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Filosofía

Jordi Claramonte: "Debemos ajustar cuentas con la soberbia y la omnipotencia con la que hemos vivido"

Filósofo, impulsor del Centro Social Tabacalera o de colectivos artísticos como 'La fiambrera obrera', Jordi Claramonte reflexiona sobre el momento actual y cree que "somos los niños malcriados de este planeta"

Jordi Claramonte / Plaza y Valdés Editores

Madrid

Jordi Claramonte (Vila-real, Valencia, 1969) es Doctor en Filosofía por la UNED, donde imparte clase de Teorías Estéticas Contemporáneas. Ha sido profesor invitado en el Massachusetts Institute of Technology (MIT) y en la Universidad de Yale. Es autor de libros como La República de los fines, en el que habla de "la noción de autonomía, de lo que es arte y de lo que no lo es, de la Ilustración hasta nuestros aciagos días" o Desacoplados, "donde Hamlet y Clint Eastwood cabalgan juntos intentando dejar atrás el rancho del capital global, pero no va a caer esa breva". Además de dedicarse a la filosofía, fundó y participó en la creación del Centro Social Tabacalera, en Madrid, o de colectivos artísticos de acción como La Fiambrera Obrera o SCCPP.org (Sabotaje Contra el Capital Pasándoselo Pipa). 

Qué paradoja que en los tiempos felices nadie se acuerde de la filosofía y ahora acudamos a ella buscando respuestas

 Bueno, somos un gremio con una larga experiencia en catástrofes y dislates. 

¿Cómo observa la catástrofe y el dislate actuales?

Lo observo desde donde los filósofos y filósofas observamos, que es desde el lenguaje. Nosotros trabajamos con palabras y las palabras sirven, a veces, para mostrarnos cosas y otras para ocultarlas, pero esas últimas no son las palabras de los filósofos. Nosotros trabajamos con las que nos enseñan cosas y aplicándolas y hurgando en ellas descubrimos lo que no estamos viendo.

¿Qué es lo que no estamos viendo en este momento? 

Muchas cosas, creo que ahora se está poniendo de manifiesto el nivel inusitado y brutal de violencia, de maltrato y de negligencia con la que nos manejamos en el mundo a escala planetaria, a escala social. De hecho, el virus famoso, obviamente, no ha salido de un laboratorio secreto del Doctor No, el personaje de James Bond que tenía un submarino con chimenea, sino de nuestra propia torpeza civilizatoria. Los griegos tenían una palabra, eulabeia, que significa atención, atención cuidadosa, significa hacer las cosas con miramiento, con atención. Y el contrario de quien practica la eulabeia es el negligente, el que hace las cosas de cualquier manera, a malas.

 Santiago Alba Rico decía hace unos días que, en estos tiempos de apoteosis de lo virtual, con todos confinados e hiperconectados, hemos descubierto los cuerpos, el nuestro y el de los otros, a pesar de no estar juntos... y apuntaba que quizá de ahí puedan salir nuevas lecturas políticas, económicas, sociales...

Para quienes trabajamos en arte esto es fundamental, no habría emociones o experiencias estéticas sin cuerpo. Por mucho que en Occidente haya tenido cierta preeminencia el arte conceptual y los malabarismos mentales, en el fondo toda práctica artística remite a la corporeidad y a ese estar situado en el mundo. Yo creo que una de las grandes definiciones de nuestra sociedad es la negligencia de la que hablaba antes, que va desde el maltrato generalizado, el maltrato doméstico en casa, con nuestras parejas, especialmente por parte de los hombres; también el maltrato a las fronteras y hacia toda la gente que lleva décadas en una situación peor que la que vivimos nosotros y nos da igual, y luego está el maltrato a escala planetaria, a escala ecológica, que ya no es un punto a añadir en los programas políticos bienintencionados, ya es una cuestión de supervivencia.

¿Es optimista respecto al futuro? ¿Está entre quienes pronostican que vendrá un estado autoritario de vigilancia digital, entre los que auguran un gran empoderamiento ciudadano o los de la agudización de los populismos?

 Yo creo que va a pasar todo a la vez (risas).

¿El caos?

El caos tiene mala fama, pero es una etapa imprescindible en el camino hacia el orden y, a la vez, el orden es una etapa imprescindible de camino hacia el caos. Va a pasar todo eso revuelto y, de hecho, ya está pasando. Cualquiera que intente ponerse el traje de brujo y predecir lo que va a pasar, hace un poco el ridículo. Tenemos que estar abiertos a todas estas posibilidades y lo bueno es saber que están ahí, y que somos esos seres miedosos que le niegan el alquiler a alguien porque es enfermero o enfermera y a la vez salimos a aplaudir como locos. Esa contradicción está en nosotros.

Quizá sea el momento de descubrir las trampas sobre las que se cimentaba eso que ahora llamamos nuestra vida normal, esa vida cotidiana que ahora nos parece más feliz de lo que nos parecía entonces, por eso de la nostalgia...

Tiene un montón de trampas porque quien fuera feliz antes, o quien cifre la felicidad en algo que nos ha traído a esto, se está perdiendo algo. No soy partidario de definir lo cotidiano, lo entrañable, las cañas en los bares y todo eso como la felicidad porque algo tendrá que ver con el estado en el que estamos ahora. Si aprendemos algo de todo esto, que está por ver, tendrá que ver con hacer un ajuste de cuentas muy serio y muy radical con eso que llamábamos normalidad.

¿Con qué deberíamos ajustar cuentas?

Con la soberbia y la omnipotencia con la que nos hemos manejado, con nuestro absoluto menosprecio hacia todo lo que no tuviéramos delante de nuestras narices, con la actitud y también la aptitud para hacer cualquier cosa solo porque podemos, todo eso me parece que requiere un ajuste de cuentas brutal. Somos los niños malcriados de este planeta y creo que tenemos que hacer un ajuste de cuentas muy serio y, definitivamente, maravilloso.

Estos días escucho mucho que 'la razón ha de imponerse al caos'...

Me parece bastante patético por esa soberbia de la que hablaba, que nos hace pensar que podemos tener el caos controlado. Pero qué dices. El caos, insisto, es una condición imprescindible para que haya cualquier tipo de orden. De hecho, en biología y en ecología se habla siempre de que lo vivo, por el hecho de estarlo, es ya una ruptura de simetría, supone romper un estado de equilibrio y, de hecho, los biólogos definen la especies, entre ellas la nuestra, como sistemas ordenados al borde del caos. Fíjate qué actual parece esto ahora. Y, si sobrepasamos ese borde del caos, dejamos de ser sistemas ordenados, pero solamente podemos sostenernos vivos y funcionar estando al borde del caos, tentando esas posibilidades, equivocándonos y aprendiendo.

¿Deberíamos colocar el deseo en otro lugar para dejar de ser esos niñatos malcriados de los que hablas?

En mis dibujitos, cuando organizo mis ideas en casa, me gusta siempre distinguir entre dos grandes vectores: el que apunta a lo que podemos hacer porque tenemos todas y cada una de las capacidades y conocimientos para hacerlo y el que apunta a lo que tenemos que hacer, pero no en un sentido moralista o en plan deberes del cole, sino aquello que nos completa y nos vuelve coherentes. En mi pizarra no aparece lo que queremos hacer, lo que deseamos hacer. Me parece bastante irrelevante. Creo que, de hecho, está bastante infatuado. Esa especie de preeminencia del querer es una gran expresión de ese niño malcriado que somos en términos civilizatorios. Yo quiero, yo quiero... Pero ¿y lo que quieres lo puedes hacer? ¿Se puede universalizar este tipo de vida con estos viajecillos, los cacharritos, la calefacción...? ¿Realmente se puede? A lo mejor va a ser que no. Y, aunque se pudiera, ¿tenemos que vivir así, tenemos que apuntarnos a todas esas chorradas a las que nos apuntamos? El deseo, en ese sentido del querer, también necesita de un ajuste.

Tú que vienes de colectivos artísticos muy contextualizados en un terreno político y social como La fiambrera obrera, SCCPP o Tabacalera, ¿cuál crees que es el papel del arte no tanto en estos momentos, sino después, más tarde?

Para mí, el arte y la sensibilidad en todas las culturas ha tenido siempre mucho que ver con la investigación de formas de autoorganización. La música, la arquitectura, el cine o la poesía son formas en que una emoción se autoorganiza, se perfila, se expone y reivindica su relevancia. Cuando me hablas de SCCPP, La fiambrera obrera o Tabacalera, todo eso y mil movidas más son formas de autoorganización, de tomar la inteligencia por los cuernos y de organizarnos para vivir de la mejor manera posible. La función que tiene el arte es la de proveernos de lenguajes, de patrones y de formas que nos permitan organizarnos y no que nos organicen.

Vivimos en un momento de obediencia, hemos confinado el individualismo en aras de la seguridad propia y colectiva mientras esperamos todo el tiempo a que nos digan qué tenemos que hacer y cómo solucionar los problemas... pero ¿no deberíamos estar ya pensando en lo que podemos hacer, en lo que vamos a hacer sin esperar a que alguien nos lo explique?

Que estemos como estamos ahora no es algo opuesto a lo que teníamos antes, es la otra cara. En cualquier sistema físico, en un péndulo que se mueve de un lado para otro, tanto más se va hacia el lado del individualismo atroz como a la postración, tan extrema como extrema eran la soberbia y la negligencia en la que estábamos viviendo antes. Es parte de la misma dinámica.

¿Uno puede ajustar cuentas cuando vive en la precariedad?

Fundamentalmente. De hecho, yo creo que es más fácil ajustar cuentas desde la precariedad que desde la sobreabundancia y la saturación. Haciendo amigos en el lado de los optimistas, si concluimos que esto tiene mucho que ver con nuestra incapacidad previa de autoorganizarnos, de asumir responsabilidades y de darnos cuenta del mundo en que realmente vivimos y no esa especie de fantasía con lucecillas, si nos damos cuenta de que eso está ahí, estaremos dando pasos en el buen camino. Si ahora la situación es de emergencia, habrá que atender la emergencia, pero tarde o temprano, la única emergencia verdadera es la de saber en qué mundo vivimos y cómo nos podemos autoorganizar en él para poder vivir con la mayor inteligencia y dignidad posibles.

 
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