El calvario de las víctimas de violencia obstétrica: de la maniobra Kristeller a la cesárea forzosa "y a casa"
Víctimas de violencia obstétrica denuncian los tratamientos coercitivos en el ámbito sanitario y reivindican este tipo de maltrato hacia las mujeres
Los ginecólogos aseguran que tienen en cuenta las preferencias de las pacientes, pero "hay situaciones complicadas en las que hay que hacer intervenciones necesarias"
"Mi ginecóloga me dijo que por qué gritaba, me mando callar directamente. Y en ese momento la vida de tus hijos depende de ella, cómo vas a decir algo"
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Madrid
Desamparo, abuso verbal, humillaciones, prácticas no consentidas o procedimientos coercitivos médicos son algunas de las denuncias más comunes de muchas mujeres a la hora de dar a luz. Una violencia obstétrica que sufren dos de cada tres mujeres en España durante el embarazo, parto y puerperio, según un informe que reporta la asociación El parto es nuestro, y alrededor del 40% en todo el mundo, según datos de la OMS.
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"Las situaciones más frecuentes que nos encontramos van desde no permitir el acompañamiento durante las revisiones del embarazo o en el parto, a prácticas que están desaconsejadas directamente por organismos oficiales como inducciones que no están justificadas, maniobra Kristeller o episiotomías", destaca la psicóloga Eva Rel, miembro El parto es nuestro, que se encarga de apoyar y dar soporte a mujeres que sufren este tipo de violencia.
"Se sentaron encima de mi barriga para hacer presión"
Sonia tiene 37 años y se quedó embarazada hace cinco. Desde las primeras visitas al ginecólogo ya presentía que algo no iba a ir bien durante el proceso. "Me frustraba cada vez que iba a las citas porque no me informaban de nada, me decían que todo estaba bien, pero ni siquiera me dejaban ver las ecografías. Para que mi pareja pudiera entrar conmigo, era una lucha constante", recuerda. Pero lo peor llegó cuando tuvo que dar a luz:
"Me puse de parto un 15 de enero y acudí al hospital. Me llevaron a una sala porque tenía que dilatar aún cinco centímetros, pero no hacían más que meterme prisa. Yo les dije primero que me aislaran para poder estar más tranquila porque en esa situación lo último que quieres es ver cómo todo el mundo pasa por los pasillos, te miran, gritan...", cuenta. Sin embargo, los médicos que la atendieron le dijeron que no era posible y que tenía dos horas para dilatar lo que le quedaba porque "andaban mal de espacio en el paritorio".
Al ver que Sonia no conseguía dilatar lo suficiente, primero le hicieron la maniobra Kristeller, totalmente desaconsejada por las autoridades sanitarias. "Dos enfermeras se sentaron casi encima de mi barriga para ejercer presión sobre el útero y así con suerte que el bebé empezara a empujar. Es de las situaciones más horribles que viví", relata. "Ya no es solo el dolor físico, es que te sientes juzgada y desamparada. Tener que escuchar: 'Mira bonita, yo estoy haciendo mi trabajo y si has venido a parir, pares' es desolador", revela Sonia.
"No hacían más que meterme prisa"
En esos casos, lo normal es dilatar un centímetro por hora y según cuenta Sonia, le quedaban cinco y a las dos horas ya le estaban llevando a quirófano para practicarle una cesárea totalmente innecesaria. "Cómo iba a dilatar si me estaban agobiando, no hacían más que meterme prisa y nadie tenía un mínimo de respeto ni empatía", recuerda. "Ni siquiera me dieron el consentimiento informado para firmar y me practicaron una cesárea forzosa", añade.
"Y después de eso, con toda la sedación que no me dejaban ver a mi bebé cuando lo que necesitas en ese momento es que te lo pongan en brazos, no dejaban pasar a mi pareja y eso te crea una angustia terrible", cuenta. Sonia denuncia haber sufrido violencia obstétrica durante todo su embarazo, pero lo que más le impresionó después de cada vulneración de derechos, es cuando recibió el alta. "A los dos días me mandaron a casa con siete puntos de cesárea y mastitis porque no podía darle el pecho a mi hijo. Vamos, cuando lo mínimo es estar ingresada una semana. Me sentí humillada y maltratada", confiesa.
"Quería vomitar y no me hacían caso"
Belén tuvo dos niños gemelos y durante el embarazo todo fue normal. Sin embargo, el calvario comenzó en el parto. "El día de mi parto ocurrieron una serie de acontecimientos que hablando con la gente que me rodeaba y sobre todo, con mis médicos, fueron procedimientos no autorizados. Una violencia obstétrica en toda regla", cuenta. "Mientras estábamos con los pujos en la sala de paritorio y acompañada ya por fin (de mi matrona y mi marido), mi matrona me dijo que me tenía que preparar rápido, porque la ginecóloga cuando llegara iba a ir a toda prisa, y que el trabajo que hiciera con ella sería para adelantar y no sufrir tanto luego", continúa.
Poco después llegó la ginecóloga y Belén se quedó en shock al oírla decir: "Urgente. A quirófano por si hay complicaciones y acabamos en cesárea". La matrona en ese momento dijo que el primer bebé debería nacer primero y en caso de haber después algún tipo de complicación ya irían a quirófano. Sin embargo, la acostaron y empezó a sentirse mal con dolores insoportables y ganas de vomitar. "Expresé mi incomodidad al estar acostada y no me hicieron ni caso, como si no hubiera hablado. Y encima dices, cómo voy a decirle algo cuando la vida de tus hijos está en sus manos", relata.
Atada de pies y manos en el quirófano
Cuando llevaron a Belén a quirófano, había una treintena de profesionales, lo cual le resultaba bastante incómodo. Ella pensó: "¿No sería mejor pedir autorización para grabar el parto y que no hubiera tanta gente dentro? Yo me sentía un mono de feria, y algunos de ellos encima hablando de sus planes del fin de semana, otros con el móvil...", señala indignada. Belén denuncia que la ataron de pies y manos, con vendas y que no hacían caso cuando ella se quejaba de dolor. "Les dije que me hacían daño y según ellos, era por mi seguridad. Todavía no entiendo estos procedimientos tan ancestrales", declara.
Acostada todavía y atada de pies y manos, Belén comunicó que tenía ganas de vomitar nuevamente a lo que le dijeron que se tranquilizara que podía ser por la epidural. "Afortunadamente mi matrona vio que nadie hacía nada, me soltó una mano y me ayudó a girarme un poco", recuerda. "Al momento de una contracción, Martín se había subido por el hecho de haberme acostado, así que, para emplear unas palas para abrirme, me hicieron una episiotomía sin consentimiento. Empecé a empujar mientras gritaba y entonces me mandaron callar, y con voz prepotente la ginecóloga que supervisaba mi parto me dijo: 'Tranquilita, eh'", revela.
La sensación de impotencia que sintió Belén es la misma que sufren muchas mujeres que son maltratadas obstétricamente. Por suerte, Belén pudo tener en sus brazos enseguida a Martín y Ale, a diferencia de Sonia. "En ese momento tu mente elimina por completo todo. Te centras en si respiran, si lloran, si están bien, solo quieres tenerlos en tus brazos y contarle a tu pareja lo bonitos que son, pero normalizas cualquier práctica abusiva que ha sucedido durante el parto, porque solo te preocupan ellos y llevártelos pronto a casa", explica Belén, que asegura que normalizó su parto hasta tiempo después.
Ansiedad, estrés postraumático o depresión posparto
A Belén no le quedaron secuelas graves después de recibir esa atención médica durante el parto, pero hay muchas mujeres que sufren cuadros de ansiedad, estrés postraumático o depresión posparto. "Hablamos sobre todo de las cesáreas que es donde más se evidencia la falta de apego con el bebé porque son procesos en los que la vinculación natural está siendo alterada. Hay mujeres que acarrean mucha culpa, rencor e incluso miedo o fobia a la institución médica y algunas hasta abandonan la idea de una segunda maternidad por la experiencia vivida", explica la psicóloga Eva Rel.
Sonia por desgracia sí tuvo un estrés postraumático que le hizo rechazar a su bebé durante tres meses. "Me sentía fatal, pero era cogerlo en brazos y echarme a llorar. Me sentía totalmente despersonalizada de mi hija", afirma. Acudió a terapia y aunque poco a poco recuperó el apego, tiene claro que no volverá a tener más hijos. "No me lo planteo, algo que debería haber sido la experiencia más maravillosa de mi vida se convirtió en un calvario de más de un año. Me da pena, pero no volvería a pasar por eso otra vez", asegura.
¿Por qué se ejerce la violencia obstétrica?
Desde la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia llevan años reclamando una legislación nacional que actualice la praxis durante la atención médica de este tipo. Todavía hay informes y recomendaciones del Ministerio de Sanidad, pero son consejos, no una normativa a cumplir. "Tenemos unas prácticas de 2008 y unos organismos oficiales que tienen estudios en los cuales se valora que prácticas sirven para qué y cómo se realizan, pero tienen que ser actualizadas y eso no está siendo así. Las guías que han salido del ministerio no se están llevando a cabo ni por los profesionales ni en los hospitales", denuncia la miembro de El parto es nuestro.
Asimismo, considera que la violencia obstétrica es intrínseca y se perpetúa en nuestra sociedad porque el sistema sanitario es jerárquico y "esa jerarquía se ejerce también contra las mujeres". "Si entramos dentro del sistema sanitario, somos seres que tenemos que consentir y dejarnos hacer, esa es la idea de paciente, que no eres protagonista", argumenta Rel. Por otra parte, la psicóloga indica que la enseñanza de la profesión "está orientada hacia la patología y entonces se concibe el embarazo, parto, y puerperio como procesos patológicos o susceptibles de patología cuando es un proceso fisiológico que no necesariamente tiene que ser así".
"El obstetra tiene que valorar el riesgo-beneficio de las intervenciones"
Sin embargo, desde la ginecología y obstetricia, el ginecólogo residente G. F. C. (prefiere que no aparezca su identidad) defiende que hay mucho debate acerca del término de la violencia obstétrica y que desde su experiencia, intentan hacer caso de las preferencias de las embarazadas y que se sientan cómodas siempre que sea posible, "pero hay veces que no se puede llegar a unos términos de exigencia o complejidad porque dificulta mucho nuestra labor".
El ginecólogo señala que se está potenciando el no intervenir demasiado durante el parto, "pero eso puede limitar mucho porque hay veces que se llega a situaciones extremas y se pone en riesgo tanto a la madre como al niño, por lo que el obstetra tiene que valorar el riesgo-beneficio de las intervenciones que tiene que hacer, necesarias para garantizar la salud". Además, es partidario de dar toda la información necesaria a la paciente, desde el plan de parto a las diferentes opciones que tienen a la hora de dar a luz, aunque explica que no siempre se puede cumplir.
"Cuando hay complicaciones y es necesario hacer más intervenciones, hay que hacerles entender que la situación es complicada y que necesitamos hacer algo, si hay que indicar una cesárea, un parto instrumental porque el bebé se esta poniendo malito o lo que sea", explica. Y no considera que la violencia obstétrica sea una práctica sistemática en España: "Muchas veces son experiencias personales de pacientes que han tenido mala suerte y se han encontrado con una experiencia obstétrica difícil, con alguien que no ha tenido el tacto que tenía que tener".
Ginécologos, obstetras, asociaciones, víctimas e instituciones tienen la gran labor de concienciar, regular y proteger para que se acabe con la violencia obstétrica. Desde El parto es nuestro, además de campañas de concienciación dan asistencia psicológica, terapéutica y legal a las mujeres que han sufrido alguna vez este tipo de maltrato. Y como reclaman las víctimas: "Denunciad, no tengáis miedo y denunciad para que vuestras hijas no tengan que sufrir esta violencia".
Sandra Fernández Pérez
Graduada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y en Ciencia Política y Gestión de la...
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