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Mascarillas

La evidencia científica demuestra que las mascarillas frenan la COVID (y las quirúrgicas son la mejor opción)

Desde que los coronavirus empezaron a extenderse por todo el mundo, se ha debatido sobre la eficacia de las mascarillas para prevenir el COVID-19; un año y medio después, ¿qué pruebas hay?

Una dona amb mascareta, en una imatge d'arxiu / Gustavo Valiente (EUROPA PRESS)

California

Las mascarillas, ¿realmente funcionan? Y si lo hacen, ¿por cuál debería optar, por una N95, por una quirúrgica, por una textil o por una braga de cuello?

Durante el último año y medio los investigadores han acumulado un enorme número de evidencias científicas gracias a estudios de laboratorio, simulaciones con modelos y ejercicios de observación que demuestran la efectividad de las mascarillas. Por ello resulta comprensible que a mucha gente le esté resultando difícil mantenerse informada sobre qué funciona y qué no en lo referente a esta cuestión.

Soy profesora universitaria de ciencias de la salud ambiental, y yo también he estado pensado en las respuestas a estas preguntas. Hace unos meses dirigí un estudio que analizaba las investigaciones disponibles hasta entonces sobre qué materiales protegían mejor frente al virus.

Y recientemente participé en el mayor ensayo aleatorio controlado realizado hasta la fecha para comprobar la efectividad de llevar mascarilla. El estudio aún está a la espera de ser evaluado por pares, pero ya ha tenido una gran acogida dentro de la comunidad médica. Lo que hemos descubierto nos proporciona una evidencia paradigmática que confirma lo defendido por investigaciones anteriores: llevar mascarillas, y sobre todo las quirúrgicas, evita la expansión de la COVID-19.

Los estudios de laboratorio ayudan a los científicos a comprender el comportamiento de los aerosoles y el efecto de las mascarillas.

Estudios de laboratorio y de observación

La gente ha usado mascarillas para evitar contraer enfermedades desde la gran plaga de Manchuria de 1910.

Durante la pandemia del coronavirus se ha puesto el foco en las mascarillas en la medida en que suponen un instrumento para impedir que los contagiados contaminen el aire situado a su alrededor (el conocido como “control de fuente”). Y las evidencias obtenidas en estudios de laboratorio recientes defienden esta teoría. En abril de 2020 se demostró que las personas infectadas con un coronavirus (pero no el SARS-CoV-2) exhalaban menos cantidad de ARN vírico en torno de ellas cuando llevaban puesta la mascarilla. Existen otros estudios de laboratorio que, de igual modo, respaldan su eficacia.

Pero existen numerosos epidemiólogos que, más allá de las condiciones de laboratorio, han evaluado el impacto real tanto de llevar mascarilla como de las políticas que lo regulan para comprobar si dicho uso contribuye a frenar la expansión de la COVID-19. Un estudio observacional (con ello nos referimos a que no era un estudio controlado en el que se determinaba qué gente llevaba mascarilla y quiénes no) publicado a finales de 2020 analizaba las características demográficas, la capacidad de realizar test, las características de los confinamientos y la extensión del uso de la mascarilla en 196 países. Los investigadores descubrieron que, una vez controlados otros factores, los países con políticas o normas culturales proclives al uso de la mascarilla presentaban un incremento de la tasa de mortalidad per capita durante los brotes de coronavirus de un 16 %, mientras que esta misma cifra ascendía un 62 % en los países que carecían de estas normas.

Uso de mascarilla aleatorio y a gran escala

Los estudios de laboratorio, los de tipo observacional y los basados en simulaciones han demostrado de forma sólida la eficacia de muchos tipos de máscaras. Pero su capacidad de prueba no es tan sólida como la de los ensayos aleatorios controlados masivos realizados a un público general. En estos ensayos aleatorios se comparan grupos una vez que la intervención se ha producido, pero dicha intervención se ejecuta sobre grupos seleccionados de forma aleatoria y no en conjuntos de individuos específicamente diseñados para ser comparados. Un estudio de este tipo realizado en Dinamarca a comienzos de 2020 no arrojaba una conclusión clara al respecto, y es que trabajaba con muestras de individuos relativamente pequeñas y funcionaba sobre la base de que los sujetos informaran fielmente sobre su uso personal de la mascarilla.

Entre noviembre de 2020 y abril de 2021 mis colegas Jason Abaluck, Ahmed Mushfiq Mobarak, Stephen P. Luby, Ashley Styczynski y yo misma (y siempre en estrecha colaboración con nuestros colaboradores del Gobierno de Bangladesh y de la entidad de investigación sin ánimo de lucro Innovations for Poverty Action) llevamos a cabo un ensayo aleatorio controlado a gran escala sobre la eficacia de la mascarilla en este país. Nuestros objetivos eran descubrir las mejores formas de alentar el uso de la mascarilla sin recurrir a la obligación legal, comprender la incidencia de las mascarillas en la transmisión de la COVID-19 y comparar la eficacia de las máscaras textiles con la de las quirúrgicas.

El estudio implicó a 341 126 adultos de 600 localidades rurales de Bangladesh. En 300 no alentamos el uso de las mascarillas, y por tanto la gente siguió usándolas (o no usándolas) de idéntica manera a como venían haciéndolo hasta ese momento. En 200 localidades alentamos el uso de mascarillas quirúrgicas, mientras que en 100 lo hicimos con las textiles, por lo que en cada grupo pusimos a prueba un buen número de estrategias relativas al fomento del compromiso personal de los individuos.

Durante ocho semanas nuestro equipo distribuyó mascarillas gratuitas por las casas a los adultos de los grupos que estaba planeado que la usaran, y se les dio información sobre los riesgos de la COVID-19 y sobre la importancia del uso de las mascarillas. También trabajamos con miembros de la comunidad y con líderes religiosos para planificar e impulsar su uso, e incluso contratamos a gente para que recorriera los pueblos y le pidiera educadamente a todos aquellos que no llevaban puesta la mascarilla que se la pusieran. Y de igual modo teníamos personal de paisano que tomaba nota de si la gente se ponía la mascarilla de forma correcta sobre la nariz y la boca, si lo hacía de forma incorrecta, o si no lo hacía en absoluto.

Pasadas cinco semanas desde el inicio del estudio, y posteriormente también en la novena semana, recogimos datos sobre síntomas de COVID-19 en todos los adultos participantes. Si una persona informaba de síntomas de la enfermedad, le tomábamos una muestra de sangre y la analizábamos para comprobar si estaba infectada.

El uso de la mascarilla reduce la incidencia de COVID-19

La primera pregunta a la que mis colegas y yo necesitábamos dar respuesta era si nuestros esfuerzos habían conseguido que se produjera un aumento del uso de la mascarilla. Y lo cierto es que su uso se triplicó, desde el 13 % del grupo al que no le dimos mascarillas al 42 % en el grupo que sí. Otro dato interesante fue que la distancia física se incrementó un 5 % en los pueblos en los que se había fomentado el uso de la mascarilla.

En los 300 pueblos en los que distribuimos algún tipo de mascarilla observamos una reducción de la incidencia de la COVID-19 de un 9 % frente a las localidades donde no lo hicimos. Y debido al reducido número de pueblos en los que alentamos el uso de mascarillas textiles, no fuimos capaces de determinar si estas o las quirúrgicas resultaron más eficaces para contener el virus.

Pero sí que logramos una muestra lo suficientemente grande como para concluir que en los pueblos en los que distribuimos las mascarillas quirúrgicas la incidencia del virus bajó un 12 %. En estas localidades los contagios de COVID-19 descendieron un 35 % en las personas por encima de los 60 años, y un 23 % en las personas de entre 50 y 60 años. Y en lo referente a los síntomas compatibles con la enfermedad, descubrimos que se produjo una reducción del 12 % tanto entre los que usaron mascarillas quirúrgicas como en los que usaron textiles.

Las evidencias científicas respaldan el uso de la mascarilla

Antes de este estudio no existía una evidencia paradigmática sobre la efectividad de la mascarilla a la hora de frenar la COVID-19 en las interacciones de nuestra vida cotidiana. Nuestro estudio aporta evidencias sólidas basadas en situaciones reales sobre la eficacia de las mascarillas quirúrgicas para reducir los contagios de COVID-19, especialmente en los adultos de mayor edad, que son los que sufren mayores tasas de muerte y tienen más posibilidades de sufrir secuelas graves en caso de infectarse.

Los políticos y las autoridades sanitarias ya poseen evidencias científicas procedentes de pruebas de laboratorio, simulaciones, ensayos basados en la observación y experimentos desarrollados en condiciones reales que demuestran que el uso de la mascarilla reduce el impacto de las enfermedades respiratorias, incluida la COVID-19. Dado que esta enfermedad puede contagiarse muy fácilmente de persona a persona, cuanta más gente lleve mascarilla, mayor será el beneficio común.

Laura (Layla) H. Kwong, Assistant Professor of Environmental Health Sciences, University of California, Berkeley

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

 
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