La quema de banderas alimenta al pueblo del ayatolá Jomeini
No hay manifestación oficialista iraní en la que los manidos cánticos "¡muerte a América!" o "¡muerte a Israel!" no estén acompañados de la preceptiva quema de banderas de las respectivas naciones
Irán
No hay manifestación oficialista iraní en la que los manidos cánticos "¡muerte a América!" o "¡muerte a Israel!" no estén acompañados de la preceptiva quema de banderas de las respectivas naciones. Es una estampa que no gusta a muchos iraníes que, conscientes de la mala imagen que genera, insisten en que la inquina persa es contra los Gobiernos, jamás contra las personas.
"Como humano no me gusta que se queme ninguna bandera pero, como ciudadano de un país bajo la presión de las sanciones, estoy a favor de que la gente exprese su enfado", confiesa a la Cadena SER Ghasam Ghanjani, propietario de la fábrica de banderas Diba Parcham y artífice de un negocio redondo: producir banderas que serán quemadas en cualquier protesta contra el 'Satanás de Occidente'.
La factoría está en Jomein, la ciudad que vio nacer a uno de los personajes clave de las últimas cuatro décadas: el ayatolá Ruholá Jomeiní, líder de la Revolución que derrocó al Sha y dio paso a la actual República Islámica. Pese a su importancia simbólica, esta urbe de provincias, a cuatro horas en coche de Teherán, está acuciada por el paro y un desarrollo económico precario. Como remedio, el negocio de Ghanjani, la primera productora de banderas callejeras de Irán ("Te cubro Jomein de banderas en una tarde", se jacta), da trabajo a unas 50 personas mayormente jóvenes, más de la mitad mujeres. Producen insignias de todo tipo pero, como el mismo dueño reconoce, la bandera de barras y estrellas y la de la estrella de David suponen un negocio redondo en estos tiempos de tensión.
"Anualmente fabricábamos entre 3.000 y 4.000 banderas de esas. En los dos últimos meses hemos doblado e incluso triplicado la producción", asegura el joven empresario, que apunta a dos razones detrás de este repunte de ventas: el asesinato del general Qasem Soleimani por parte de los EEUU, el pasado tres de enero, y la presentación del controvertido "acuerdo del siglo" para Palestina.
Al margen de la popularidad del establishment iraní, ampliamente criticado por su gestión del trágico derribo del avión de pasajeros ucraniano con un misil, el mes pasado, la administración Trump no goza de la simpatía de las calles de Irán. El adiós unilateral de Washington al acuerdo nuclear y sus sanciones han dilapidado el crédito de los aperturistas y enervado a los sectores más recalcitrantes.
Esta situación tensa se incrementó durante el verano pasado, cuando Teherán, frustrada por el efecto devastador del castigo económico y la pasividad de la UE -firmante del pacto atómico-, decidió renunciar escalonadamente a sus compromisos con el acuerdo. En paralelo, una serie de incidentes en el estrecho de Ormuz contribuyeron a una escalada de tensión cuyo punto álgido llegó este enero. Tal escenario ha hecho que los iraníes hayan pasado de celebrar en las plazas la firma del acuerdo nuclear, portando camisetas con la bandera estadounidense, a preferir echar gasolina sobre el emblema y pegarle fuego. Un negocio redondo para la fábrica de Jomein: "Si las banderas no se destruyesen rápidamente no habría tantas ganancias", ironiza Ghasam Ghanjani.