José Saramago nació en Azinhaga (Portugal) en 1922. El 16 de noviembre de 2022 se cumple el centenario de su nacimiento. Este es el año Saramago, por eso en «Un libro una hora» hemos elegido una de sus novelas para celebrar el Día del Libro. Para este programa especial hemos contado con la colaboración de lujo de Eugenio Barona como narrador de la historia, Ramón Barea en el papel de Cipriano Algor y Manuela Velasco como Marta, la hija de Cipriano. Además, hemos tenido el honor de contar con la participación de Pilar del Río, compañera de Saramago, su traductora y presidenta de la Fundación José Saramago, que nos ha relatado cómo se gestó «La caverna» y otras anécdotas muy interesantes. La guinda del pastel la ha puesto el público, que por primera vez ha asistido a la grabación del programa. José Saramago es un autor esencial que ha explicado como pocos el mundo que nos ha tocado vivir. No solo ha construido una obra de una grandísima calidad literaria, innovadora, profunda, sino que además ha sido la conciencia del fin del siglo XX, haciendo la labor que todos esperan de los auténticos intelectuales; removiéndonos, inquietándonos y haciéndonos reflexionar. Es el autor de «El año de la muerte de Ricardo Reis», «Levantado del suelo», «Memorial del convento», «El Evangelio según Jesucristo», «La viuda», «Ensayo sobre la ceguera» -que ya os hemos contado en «Un libro una hora»- o «El hombre duplicado», entre otras muchas obras. Le concedieron en 1998 el Premio Nobel de Literatura y en 2010 murió en Tías, Lanzarote. «La caverna» fue la primera novela publicada por José Saramago después del Nobel. Es una novela profunda que nos invita a plantearnos quiénes somos y, sobre todo, qué sabemos de nuestro mundo. Y lo hace a través de un alfarero que vende sus productos a un centro comercial que controla la vida de todo el mundo. Y de fondo, la caverna de Platón, el engaño de mostrarnos una realidad deformada. Durante el programa, Pilar del Río leyó algunos fragmentos de su libro «La intuición de la isla. Los días de José Saramago en Lanzarote», editado por Itineraria Editorial, para explicar cómo se gestó «La caverna». Además, tras su paso por el programa, nos ha regalado una charla exclusiva con Antonio Martínez Asensio en la que han repasado las similitudes de la obra con la actualidad y en la que hemos podido conocer algunas anécdotas sobre el autor. “Un día, en un congreso literario celebrado en la Universidad de Alberta, en Canadá, José Saramago visitó un centro comercial y se quedó asombrado: el mundo estaba dentro, tenía playas y árboles, selva tropical y pistas de hielo, calles, terrazas, parques para niños y, obviamente, todas las tiendas y todas las marcas de Oriente y Occidente. Era un lugar limpio, seguro, agradable, construido para que los consumidores fueran felices. Los consumidores. Más tarde, en conversaciones con amigos, José Saramago comentó que las antiguas catedrales y las universidades habían dado paso al centro comercial, y que esos templos del consumo son los que convocan, estimulan y, de alguna manera, forman a los hombres y las mujeres de este tiempo. Aquella visita prendió en José Saramago […]. Por otro lado, la visita a un museo de Artes Populares en Brasil y la confirmación de la pérdida de algunos oficios, como el de alfarero, y los anuncios de construcción de un gran centro comercial a la entrada de Lisboa se convirtieron en piezas que iban encajado y construyéndose como la base de un libro al que por nada del mundo quería renunciar”. “[Después del Nobel] aparecieron en la vida de José Saramago personas que antes no estaban y le llegaron invitaciones tentadoras para que, de alguna manera, pasara a la otra orilla del sistema. Algunos cortejos que hasta entonces no hubieran sido verosímiles se produjeron, hubo puertas que se abrieron como tocadas por la magia y todo eso le hizo pensar en la alegoría de la caverna de Platón, en si realmente se ve la realidad o es la proyección de la realidad sutilmente planificada lo que impera en el mundo y en las distintas circunstancias de los seres humanos. Entonces, cuando llegó a Lanzarote, se puso a escribir «La caverna», una novela en la que se narra la perplejidad de un ser humano que ha trabajado con sus manos y su sensibilidad y de pronto se da cuenta que ya no hay lugar para él en la sociedad tecnificada donde lo que produce, y lo que él es, carece de utilidad. El alfarero y su perro Encontrado vivirán una serie de peripecias en torno a un centro comercial, […] será una novela de respuesta a quienes se preguntaban quién sería José Saramago tras el Nobel: pues miren, un ser humano capaz de escribir sobre un humilde alfarero”. “En muchos lugares, muchas personas entendieron que este libro se podía leer también como un pacto, un abrazo. El autor de «Levantado del suelo» estaba ahí y seguía escribiendo. «La caverna» fue leída y comentada en numerosos países, pero en América Latina fue recibida de forma especial. Tal vez haya que leerla o releerla para comprender ciertas soledades de los lectores y cómo algunos libros —siendo ficción, siendo literatura— acompañan y sostienen. José Saramago escribió «La caverna» mirando las figuras de barro creadas por Dorotea, alfarera de Lanzarote, un hombre y una mujer desnudos, capaces de la fertilidad y vida y, tal vez, deseando esa misma fertilidad creativa para la humanidad de la que formaba parte. En su casa, se celebró el final de ese libro con emoción y muchos abrazos. «He terminado el libro», dijo. Era ya noche cerrada, pero hasta el cielo se iluminó”. “Pepe, Greta y Camoens podrían ser nombres de huracanes, pero son los nombres que recibieron los perros que llegaron a casa de José Saramago y se quedaron. […] Pepe conversaba con José Saramago, sabían qué decirse y hasta qué pensaban, es El perro de las lágrimas de “Ensayo sobre la ceguera”. Camoens fue el último en llegar. Era alto, desgarbado, de pelo negro y rizado con una especie de corbata blanca que rompía la monotonía del color. Camoens no tenía características humanas, era un perro consciente de serlo, sin aires de grandeza. Comía, guardaba la casa, se peleaba con los pájaros y con el jardinero, se acercaba a los dueños con pasión animal, regalaba lagartijas que depositaba en las alfombras, jugaba con el viento y saltaba las escaleras sin acertar nunca en los peldaños. Es el perro de «La caverna», el simpático Encontrado que acompaña al alfarero y le da su calor. Cuando José Saramago murió, Camoens […] se dio cuenta y lloró una noche entera. Eran aullidos tremendos que nadie podía consolar, iba por los lugares de su dueño olfateando en vano, aullando, gritando desesperado”. “José Saramago dijo, en 1997, en la conferencia «De la estatua a la piedra: el autor se explica a sí mismo», que está publicada en la página de la Fundación José Saramago: “ [«La caverna» es] la visión de un mundo posible, donde los seres humanos querrán vivir dentro de los mismos espacios comerciales que les venden lo que necesitan o creen que necesitan. Es una metáfora de la vida en países desarrollados o países que, si no, se engañan a sí mismos en virtud de una prosperidad meramente aparente, y también es una alegoría: «La caverna» retoma el mito platónico y así el epígrafe que abre el libro dice: «Qué escena más extraña describe y qué extraños prisioneros, son como nosotros». «La caverna» lo que hace es preguntar al lector: “¿Somos como los prisioneros de la cueva de Platón que creían que las sombras que se movían en la pared eran la realidad? ¿Vivimos en un mundo de ilusiones? ¿Qué hemos hecho con nuestro sentido crítico, con nuestras exigencias éticas, con nuestra dignidad de seres pensantes? ” Que cada uno dé su respuesta. Hice bastante confrontando los valores de la llamada sociedad occidental, que nos guiaba hasta hace poco, o así se decía, con estos valores de ahora, que no sé dónde nos llevan”. Al recibir el Nobel de Literatura, José Saramago expresó: “Nos fue propuesta una Declaración Universal de Derechos Humanos y con eso creímos que lo teníamos todo, sin darnos cuenta de que ningún derecho podrá subsistir sin la simetría de los deberes que le corresponden. El primer deber será exigir que esos derechos sean no solo reconocidos, sino también respetados y satisfechos. No es de esperar que los Gobiernos realicen en los próximos cincuenta años lo que no han hecho en estos que conmemoramos. Tomemos entonces, nosotros, ciudadanos comunes, la palabra y la iniciativa. Con la misma vehemencia y la misma fuerza con que reivindicamos nuestros derechos, reivindiquemos también el deber de nuestros deberes. Tal vez así el mundo comience a ser un poco mejor”.