Juan Gómez Bárcena: "Me interesa la historia de las relaciones humanas en este tiempo de posverdad"
Recorremos Toñanes, el pueblo del escritor santanderino, en el que se desarrolla su última novela, 'Lo demás es aire'. Un libro que recoge las historias universales de los que han habitado ese lugar a lo largo de los siglos
Juan Gómez Bárcena: "Me interesa la historia de las relaciones humanas en este tiempo de posverdad"
1984: Mercedes y Emilio llegan a Toñanes en un Seat 127 blanco. Juan Gómez Bárcena viaja con ellos, en el vientre de su madre. 2019: Marta Jiménez, la moza madrileña, como la llamarán en Toñanes, conduce un Seat Ibiza rumbo al pueblo de su novio, Juan, que va de copiloto porque no tiene carnet de conducir. 2022: Juan, que sigue sin tener carnet, viaja con Marta de Madrid a Santander en avión. Y de Santander a Toñanes en un taxi, en solo 40 minutos. Sus padres tardaron una hora y media en 1984.
Como en la canción de Las Simples Cosas, "uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida". Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) ha vuelto al pueblo de su infancia, a la pedanía de Toñanes, en Cantabria. Y lo ha hecho acompañado de un reducido grupo de periodistas para enseñarles los lugares donde se desarrolla su última novela: 'Lo demás es aire', en Seix Barral.
A lo largo de 538 páginas, su obra más personal y monumental, el libro repasa la historia de Toñanes, desde la prehistoria y hasta hoy. La historia de un lugar que podría ser cualquier lugar en el mundo. "Es un libro-mundo", dice su autor. Una historia de historias, a lo largo de los siglos, de todos los que han habitado Toñanes, aunque sea por unas horas, como nosotros, y que han dejado una huella que permanece. Eso es lo que a Gómez Bárcena le interesa de la historia: lo que permanece, más allá de lo que cambia.
Lo demás es aire es un viaje de regreso a la infancia del niño de los dinosaurios, al pueblo, al hogar, a ese refugio de memorias, recuerdos, sentimientos. Con un dominio exquisito del lenguaje, de la historia y del tiempo, el escritor santanderino nos cautiva con un relato de relatos, de las vidas, usos y costumbres de los que han pasado por Toñanes. Un libro que comienza así:
"Treinta y dos casas, cuatro hoteles rurales, una iglesia, ningún bar. Una aldea tan insignificante que a menudo se confunde con el último barrio de Cóbreces o con el primero de Oreña. Poco más de dos kilómetros cuadrados de extensión; treinta y cinco metros de altitud sobre el nivel del mar; ciento veintiún días de lluvia al año. Un arroyo casi sin agua que viene a morir a los acantilados. Un mar casi siempre gris. Un cielo que puede ser muchos cielos en un mismo día, virando rápidamente del gris al blanco y del blanco al azul y del azul de nuevo al gris. Muchos verdes distintos en la hierba, en las copas de los árboles, en los maizales. De vez en cuando, un puñado de vacas negras y blancas, pastando. Un tractor que viene y va. Ninguna persona".
"Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida" -continúa la canción de Las Simples Cosas- y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas". Es lo que le pasa a Emilio cuando en 1984 llega a su pueblo. Emilio ve a las personas que han habitado Toñanes, sus casas, recuerda momentos, vivencias, sentimientos, emociones. Frente a su mirada, la de Mercedes, que ve un sitio viejo, sucio, abandonado. Pero también imagina todo lo que le falta, todo lo que podría ser. "Me interesaba que fuera una novela que tuviera ambas visiones, que por un lado pudiera retroceder retrospectivamente y buscar las huellas de ese pasado. Por otro lado, que también tenga algo de proyección, de futuro. Y efectivamente, esas dos miradas tienen que ver con las dos maneras de habitar un pueblo, habitarlo desde un rescate de la memoria del pasado y una cierta sensación de retorno. O bien el pueblo como como un lugar que transformar para hacerlo cómodo para la vida de aquellos que vienen de la ciudad".
Como los niños, uno llega a un sitio y muchas veces solo ve la realidad presente: esas 32 casas, esos 4 hoteles rurales, un montón de fincas verdes, de piedras y muros, un arroyo, un puente, un acantilado. Pero a Gómez Bárcena siempre le ha interesado el tiempo como un lugar mejor en el que comprender ese presente, un espejo en el que mirarnos. "Soy observador de cosas raras y creo que ese es el tema. En cosas que nadie ve nada, yo veo cosas y esto se ha visto muy claramente en esta novela, donde cada vez que miro una finca, desde tan simple como que miro las piedras, a ver, esto está tallado, no, a ver, esto es un fósil, no lo es. Hasta que, cuando miro una casa antigua, inevitablemente ya me estoy figurando quiénes la habitaron, cómo pudo ser la construcción, por qué escogieron el lugar, dónde está... y al mismo tiempo, digamos que las emociones humanas que veo en mi presente, busco el modo de proyectarlas en el pasado y, en cierto modo, encontrar relaciones humanas que me sirvan para alumbrar o para mirar de otra manera nuestras propias relaciones. Eso es lo que más me interesa".
El proceso de documentación ha sido largo, como el de escribir la novela. Empezó hace casi 25 años a recopilar material. "Yo quería ser historiador. Historiador y escritor, cuando era niño. Y de niño empecé a investigar primero las ruinas de un molino en Bolao, en mi pueblo, un acantilado. Luego iba buscando útiles prehistóricos, monedas, cerámica y publiqué incluso algún artículo de investigación, pero no sabía que iba a acabar escribiendo sobre esto. En medio escribí otros libros, novelas, relatos, siempre ambientados en otros lugares. Y hace no tanto tiempo, en realidad, después de años de investigar esto y los archivos y libros parroquiales, hacer el árbol genealógico del pueblo, no tardé mucho en comprender que este material podía ser tan útil o tan digno como el material que yo investigaba del México colonial o de la Hungría soviética. A veces contar la historia propia requiere más rodeos y la sentimos menos digna de ser narrada, por lo menos yo. Fue por 2016 cuando pienso en este libro. Me documento durante un año más, cerrando flecos. Comienzo a escribir. Estoy más o menos un año trabajando en este libro y llega un momento en el que me veo incapaz de ordenarlo. Me veo incapaz de de planificarlo. Se me desborda por todas partes. Decido abandonarlo en medio. Escribo otra novela, Ni siquiera los muertos, que publica Sexto Piso. Y solo cuando termino esa novela, vuelvo a lo demás. Recupero el hilo y, lo que parecía muy difícil, parece de alguna manera organizarse y tener esa coherencia que se me negaba".
Como historiador, es el proceso de documentación lo que más disfruta Juan a la hora de escribir sus libros. Ha sido fácil, dice, acceder a todos los archivos parroquiales y ha sido muy placentero el poder hablar con los vecinos y que estos se abrieran a contar su historia, sus historias. "Lo que sí les notaba es con muy poca conciencia de que sus historias eran importantes, que enseguida me querían hablar de esas historias oficiales que yo ya había oído en los eventos de la Guerra Civil, que yo ya he oído muchas veces de cuando cayó una avioneta en el pueblo, cuando apareció la necrópolis altomedieval, una serie de historias que todo el mundo comparte. Pero yo les preguntaba: bueno, pero ¿qué hay de tu vida? ¿Tú qué comías cuando eras niño? ¿Tú a qué jugabas? Y no entendían por qué les preguntaba eso, ¿eso qué importará? Ha sido muy bonito también dar de alguna manera dar relevancia a esas historias que ellos mismos no les dan importancia".
Esta es la esencia de 'Lo demás es aire', que más allá de los acontecimientos importantes, es una historia de usos y costumbres, de cómo eran las relaciones afectivas, sexuales, qué se comía, cómo se comía, qué música se escuchaba, cómo se bailaba, cómo se iluminaban las casas, nacimientos, defunciones, el frío o el calor que hacía en determinados años en Toñanes, un lugar que podría ser cualquier otro, una historia de historias universal. "La historia de todo lo que dejan los muertos", dice en la novela. "Me interesa mucho la idea de la permanencia. Cuando trabajamos la historia, en general nos solemos fijar en lo que cambia, pero a mí me interesa mucho eso que queda. Y cuando estaba investigando los libros de muertos, me daba cuenta de hasta qué punto los muertos recientes dejan muchísimas cosas, pero cómo ese legado se va debilitando en el tiempo. Y cómo a lo mejor del siglo XVII ya sólo queda un pequeño detalle en una casa relacionado con uno de los muertos. O incluso una idea, yo especulaba con la idea de que ese niño muerto en 1660 podía haber dejado la idea de que era peligroso bañarse en Bolao, en que es verdad que se repite siempre, por qué no puede venir de aquí. Me interesa mucho esa permanencia, en cierto modo. Cuál es la posible trascendencia de nuestra vida, cuáles son las huellas que dejamos, esa vida de la fama de la que hablaba Manrique".
En los márgenes del libro, Juan juega con el tiempo. En una misma frase, en una misma línea, puede haber diferentes siglos, diferentes años indicados en el margen. "La idea era no tanto desordenar el tiempo, como romper la linealidad cronológica, que es sólo una de las muchas formas en las que se puede organizar el tiempo. Nosotros tendemos a pensar de pasado, a presente y luego a futuro, pero también podemos pensar en organizar el tiempo, por ejemplo, por temas. Y en esos capítulos me planteo cómo es la historia del tacto en el pueblo de Toñanes o cómo podemos ver todas las diferentes formas de relaciones sexuales que han tenido lugar en diferentes siglos. Me interesaba un acercamiento más antropológico y que una misma frase tuviera la libertad para saltar de un siglo a otro permanentemente. Y para ello recurrí a la idea de que en los márgenes aparecieran las fechas, la idea me la dan los propios libros parroquiales, donde los sacerdotes efectivamente apuntaban en los márgenes en qué año tenía lugar cada partida de bautismo o cada defunción. Y me gustaba que el propio libro evocara a los libros parroquiales y fuera como un gran libro parroquial".
Hay una frase que me gusta mucho: "la infancia termina en ese día y en ese lugar en el que el niño finge creer las mentiras de los adultos. Y el día en el que los adultos creen por primera vez en las mentiras del niño". Una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre ese momento, inconsciente, de un día para otro, en el que dejamos de jugar con esto o lo otro, en el que dejamos de coleccionar esto o aquello. "De niño me llamaban el niño de los dinosaurios. Por la obsesión que tenía con los dinosaurios. Los buscaba por todas partes en el pueblo y, de pronto, un día mi padre encuentra una ammonite en el huerto y él está muy contento pensando que voy a estar emocionado de que haya algo de la época de los dinosaurios, pero la reacción que tengo es la opuesta. La reacción que tengo ya mis 11 años es la de pensar que si aquí había ammonites, es que había agua y, si había agua, es que no había dinosaurios, por lo menos no dinosaurios terrestres. Y de pronto hay una primera sensación de desilusión y de que uno de esos sueños, que yo había tenido desde siempre, no se puede cumplir. La fecha es simbólica, en realidad tampoco recuerdo exactamente en qué momento deja uno de jugar con los dinosaurios, precisamente porque lo que uno deja de hacer, es lo que menos se recuerda. De pronto hay un día en el que dices: es verdad, no he vuelto a interesarme por los dinosaurios, pero es difícil saber dónde arranca eso".
El libro también nos enseña cómo ha evolucionado la historia, cómo hemos progresado tecnológicamente, pero cómo muchos sentimientos y el miedo, muy presente en Lo demás es aire, como la muerte, siguen siendo los mismos a lo largo de los siglos. Y es el miedo el que le lleva a la humanidad a cometer los mismos errores una y otra vez. "Sí, tengo una concepción cíclica del tiempo. Se ve bien también en mis libros anteriores, tanto 'Kanada' como 'Ni siquiera los muertos', son libros muy afectados por la idea de que creemos sentirnos superiores a las personas del pasado. Creemos que la tecnología nos ha llevado a un lugar diferente, pero cómo espiritualmente, en mi opinión, no hay tal progreso. Y cómo estamos tan sujetos a cometer los mismos errores que nuestros antepasados. Y cómo la historia debería ser ese telón de fondo que no tenemos que mirar como una especie de show, de casi vernos como si fuera otra especie, cuando en realidad las personas en la Edad Media tuvieron emociones muy parecidas, sueños muy parecidos, miedos muy semejantes. Y en este libro juego con esa idea de lo muy pasado, en cierto modo tiene siempre una actualidad, está en nuestro presente.
'Lo demás es aire' es, por tanto, una historia de las emociones humanas en un momento de posverdad, en un tiempo donde la historia se falsea, se manosea, se reescribe desde la política. "Esto tiene que ver con el avance de la posmodernidad, que en un primer momento surgió como un movimiento de emancipación política desde el progresismo. Pero esta idea del relativismo, de la verdad, que en un primer momento era para cuestionar el discurso del poder, se ha acabado convirtiendo, por desgracia, en un cuestionamiento de la propia realidad, en una manipulación discursiva que ya va más allá de lo histórico. Con este concepto de posverdad o verdad alternativa, mi creencia se convierte en un hecho o incluso en la falsificación de la realidad. Yo comprendo que la historia se use con fines políticos y así tiene que ser, porque, en cierto modo, cómo vemos nuestro pasado implica cómo vemos nuestro futuro. Yo entiendo que desde derecha e izquierda, desde diferentes partidos políticos haya una lectura diferente del pasado. Eso lo comprendo y hasta me parece sano que exista ese discurso o esa contradicción de discursos. Lo que me parece peligroso es que no existan respuestas o reacciones ante una falsificación clara de la historia. Una cosa es que yo interprete de manera diferente unos hechos probados y otra cosa es que yo invente mis propios hechos. No recuerdo que filósofo era el que decía que tenemos derecho a nuestra propia interpretación, pero no a nuestros propios hechos. Y ese es el problema para mí".