Defender la cultura de España fuera de España

Madrid

Buenos días, Ángels. Defender con orgullo la imagen de España y su cultura fuera de España es un honor, pero tiene sus paradojas.

Había ido a Londres para inaugurar unas rutas sobre el exilio, ya saben, lugares en los que vivieron los liberales del siglo XIX o los republicanos del XX: Alcalá Galiano, Chaves Nogales, Cernuda, gente así.

Por la tarde presentamos la traducción al inglés del último libro del poeta catalán Joan Margarit.

Pero a las emociones propias del trabajo se unieron el jueves pasado las noticias que iban llegando sobre el debate parlamentario de la reforma laboral. Esperemos que nadie se entere, pensaba yo ante el auditorio inglés, compuesto por conservadores y laboristas, que aplaudía en pie la cultura española.

Para sobrellevar el peso de las emociones, acudí a la calidad del whisky que se sirve en el Reino Unido, en donde nadie, por cierto, sabía nada de la polémica del chuletón. Todo tranquilo. El problema es que en mi hotel tenía tres botellas de chinchón que me había pedido un hispanista muy amante de nuestros licores profundos. Contagiado de COVID, no se había presentado a recogerlas.

Copa a copa me bebí una botella en honor de la votación parlamentaria, otra para olvidar las trampas de la degradación democrática y la última en añoranza de lo que más necesita España y de manera urgente: una derecha europea.

Al día siguiente no me levanté a tiempo y perdí el avión. Qué difícil resulta a veces volar. Pero lo más necesario entre nosotros es poder aterrizar.