Juanjo Carrasco, amistad y fe a prueba de bombas
El capítulo 38 de 'La ventana de la memoria' recuerda al joven víctima de ETA con su familia y amigos. Colaboran asimismo el historiador José Antonio Pérez y el profesor de moral social cristiana, José Ignacio Calleja
Capítulo 38 | Juanjo Carrasco, amistad y fe a prueba de bombas
Bilbao
Madrid. 23 de marzo de 1992. Juan José Carrasco Guerrero, de 26 años, cogió de mañana el coche de su padre, coronel de Infantería en la reserva, para acudir a trabajar. La bomba lapa que ETA había colocado en el vehículo acabó con su vida.
Treinta años después, sus amigos le han preparado un homenaje muy especial. Sandra Luque, su novia de entonces, su amigo Gonzalo Obregón y su hermana María Carrasco nos lo han contado en 'La ventana Euskadi' de la Cadena SER. La idea partió de Pablo, otro amigo, al que se le ocurrió reunir en una publicación anécdotas, historias y recuerdos de Juanjo. "Aunque ha sido, en algunos aspectos, un poco dolorosa, la iniciativa ha sido maravillosa, porque ha sido volverle a traer, aunque haya estado siempre con nosotros", cuenta Sandra.
Gonzalo Obregón, conoció a Juanjo en el club La Dehesa, un club deportivo-militar. "Somos hijos de militares. Allí tengo tantos recuerdos de él, una persona maravillosa, con una personalidad tremenda, que nos ha influido a todos en estos 30 años, que, en mi caso, no han sido de ausencia, porque le hago en Australia haciendo surf, que era una de sus pasiones", recuerda Obregón, que compartió con Carrasco afición al tenis, salto de trampolín o a inventar deportes, como el mongui.-
María Carrasco, "su hermana del alma y hermana de todo estos", coincide en que, para ella también Juanjo está muy presente. "Todos hablamos con él, le pedimos hasta cosas. No hay día en que no me acuerde de él. Lo hacemos un poco por consolarnos y por darle alegaría a nuestra vida.", confiesa. Ella y Juanjo eran los pequeños de seis hermanos. "Éramos como uña y carne, pero Juanjo era uña y carne con todos mis hermanos y el punto de unión de toda la familia".
Sandra conoció al que luego sería su novio gracias a su hermana. "Juanjo era seis años mayor que yo y, en realidad, era amigo de mi hermana. A veces, venía a casa a darle clases de matemáticas a ella y yo me ponía mala, porque tenía un cuerpazo", recuerda. El día anterior al atentado regresaron de noche de Mundaka (Bizkaia), donde habían pasado unos días haciendo surf. "Llegamos a Madrid tardísimo; en muy pocas horas alguien debió de colocar en el coche la bomba", cuenta. El coche estaba matriculado a nombre de su padre y lo cogía habitualmente, pero, como recuerdan en la conversación, también lo hacía María, Gonzalo... Ese día un amigo sentó a su hija pequeña en el coche, asegura María, que también recuerda que solían aparcarlo en un lugar del que solía llevárselo la grúa.
El atentado les causó un profundo dolor. "Fue tan desgarrador, tan bestia, tan triste, que, al principio, nos unió un poco, pero luego cada uno hicimos lo que pudimos, sobre todo mis padres", relata María. "Mi padre se murió nueve años después, de cáncer y mi madre está en una residencia con demencia senil, causada por el sufrimiento que tuvo". Gonzalo recuerda que el mismo día del atentado le entrevistaron en algún medio y dijo. "Si alguien hubiera tenido la capacidad de estar con el un minuto, las rodillas no le hubieran dado para agacharse y poner la bomba". La clave para superarlo, en su opinión, ha estado en la amistad. Sandra asiente. "Lo pasé fatal, perdí veinte kilos", cuenta, "pero lo positivo de todo es lo bien que me arroparon todos los amigos y familia de Juanjo, que hicieron piña".
La amistad y, también la fe, ayudaron a la familia a llevar el duelo. Uno de los hermanos de Juanjo, Carlos, sacerdote, fue quien ofició el funeral por su hermano. No guarda mal recuerdo de esa ceremonia. "Yo estaba recién recién ordenado. Estaba en Italia y nunca había celebrado misa en español. Fue llegar a Madrid y la misa fue enseguida y fue muy emocionante y duro, lo que ocurre es que yo estaba como dormido, como en una nube, pero fue muy bonito", recuerda. Treinta años después, Carlos Carrasco da gracias a Dios "porque la muerte de mi hermano fue un revulsivo para toda la familia, nos ha unido mucho, se han acercado más a Dios, nos ha ayudado a ver el valor de la vida, a disfrutar más...". Carlos no recuerda haber sido consciente de la amenaza terrorista, pese a la profesión de su padre. "Vivíamos en un barrio militar, no nos parecía que nos pudiera tocar a nosotros...éramos tantos" . El religioso recuerda a su hermano como "un tipo muy simpático, muy madrileño, muy castizo; el más divertido de toda la familia".
Entonces no se sabía, pero marzo de 1992 iba a ser un momento clave en la historia de ETA. Una semana después del asesinato de Carrasco caería la cúpula de ETA en Bidart (Francia). Este episodio está recogido en el segundo volumen de la trilogía 'Historia y memoria del terrorismo en el País vasco. 1982-1994', que acaba de ver la luz y que coordina el historiador José Antonio Pérez. "Bidart es considerado el principio del fin de ETA porque rompe con el mito de su imbatibilidad, se demuestra que se puede desarticular a su cúpula. ETA nunca se recuperará de esa caída", explica. Tanto este golpe, como el que le precedió en Sokoa, obligarán a la banda terrorista a un cambio de estrategia, ya que "después viene Mikel Antza y la socialización del sufrimiento". Los doce años descritos en el libro "son los años en los que exportamos el terrorismo más allá de la Comunidad y Navarra, los años de los coches bomba, de los atentados de Hipercor, Zaragoza...de que la sociedad española sufra y mandar un mensaje al Gobierno español.
Otros hitos de esta etapa son: los primeros pasos en el movimiento pacifista en Euskadi, con la figura de Cristina Cuesta como fundamental; el Pacto de Ajuria Enea, que unió la respuesta de los demócratas al terrorismo; la réplica de la estrategia de Lemoiz en la autovía de Leizaran; y el nacimiento de los GAL. "Se trata de un terrorismo, que viene financiado desde las instancias más altas del Ministerio del Interior. Supuso una quiebra del estado de derecho y los principios democráticos.; produjo un enorme daño a su credibilidad y a la lucha antiterrorista. Y alentó la existencia de dos bandos, que nunca existieron. Fue un crimen, ante todo", asegura el historiador.
La reflexión final de 'La ventana de la memoria' corre a cargo del profesor de moral social cristiana, José Ignacio Calleja. "Construir un relato completo del pasado es difícil, pero compartirlo lo es mucho más. Para que sea completo, hay que recordar y escuchar a todas las víctimas. Hacer memoria, dar con la verdad posible, resarcir es una necesidad de la sociedad vasca para mirar al futuro y hacerlo sin un peso insoportable en la espalda. Es muy importante lograr esa memoria. Si es compartida y única, fantástico. Si es diversa, seguir dando razones éticas de lo que es inaceptable. Hacer memoria tiene sus requisitos: Quien dice que sumó algo a su pueblo matando, en realidad, le robó. Lo mismo, torturando. Y hacer memoria es mirar a las víctimas de hoy y ver cómo es posible no repetir otras injusticias contra otras nuevas víctimas. Cualquier lucha por las víctimas no es única, ninguna estorba a la otra".
Eva Domaika
Jefa de informativos en Cadena SER Vitoria. Presenta...