariquita Pérez en términos de calidad, pero que tiene un valor simbólico enorme para quienes las poseen. Representan un tiempo pasado, de los largos viajes a ultramar, y de las vueltas emotivas de familiares emigrados, quienes volvían a casa cargados de regalos”.
Cutileiro afirma que el peso emotivo de las muñecas le impacta mucho más que la edad o valor monetario de las mismas. “Para algunas personas una muñeca de cartón piedra puede valer muchísimo más que la Mariquita Pérez más cara, pues la memoria que representa es impagable; igualmente, un peluche de carnaval puede ser más importante para un niño que cualquier figura de porcelana del siglo XVIII”.
“Yo siempre digo que, para mí, el juguete más importante no es el más antiguo o el más valioso, sino el que haya dado más felicidad a un niño. Si podemos hacer algo para recuperar ese juguete y prolongar esa felicidad, estamos cumpliendo con nuestra misión”.