Una investigación saca a la luz los campos de concentración franquista en Castilla-La Mancha
La región llegó a albergar 40 recintos de este tipo durante la Guerra Civil y los primeros años de la dictadura
Toledo
Castilla-La Mancha albergó al menos 40 campos de concentración franquista. Son los que hasta ahora ha documentado y recogido en un libro el periodista Carlos Hernández gracias a los archivos militares y a los testimonios recabados entre prisioneros y familiares de éstos. Con 303 campos de concentración identificados, hasta el momento en todo el país, Castilla-La Mancha fue la segunda comunidad autónoma que más recintos de este tipo albergó, sólo tras Andalucía y equiparada a la Comunidad Valenciana.
De esos 40 campos de concentración identificados en la región hasta la fecha, tres se ubicaron en Albacete, siete en Guadalajara, cinco en Cuenca, 12 en Toledo y 13 en Ciudad Real. Se levantaron en los primeros meses de la Guerra Civil y aunque la mayoría tuvieron un carácter provisional, "debido a que buena parte del territorio de Castilla-La Mancha permaneció en manos republicanas hasta acabar la guerra", los situados en Talavera, Sigüenza, Jadraque o Toledo, explica Hernández, perduraron hasta dos años después de acabar la contienda.
El objetivo de estos recintos era acabar con los prisioneros más comprometidos con la causa republicana y reeducar y someter a trabajos forzosos a los que, aún siendo afines a ella, la dictadura franquista consideraba "salvables". Lo hacían obligándoles a asistir a charlas patrióticas, a misa, a hacer el saludo fascista. “Intentaban lavarles el cerebro”, recurriendo si era necesario al castigo puro y duro. “Tenían que penar por haber sido leales a la legalidad republicana".
Torturas y reeducación en los campos de concentración de Franco
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Los últimos campos de concentración en sumarse a esta lista han sido los documentados por este periodista en Malagón y en la finca La Puebla, cerca de Ciudad Real, en Almadén, y en la localidad toledana de Mora. Algunos de estos campos de concentración, como los situados en la capital ciudadrealeña o en Toledo, llegaron a albergar a más de 11.000 personas hacinadas. Presos republicanos o sospechosos de ser afines a la legalidad vigente que eran sometidos a todo tipo de vejaciones, además de la falta de comida, la sed o las enfermedades.
En palabras de Hernández, “la vida en estos lugares era un infierno constante. Les daban muy poco de comer y de beber, les hacían trabajar de sol a sol y los sometían a todo tipo de torturas y vejaciones, y a ello se unía además la absoluta falta de higiene y de asistencia sanitaria. Los piojos les invadían, ocupaban todo su cuerpo. Era un intento cotidiano por sobrevivir y conseguir llegar con vida hasta la noche”, algo que, añade, les asemejaba mucho a los campos de concentración nazis o soviéticos.
La vida en los campos de concentración franquista
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La mayoría de los prisioneros eran hombres, aunque en algunos de ellos, como el situado en Mora se ha documentado la presencia de mujeres republicanas, que habitualmente eran represaliadas en las cárceles. En estos recintos, recuerda, comenzó además el robo de bebés, "sustraídos a madres de ideología republicana para ser entregados a familias franquistas que no podían tener hijos” o para evitar que el ”gen rojo“, como lo llamaba el doctor Vallejo-Nájera (conocido como ‘el Mengele español’) se desarrollara.
Hernández, autor también del libro “Españoles en Mathausen”, lamenta que España sea el único país europeo que no ha prestado la atención suficiente a los supervivientes de los campos de concentración. Mientras que en otros países se enorgullecían de los testimonios de estas personas, en España se sentían avergonzados o retraídos por haber sido recluidos en ellos. Significar o visibilizar de algún modo estos lugares, por los que pasaron entre 700.000 y un millón de prisioneros, sería un buen comienzo para saldar esa "desmemoria histórica".
José C. Rejas
Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. Redactor en SER Toledo. Desde 2021,...