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La SER recorre la zona de exclusión de la central de Chernóbil, donde los niveles de radiación todavía se disparan

Enviado especial a Chernóbil (Ucrania)

Siguen los ataques, con varias matanzas de civiles este fin de semana cuando Moscú asesinó a casi todos los viajeros civiles de un minibús. Este lunes volverán a manifestarse las madres de los soldados presos en el frente para reclamar que sean liberados pronto esos 1.000 cautivos por cada bando. En el resto de las negociaciones y, sobre todo, en el alto el fuego, todo sigue dependiendo de Putin.

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El presidente ruso sigue diciendo que quiere terminar lo que empezó en 2022 y que será el primero al que llame Trump y al que Marco Rubio le ha dicho que están listos para organizar pronto una reunión entre ambos.

El inquilino del Despacho Oval llamará después a Zelenski, que está regresando de su ronda de reuniones en el Vaticano y Roma. Hay mucha expectación porque se espera que Putin ceda algo más a la presión de Trump, pero en general aquí en Kiev hay mucho escepticismo y desconfianza con el líder ruso.

La seguridad de Chernóbil

El ejército ucraniano continúa reforzando la seguridad de la central nuclear más famosa del planeta, la de Chernóbil, tres meses después del ataque ruso al sarcófago del reactor que contaminó a media Europa.

La eterna amenaza nuclear rusa y su control de Zaporiyia y, durante meses, de Chernóbil han reavivado el miedo a los peligros de la energía atómica en ciudades cercanas a la central y en la propia aldea de Chernóbil.

Los rusos ocuparon la central al inicio de la invasión rusa a gran escala, en febrero de 2022, y permanecieron allí hasta hasta abril, a la vez que cavaron trincheras en la llamada zona del bosque rojo, un bosque de coníferas que murieron inmediatamente por la radiación tras el accidente.

Toda esa madera se encuentra enterrada en la tierra más contaminada y, según los expertos, los soldados rusos que cavaron esas trincheras en 2022 y durmieron en ellas desarrollarán todos cáncer de tiroides.

Recorremos la zona de exclusión

Los dosímetros que miden la contaminación nuclear saltan nada más entrar a la zona de exclusión: los niveles siguen siendo mortales.

Recorremos toda la zona de exclusión hasta llegar a unos metros del sarcófago que, desde 1986, selló la contaminación que afectó a más de 3 millones de personas en media Europa. Estamos junto al sarcófago del reactor 4 de la la central de Chernóbil, que tiene un enorme agujero en el tejado curvado.

Allí, un ingeniero, que trabajó para apagar el incendio del reactor que luego ayudó a construir Volodimir, nos señala el agujero provocado por el dron ruso que atacó la central en febrero, que generó en realidad más de 300 agujeros de entre 30 y 50 centímetros.

Aunque no provocó que saliera contaminación, sí que hizo que todo el planeta pusiera su mirada en Chernóbil, que nunca ha dejado de ser uno de los mayores sinónimos de miedo.

Desde allí nos dirigimos al interior de la central. Pasamos un rudimentario escáner para detectar contaminación nuclear y llegamos al comedor, donde almuerzan decenas de trabajadores.

Es ahí donde Volodimir se desahoga y dice que Putin está usando el terror nuclear desde el inicio de esta guerra, tanto por el ataque ruso de febrero con drones a Chernóbil como por el control de Zaporiyia o el miedo al uso de armas nucleares.

Este liquidador, como se llamó a los 600.000 trabajadores que apagaron el incendio y construyeron el sarcófago, tenía 24 años. Ahora, con casi 65 y a pesar de ser uno de los únicos cinco supervivientes de su brigada de 25 compañeros -todos han muerto de cáncer-, sigue defendiendo las centrales nucleares.

Volodimir pide a Putin y a todos que no usen las centrales nucleares como objetivo porque se pone en peligro al planeta.

El dosímetro se dispara

Entre las poblaciones junto a la central, que quedaron abandonadas y siguen ancladas en la época soviética, se encuentra Pripiat, de la que huyó una de esas niñas de Chernóbil que se refugiaron temporalmente en España.

Nada más entrar a Pripiat, la mayor población junto a Chernóbil y la frontera con Bielorrusia, donde vivían 50.000 personas, los trabajadores de la central y sus familiares, el dosímetro vuelve a dispararse.

En el colegio quedan, después de 40 años, los libros en los pupitres y las máscaras de gas de tamaño infantil en el suelo del comedor. Nos movemos por los restos de la ciudad, comida por la vegetación alterada en tamaño también por la contaminación, y llegamos ante la noria.

 

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