Hecho a mano

La semana pasada leí que la empresa japonesa de automóviles Mazda, comienza el proceso de construcción de un nuevo coche echando mano de la artesanía. Los artesanos japoneses (tamukis), esculpen sobre un bloque de arcilla, el primer diseño del vehículo. Es la única empresa de este género que fundamenta el desarrollo de un producto de alta tecnología, en la tradición. Le añaden la leyenda “hecho a mano en Japón”, como signo de distinción frente a ese culto a la innovación que todo lo invade. Reconozco que me sorprendió gratamente saber que en el origen de esa sofisticación de ingeniería que simboliza la industria del motor, existían las manos y el buen hacer de un artesano de la arcilla.

Representa el equilibrio perfecto entre continuidad y evolución. En el hemisferio de mi vida, quizá porque la comodidad de mirar hacia atrás se igual a la ilusión de mirar hacia adelante, empieza a chirriarme el opresivo lema de la innovación. Prefiero los retos que implican mejorar lo existente, a la pleitesía que se rinde a la disrupción innovadora.

Quizá por eso, cuando la semana pasada me regalaron un bolígrafo como agradecimiento de una charla con estudiantes de bachillerato, sentí que me ofrecían una oportunidad para volver a la artesanía del manuscrito, donde la importancia de la palabra caligrafiada adquiere la misma relevancia que la palabra que aún está por escribir.

Les invito a probarlo.