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¿Previene la vitamina D la COVID-19? Todavía no lo sabemos

Entre otras funciones reduce la inflamación, ya que inhibe la proliferación de células que favorecen este proceso y potencia nuestro sistema inmune, que nos defiende de infecciones

Vitamina D, en gotas. (Getty Images)

Vitamina D, en gotas.

Madrid

Este año la vitamina D ha recibido gran atención porque algunos estudios han sugerido que es capaz de protegernos de la COVID-19. ¿Es esto cierto? Para contestar a esta pregunta primero debemos explicar qué es y para qué sirve esta hormona.

La vitamina D (colecalciferol) está presente en algunos alimentos y puede consumirse también como medicamento o suplemento. Se sintetiza en la piel mediante rayos ultravioleta B (UVB) del sol. Entre otras funciones reduce la inflamación, ya que inhibe la proliferación de células que favorecen este proceso y potencia nuestro sistema inmune, que nos defiende de infecciones. Diversos estudios han encontrado que niveles bajos de vitamina D se asocian con mayor riesgo y peor curso clínico de infecciones.

Múltiples investigaciones sugieren que un aporte suficiente de vitamina D podría proteger frente a la infección por SARS-CoV-2. Son estudios ecológicos, que realizan comparaciones globales internacionales con datos agregados por países. En otras palabras, no analizan individuos. Esto hace que solo sirvan para sugerir hipótesis, pero no para demostrarlas.

Dentro de los estudios individualizados predominan los observacionales, donde los investigadores simplemente recogen datos de miles de participantes. Otra alternativa serían los ensayos de intervención con reparto aleatorio, en los que los investigadores intervienen, asignando al azar distintas dietas a los participantes. La asignación aleatoria asegura que se estarán comparando a grupos iguales.

En este contexto, los estudios ecológicos encuentran que los países con niveles medios más bajos de vitamina D, o menor exposición a la radiación solar UVB, han presentado mayor mortalidad por covid-19. Al proceder de datos agregados (ecológicos), no permiten demostrarlo.

Prevenir no es tratar

Buenos estudios observacionales, ya individualizados, han encontrado que los grupos con deficiencia de vitamina D tenían un mayor riesgo de hospitalización y mortalidad por COVID-19. Además, se ha hallado una correlación inversa entre los niveles de vitamina D y la gravedad de la enfermedad: a mayores niveles de vitamina D, menor gravedad. Pero correlación no es causalidad.

No obstante, tanto estudios observacionales como ensayos de intervención con reparto aleatorio previos a la pandemia ya mostraban que mayores niveles de vitamina D conducían a menor riesgo de contraer infecciones virales del tracto respiratorio. Con respecto a la COVID-19, varios estudios observacionales han encontrado que personas con niveles más bajos de vitamina D tenían mayor probabilidad de tener un mal pronóstico de la infección por SARS-CoV-2.

La plausibilidad biológica de esta asociación no se ha puesto en duda, ya que por su efecto inmunomodulador la vitamina D influye en la respuesta frente a las infecciones. Estos argumentos son ya pruebas de causalidad, que se podrían corroborar mediante ensayos. Hay en marcha actualmente diversos ensayos clínicos aleatorizados dirigidos a valorar el efecto de añadir vitamina D al tratamiento de esos pacientes.

La evidencia científica disponible sugiere un posible efecto preventivo, pero no que la vitamina D sea un tratamiento válido para la COVID-19.

Exposición solar

Como explicamos en el libro ¿Qué comes?, pocos alimentos contienen naturalmente cantidades importantes de vitamina D:

pescados grasos (atún, trucha, salmón, caballa) y los aceites de hígado de pescado.

el hígado de ternera, el queso y las yemas de huevo tienen pequeñas cantidades de vitamina D, principalmente en forma de vitamina D3 y su metabolito 25(OH)D3 (los metabolitos son sustancias producidas durante el metabolismo).

los hongos y las setas proporcionan cantidades variables de vitamina D2. Exponerlos al sol antes de cocinarlos aumenta esos niveles, por eso algunos de los hongos disponibles en el mercado han sido previamente tratados con luz ultravioleta.

Algunos lácteos y zumos están enriquecidos artificialmente (y así lo indican sus etiquetas).

La mayoría de las personas cubren sus necesidades de vitamina D parcial o totalmente mediante la exposición solar.

Una exposición de 10 a 30 minutos (hace falta más tiempo en invierno que en verano), en particular entre las 10 de la mañana y las 4 de la tarde, diaria o, por lo menos, de dos veces por semana, con cara, brazos, manos y piernas descubiertas, sin filtro solar ni cremas protectoras conduce a una síntesis suficiente de vitamina D.

Pero las personas mayores y quienes tienen piel oscura son menos capaces de producir vitamina D mediante exposición solar. Es importante tener en cuenta que la radiación UVB no atraviesa el cristal, por lo que la exposición solar a través de una ventana cerrada no sirve en absoluto.

Pero la vitamina D no actúa en solitario. Es parte de una gran orquesta. Para que la orquesta funcione bien, no basta con un excelente solista; todos los instrumentos deben estar bien afinados. Son el resto de micronutrientes que contribuyen a la resistencia frente a infecciones (zinc, calcio, vitamina C y muchos otros antioxidantes y antiinflamatorios).

Tanto en el estudio Seguimiento Universidad de Navarra, como en PREDIMED, un adecuado seguimiento de la dieta mediterránea aseguraba un aporte adecuado del conjunto de micronutrientes. El patrón alimentario es un determinante de la COVID-19 y sorprende que, a estas alturas, nadie esté hablando de ello.

Miguel A. Martínez González, Catedrático de Salud Pública, Universidad de Navarra y Nerea Martín Calvo, Profesora Contratada Doctora. Medicina Preventiva y Salud Publica., Universidad de Navarra

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

 
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