Infancias sepultadas en plástico

BARCELONA

A veces me descubro torturándome de esta forma: me pongo a mirar la cantidad de juguetes que tienen mis hijos, todo lo que han ido acumulando a lo largo de los años y calculo lo que han costado. Desde un punto de vista ambiental, sus infancias, como las de casi todos niños, han transcurrido sepultadas bajo toneladas de plástico completamente inútil.

Más me desespero si me pongo a sumar el dinero gastado en tanto trasto, en su mayoría regalos de las numerosas ocasiones en las que merecen ser obsequiados: con la suma se podrían pagar un máster el día de mañana o un verano en el extranjero o las fianzas de su primer piso de alquiler.

Entonces no puedo evitar volverme de lo más tópica: les cuento que yo de pequeña tenía una muñeca que eran dos palos en cruz. Pero no sirve de nada: uno pone los ojos en blanco, como diciendo “ya estamos otra vez con las historias del paleolítico”. La otra siente mucho que tuviera una infancia tan desgraciada.

Me doy por vencida, contra la cultura imperante, la del consumismo, nada puedo hacer. Lo único que me consuela es echarle un vistazo a la estantería de libros y no arrepentirme de haberles comprado todos los que quisieron, sobre todo los que no sabían que necesitaban.