Nueva York se prepara en medio de la incertidumbre para la explosión del coronavirus
La ciudad empieza a ser consciente de que puede ser la próxima gran urbe en sumarse a un estado de emergencia de restricciones impredecibles una vez se dispare el número de casos
Nueva York
En Williamsburg, barrio newyorkino por excelencia donde más jóvenes profesionales pueden permitirse trabajar a distancia, la mayoría lo hace desde casa desde el pasado jueves 12 de marzo, un día después de la primera comparecencia de Trump anunciando el cierre del espacio aéreo con Europa. Pero una cosa es empezar a tomar precauciones, provisionarse, vaciar los supermercados de comida, y otra muy distinta aislarse totalmente, a lo que todavía se resisten.
Hay inquietud y desasosiego. Mensajes confusos sobre lo que está por venir o cuál puede ser el alcance de los contagios y futuras restricciones. De momento, las precauciones en tiendas y bares pasan por llevar guantes, apenas mascarillas y lavarse las manos con frecuencia. Algunos restaurantes cierran antes para reducir a la mitad la plantilla y la exposición de los trabajadores. Sin embargo, la actividad comercial, los gimnasios, centros de ocio, todavía funcionan con normalidad a pesar de que la gente salga menos.
Quienes empiezan a notarlo son los comercios del barrio. La responsable del Café Beit, un pequeño local en Belford Avenue, comenta que el parón comenzó en los últimos días. “El negocio se hunde, la gente ha dejado de venir esta semana. No se habla demasiado del coronavirus, pero se nota en el ambiente”.
En otro de los locales más populares de la zona, en Partner’s Coffee, un punto de encuentro a rebosar donde suele ser difícil encontrar mesa libre, hay solo tres ocupadas a media tarde. “Desde ayer la gente está más agobiada, no viene a tomar café, el metro va menos lleno, hay menos gente en la calle. Muchos están tomando conciencia, compran mascarillas, se lavan más las manos, pero todavía, como ves, no es general, veremos qué pasa a partir de ahora” comenta el camarero, un joven de Corea del Sur que reside en Nueva York desde hace una década y esperaba la visita de sus padres este mes, ahora cancelada por la prohibición de entrada en Estados Unidos.
La ciudad de New Jersey, el conocido sexto distrito ‘no oficial’ (borough) de Nueva York, a unos 30 minutos de la estación Grand Central, ha decretado el toque de queda a las nueve de la noche con 50 casos confirmados. “Si lo tenemos aquí mismo en ciudades de alrededor, va a pasar aquí también. Esto es Nueva York, el riesgo de contagio será altísimo”, comenta el joven. Una preocupación que todavía no ha frenado en seco la rutina diaria de Brooklyn.
Mientras los cafés se vacían, las licorerías y los supermercados están a rebosar. El dueño de un establecimiento de alcohol del barrio, North Side Liquor en la 105 Berry St, no ha parado en los últimos días: “Ayer trabajamos tres veces más de lo normal. En este vecindario hay mucha gente que puede teletrabajar, así que ¿Qué haces cuando estás aburrido en casa? Bebes, especialmente cuando no tienes niños, y eso es lo que parece que está pasando. Estaremos abiertos hasta que sigan viniendo los proveedores, de momento, tenemos vino, cerveza…”. Y continúa -“No hay restricciones oficiales que nos afecten, aunque afortunadamente las cosas están cambiando” - ¿Por qué afortunadamente? - “Trump ha esperado demasiado”, señala.
Hace buen tiempo, así que un viernes por la tarde, las terrazas están llenas. Un contraste inexplicable con los establecimientos de alimentación. Como la mayoría de los supermercados, en el Whole Food’s del vecindario con dos plantas de superficie, los estantes de los productos básicos están temblando, apenas queda algún litro de leche suelto, bandejas de sushi, flores, aceitunas, productos de limpieza… Ni rastro de gel sanitario, bandejas de pollo, papel higiénico… Hoy sábado, 14 de marzo, la cola daba casi la vuelta a la manzana a las 7:30 de la mañana, media hora después de abrir.
El estado de emergencia declarado por Trump solo ha acelerado la sensación de anticipación de algo que hasta hace nada muchos sólo percibían como algo grave fuera del país. Hay crítica por la falta de pruebas del COVID-19 y la cobertura sanitaria, mucho más deficiente en ciudades como Nueva York; pero también cierta resistencia psicológica ante la falta de medidas drásticas de las autoridades locales -el estado de emergencia en Nueva York no ha decretado el cierre de colegios o guarderías; y los números de contagios que ascienden a 328, cifra que el alcalde, Bill de Blasio, ya ha anunciado que llegará a los mil casos en cuestión de días. Tal vez horas.