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Manuel Vilas: "La Constitución debería asegurar que todo español pueda vivir un amor sin freno"

El escritor publica 'Los besos', una historia de amor ambientada en tiempos del Covid que mira a El Quijote, al Golpe de Estado de Tejero y a la huida del Rey Emérito

Foto de archivo de Manuel Vilas / PLANETA

Foto de archivo de Manuel Vilas

Con Ordesa, Manuel Vilas se convirtió en la sensación literaria de 2018. La historia de una familia estándar en la España de los sesenta hacia delante. La historia de un hombre en crisis en un país en crisis. Luego llegó el Planeta con Alegría. Y ahora, después de la pandemia, otra crisis vital, con la dimensión económica, social y sanitaria añadida, Vilas vuelve con Los besos, publicada también con Planeta. Es una novela de amor a los sesenta. Amor en tiempos de odios y revisión de lo que ha sido la pandemia. 

Menudo otoño de publicaciones y novedades literarias... ¿le agobia?

No. La literatura española está ponente y eso es positivo.

¿Cuándo decides que quieres contar un relato de la pandemia? ¿En qué momento?

Surge cuando aparece la pandemia. Ya antes andaba detrás de una novela de amor, pero no tenía claro cómo encauzarla. Cuando llegó el coronavirus pensé que tenía que hacerla y enfocarla en aquello que nos salva de una catástrofe sanitaria o económica. Lo que nos salva es una historia de amor. Ahora bien, es una historia de amor en la edad madura, con un narrador que tiene muchos miedos y que se cuestiona si tiene legitimidad para vivir una historia de amor con la edad que tiene.

Aparece la figura de Don Quijote, ¿Qué tiene la pandemia de ilusión quijotesca?

El protagonista de la historia se entusiasma con el enamoramiento que está viviendo y que de repente quiere elevarlo, sublimarlo. Como está confinado y está leyendo El Quijote, ve en la obra una solución al enigma humano de que en la vida lo importante es crearse ilusiones, aunque sean falsas: sino no se puede vivir. Sin ilusiones, de la naturaleza que sean, la vida es gris, por eso él decide tirar para adelante y acaba viviendo de manera quijotesca. Incluso a su enamorada le cambia el nombre y empieza a verla de una manera idealizada. Monta una épica personal y hace una serie de cosas a imitación del quijote, aunque mucho más a ras de suelo. Es un hombre capaz de montarse una fantasía y vivirla. Eso que tanta mala prensa ha tenido siempre, de tener pájaros en la cabeza cobra sentido, porque sin eso la vida es triste. Lo que buscan los dos protagonistas es salir de pandemia y de ese horror y tratar de tener algo que merezca la pena ser vivido.

Dices que Don Quijote no huía de la realidad, sino que huía de España, ¿nos pasa un poco a todos? ¿Huimos todos de España?

Los españoles tenemos un problema con España, pero en vez de sufrirlo, deberíamos hacer cosas divertidas con eso. Es algo que hemos sufrido históricamente. El problema que tiene España es el progreso y la modernidad. Ahora estamos por el buen camino, llevamos 30 o 40 años ahí, pero siempre ha sido nuestra asignatura, ser un país moderno y de progreso. Eso es lo que ha creado desafección, sobre todo entre los intelectuales, ver que siempre llegábamos tarde a todos los progresos. Creo que tenemos que tomárnoslo a guasa, como hace el personaje diciendo esa frase de que Don Quijote huía de España. La literatura, lo que tiene de bueno es que crea un punto de vista alternativo que nos enriquece, que no es dogmático; sino irónico. Es una alternativa, a la hora de mirar las cosas, muy emocional y nos sirve. Eso es lo que yo entiendo por literatura.

Hay otro espejo, aparte del Quijote, que es la España del 81, ¿qué tiene ese momento para que hayas comparado la pandemia con ese momento del Golpe de Estado de Tejero?

En un momento dado el narrador se acuerda de ese año en el que él vivió algo similar. Seguramente muchos ya no recuerden qué pasó ahí, pero en su memoria se activa la memoria de los hechos colectivos. El único hecho que recuerda en el que todo el país estuvo en vilo, fue ese golpe de estado de 1981. Si nos preguntamos los hechos de carácter épico o colectivo que ha vivido un español, pues serían el golpe y el coronavirus. Podríamos añadir el 15M o el 11M, pero esos hechos no le caen tan cerca.

Señalas que además del virus que hemos padecido, la sociedad española padece otro: la televisión, ¿hasta qué punto la pandemia ha acrecentado ese poder mediático?

Cuando empezó la pandemia estábamos todos pegados a la televisión y eso nos distorsionó muchísimo. El lenguaje y la manera de entender las cosas de la televisión y los medios de comunicación se coló en nuestras vidas hasta tal punto que no nos quedaba un rincón donde construir nuestra apropia emoción e identidad como series humanos. Es como si no nos dejaran ser. Eso es lo que nota el narrador, que su vida ha sido invadida por los medios de comunicación y el relato de la política. Fuera de eso no había nada. Eso le asusta, porque cree que sin eso no tiene nada. Es ahí donde empieza a construir su amor por Montserrat y una lucha contra esa realidad imbasiva y es una realidad amorosa alternativa a lo que hay fuera.

¿Es lo más revolucionario en estos momentos escribir una historia de amor ahora que nos tiramos los trapos a la cabeza o hablar de besos ahora que vamos con mascarillas?

Yo sí lo creo. Hemos dado un portazo al amor, a veces porque hemos pensado que era antiguo o curso, también porque hemos predefinido la masculinidad. Hemos hecho muchas cosas que están bien, pero no hace falta cargarnos el amor, que es algo tan bonito. Hacemos muy mal si en aras de una supuesta modernidad acabamos con el amor. Sin tocar al otro no hay vida, no podemos vivir sin los demás, esa es la tesis de la novela, de ahí el título también, Los besos. Quien quiera fundamental una realidad social sin la presencia del erotismo o del sexo o del enamoramiento, va a sesgar una parte importante del corazón de los seres humanos. La pasión amorosa a mí me parece que debía estar en la constitución, que todo español o española pueda vivir en la vida, al menos una vez, una pasión sin freno. Eso es importante. En un momento de la novela se dice que los enamorados no ven el telediario y eso es verdad, los enamorados no ven nada de la realidad, más allá del objeto de su pasión.

La pasión amorosa a cualquier edad...

Yo quería reivindicar ese estado del alma humana y, sobre todo, en la edad madura. Tengo 59 años y también me pregunto si ya no voy a tener derecho a vivir esa pasión romántica de los veinteañeros. Algo que, por otra parte, lo hemos tildado siempre como ridículo, tanto en hombres como mujeres. El enamoramiento debe extenderse a toda edad, hasta el último aliento. Eso es ampliar la vida y las ganas de vivir.

Como escritor, ¿cómo has pasado la pandemia? ¿en qué te ha cambiado? ¿En qué ha cambiado la percepción de tu oficio?

Pues yo lo pasé fatal, la verdad. Escribí, trabajé, terminé esta novela, leí libros, pero yo estaba mal. Yo he tenido en mi vida a tener una mala opinión de mí mismo. Cuando me sentí tan atacado y tan mal en el confinamiento, empecé a pensar que para mí la libertad y el amor a la vida es brutal, no sé vivir sin eso. Y empecé a tener una mejor opinión de mí mismo. Tengo unas ganas de vivir tremendo y no podía soportar eso, necesitaba a la gente, sentir la fuerza de la vida y en eso estamos, a ver si nos la acaban de devolver.

Hablas al final de la novela de Juan Carlos I, de la huida del país, que casi es un fin de ciclo, y dices que salvó España, pero que igual también estaba salvando su negocio…

Es que me lo puso a huevo. Pensé mucho en eso, en que salvó España, todo el mundo lo dijo, lo vimos, tenía yo 18 años cuando salió vestido de capitán general. Luego pasan 40 años y vemos que había un negocio. Esa gran ironía de la historia de que no se pueda distinguir el bien común del negocio de una sola persona, me parece tremenda. Esas ironías de la historia me dejan muy perplejo. En la política pasa igual, es muy difícil discernir del bien general o del beneficio del político, porque hay una intersección de su carrera personal con el interés del estado. Son grietas de la realidad y yo no las juzgo, simplemente las retrato. Esta es una historia de amor, pero siempre me gusta reflejar los contextos sociopolíticos de los personajes y esta realidad de que el rey de España se marcha en medio de la pandemia tenía que estar. La literatura debe estar atenta a estas cosas, porque se mueve más en el pensamiento mágico, en las metáforas, en los símbolos.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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