Ocio y cultura

Marina Garcés: "La política no se atreve a mirar problemas que no dependen de una nueva ley educativa"

La filósofa y profesora de universidad publica 'Escuela de aprendices', un ensayo en el que defiende la educación como "el sustrato de la convivencia" y como un aprendizaje junto a los otros

Marina Garcés / Efe

Madrid

Cuenta la filósofa Marina Garcés que la noche del 17 de julio, a punto de que comenzaran en Barcelona las restricciones por la segunda oleada de la pandemia, iba en coche, conduciendo por la autopista y llorando. Lloraba, dice, “de impotencia y de cansancio”. En la radio comenzó a sonar un clásico de Manolo García, Nunca el tiempo es perdido, y en su mente nació la idea, explica Garcés, de que ese estribillo de la canción era “la expresión más dulce y desafiante que nos podíamos decir unos a otros”. Lo cuenta en el prefacio de su nuevo libro, Escuela de aprendices (Galaxia Gutenberg), que nace de sus “preocupaciones como docente, pero también como madre y como parte de una sociedad en la que la crisis educativa actual no es solo una crisis pedagógica, sino una crisis de mundo, una crisis de la propia sociedad y de nuestra dificultad para imaginar el presente y el futuro”.

Educar es aprender a vivir juntos y aprender juntos a vivir, educar es guiar el destino de la comunidad y de cada uno de sus miembros, dice la filósofa y profesora universitaria Marina Garcés en este ensayo, en el que defiende una "educación emancipatoria", como un "sustrato de la convivencia", como "aquella que tiene como condición que cualquier aprendizaje implique aprender a pensar por uno junto a otros".

Garcés sostiene en su libro que la actual crisis educativa coincide con una crisis civilizatoria y el hecho de que vayamos ya por la octava reforma tras la aprobación de la llamada Ley Celaá es, para Garcés, "otro síntoma de cómo nos relacionamos con muy poca confianza con lo colectivo y con lo social cuando la política se dedica a marcar cada vez con unas siglas nuevas un tiempo nuevo para una educación que se quiere cambiar, en vez de atreverse a mirar los problemas fundamentales, que a lo mejor no dependen de una nueva marca y de una nueva ley, de un nuevo modelo o de una nueva metodología, sino de preguntas que siempre están ahí: con quién aprender, con qué consecuencias, de quiénes y con qué mirada desde lo social y desde lo global porque no somos sociedades estancas... pero recubrimos estas preguntas".

Garcés cree que en nuestro sistema escolar "se va perdiendo esa posibilidad de aprender a pensar con otros" a medida que los jóvenes van superando etapas. "En general, tenemos una escuela primaria bastante abierta y preparada para dar buenos elementos básicos de convivencia y aprendizaje, de abrir los sentidos y la mirada a vidas, a existencias, a compañeros, al barrio, pero es duro de ver y nos debería preocupar", señala, "que a medida que se avanza en el sistema escolar, esa disposición, tanto del sistema mismo como los que lo atraviesan, se va perdiendo y se van cerrando a otro tipo de funciones de tipo instrumental, procedimental, no tanto de obediencia rígida" sino en pos de "una servidumbre adaptativa".

Quien se ha tomado más seriamente que la educación es un terreno en el que están en juego las transformaciones del futuro son las principales fuerzas que impulsan el capitalismo actual, escribe Garcés en Escuela de aprendices: los bancos y las empresas de comunicación. Y de ahí que esa servidumbre adaptativa de la que habla la filósofa esté marcada por las lógicas del mercado: "La educación también forma parte de esta deriva del capitalismo y es obvio que es un gran negocio, tiene muchos clientes y forzados, la educación es el único bien de consumo que todos estamos obligados a consumir durante una parte de nuestra vida", explica. Cree Marina Garcés que "hoy la escuela participa de este gran bazar que es la disputa de los futuros: quién podrá acceder a qué futuros, a qué posibilidades de vida en condición de qué, con qué recursos, y eso en un momento en que empezamos a vivir el futuro como un bien escaso".

La autora sostiene que "hemos asumido esta idea de fin del mundo, de sociedad en riesgo, eso que nos muestran las películas, que pocos se van a salvar, que pocos van a seguir jugando en este videojuego del planeta en crisis y es entonces cuando la escuela y la formación se acaban convirtiendo en la bolsa de inversión, y es ahí donde se apuesta, se juega y se especula con los futuros al alza de algunos y con los futuros a la quiebra de muchos, y eso para mí es lo más grave, este carácter de especulación directo con los futuros de cada uno de nosotros".

De qué sirve saber cuando ya no sabemos vivir, se pregunta Garcés en el libro, una pregunta que "sigue siendo la pregunta de nuestro tiempo porque nos llenamos y nos inundamos de saberes, de formación, de información, ahora me apunto a un nuevo máster, a un nuevo curso, escuchamos la misma noticia cincuenta veces al día y necesitamos más y más... Pero ¿sabemos vivir? ¿Sabemos relacionarnos con lo básico y con lo importante de nuestras vidas, con aquellos que tenemos enfrente, al lado, con las decisiones que atraviesan los momentos clave de nuestras vidas, con la posibilidad de no saber qué hacer? Esto lo formulo en términos personales, pero son también preguntas sociales y colectivas de nuestro momento, lo más grave es que no sabemos imaginar cómo vivir".

La filósofa también defiende en este libro nuestro derecho a no saber frente a "un sistema de conocimiento acumulativo como el que tenemos: acumulamos datos y nos parece que eso nos salva de algo, y todo lo que no cabe o se nos escapa nos da miedo y es sinónimo de peligro y de amenaza, pero todo lo que no sabemos es lo que está más lleno de lo que está por aprender, por hacer y por construir, y tenemos que aprender a mirar ahí".

 
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