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Sociedad

La risa: el disolvente universal de las preocupaciones

Si amanece nos vamos, 04-05h - 27/04/2022

56:31

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Decía Erasmo de Rotterdam que “Reírse de todo es propio de tontos, pero no reírse de nada lo es de estúpidos”. Eso lo dejé bien claro en mis años viviendo en París, una ciudad donde reírse demasiado no está bien visto. Los parisinos se distinguen por su sofisticación y ese je ne sais quoi. Y yo conozco ese quoi: les cuesta reírse. Una sonrisa made in France es muy cara, está mal visto reírse de cualquier cosa.

La risa tiene un factor cultural muy importante. Por ejemplo, en los restaurantes de París raramente verás a los locales reír a carcajadas, como he comentado antes, y eso es aún más improbable en Japón. En cambio, si se trata de una comida de italianos o españoles, las risotadas a veces se refuerzan con golpes en la mesa.

La sonrisa es una mueca. Una mueca que te levanta literalmente la cara y con ella el ánimo. Pruébalo. Decía Charles Chaplin que «Un día sin sonreír es un día perdido». La sonrisa arquea nuestros labios hacia arriba, un gesto lleno de belleza que puede tener varios orígenes. Tal vez brota por la voluntad del alma de asomarse a una forma de vida optimista, alegre y conciliadora. O puede responder a un enamoramiento —de una persona o de la vida—. Lo importante es que no desaparezca. O que, si se va, vuelva.

Como sucede con la sonrisa de la Gioconda, que es una ilusión óptica. Su pintor, Leonardo Da Vinci, usó un truco, una técnica pictórica llamada “sonrisa inalcanzable”. Para ver sonreír a la Mona Lisa no hay que mirar su sonrisa directamente, si no ésta desaparece.

“Un hombre muy pobre le dijo a Buda que era totalmente infeliz. Ante esto, el Iluminado le contestó que para ser feliz debía dar algo a los demás, ser caritativo. Sorprendido, el hombre le dijo que no poseía nada. ¿Cómo iba a ofrecer algo a los demás? Entonces Buda le dijo: Sí tienes algo, tienes tu sonrisa. Ofrécesela a la gente y empezarás a ser más feliz.”

Beneficios de la risa

Hace un siglo y medio, el psicólogo William James ya decía que «No nos reímos porque somos felices, somos felices porque nos reímos». El señor James, por aquel entonces, no tenía artilugios modernos para demostrarlo, pero soltó la frase que dio la vuelta a la tortilla.  La risa puede no ser la consecuencia, sino la causa. Un proverbio chino dice: “Para ser felices hay que sonreír al menos treinta veces al día”.

Un estudio de la Wayne State University ha llegado a la conclusión de que las personas que aparecen más sonrientes en las fotos son las que más viven. Así que a decir patata o cheese con cara muy risueña.

En la tradición judía, encontramos un movimiento místico que considera la alegría como algo sagrado, ya que hace de puente entre lo natural y lo divino: los jasidim. De ellos se suele decir que están siempre felices y cantando. El Rebe Yossi Patiel dice “Si quieres cambiar algo de ti tiene que ser a través de las acciones. Por ejemplo, haz actuar la alegría. Aunque no la sientas, si la actúas se convierte en tu personalidad.”

Risoterapia

El periodista norteamericano Norman Cousins sufría de spondylitis anquilosante, una degeneración de la columna vertebral que le causaba horribles dolores. Los médicos le dieron una posibilidad entre quinientas de curarse y le anunciaron que quizás no viviera mucho tiempo.

Empezó a ver películas de humor en el hospital. Como consecuencia, conseguía dormir sin dolores algunas horas. La enfermera también le ayudó y le leía libros de chistes. Entre una cosa y la otra, Cousins cada día se sentía mejor. El problema era que se reía tanto que muchos enfermos empezaron a quejarse. Al final, tuvieron que echarlo del hospital.

Norman no se dio por vencido y decidió instalarse en un hotel. Allí, mientras seguía soltando carcajadas viendo a los hermanos Marx, recibía a sus amigos y tomaba grandes cantidades de vitamina C (algo que se había puesto muy de moda en esa época para cualquier dolencia). Poco a poco, vio cómo su dolor sucumbía a las risas y hasta pudo jugar al golf y montar a caballo.  Su experiencia fue tan inaudita que llegó a publicarse en la prestigiosa revista New England Journal of Medicine. Posteriormente, Norman escribiría Anatomía de una enfermedad, un bestseller donde nos cuenta lo que le pasó y mucho más.

 
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