Vinos y catedrales
Las otras catedrales del vino, aparte de las jerezanas -del siglo XIX- están en Tarragona y se construyeron a principios del siglo XX. Soberbios y espléndidos edificios que albergan vinos de algunas de sus ocho denominaciones de origen vitivinícolas
Jerez de la Frontera
Merece la pena adentrarse por los caminos de esta provincia catalana y sus numerosas sendas enológicas. Tarragona contempla el mayor número de denominaciones de origen que podamos encontrar en una sólo provincia. Concretamente ocho. Ofrece un potencial enológico bestial, de gran belleza paisajística, arquitectónica, monacal, religiosa, vitivinícola y humana. Su pertenencia a una autonomía que no despierta gran empatía para la mayoría de los españoles, es posible que le pueda restar puntos para seducir a nuevos consumidores de vino, pero los veteranos de las barricadas enológicas entre los que me encuentro, sabemos que en la provincia de Tarragona se “cuecen verdaderos caldos”. (Con perdón de mi misma porque no me gusta nada llamar caldo al vino pero en este caso me venía bien).
En mis infiltraciones enológicas en este espacio gastronómico de mi colega Eugenio, siempre intento buscar un hilo que relacione la tierra gaditana y especialmente jerezana, con otras zonas vitivinícolas de España y del mundo. Y en esta entrega tan tarraconense, se me ocurre que el primer nexo de unión son las “catedrales” de sus vinos. Edificios majestuosos que en Jerez se construyeron en el siglo XIX y en Tarragona a principios del siglo XX, en pleno modernismo. Construcciones majestuosas, de vértigo.
Sin duda hay muchas más conexiones. Tanto Gades como Tarraco fueron destacados puertos comerciales en tiempos romanos y ambas eran ricas productoras de vino. Desde Gades y Tarraco zarpaban barcos cargados de ánforas de vino en dirección a la capital del Imperio. Tiempos después, allá por la Edad Media, tanto a Tarragona como a Cádiz llegaron los monjes, los cartujos. Si bien es cierto que en Tarragona tuvieron una implicación mayor con los vinos hasta llegar a bautizar a una de sus ocho Denominaciones de Origen como Priorato- precisamente a la que pertenece uno de los tintos más caros y ansiados del país: La Ermita, de Álvaro Palacios- no lo es menos que en Jerez los cartujos también disponían de bodega.
Al hilo de los monjes, en el impresionante monasterio cisterciense de Poblet, en Tarragona siempre existió una buena bodega, como es de obligado cumplimiento en cualquier monasterio que se precie. Hoy por hoy, dentro de las instalaciones de ese grandioso edificio monacal, encontramos una bodega propiedad del conocido grupo Raventós Codorníu (Cavas Codorníu) llamada Abadía de Poblet, perteneciente a la D.O. Conca de Barberá. Conca de Barberá es una de las ocho Denominaciones de Origen de vino que existen en Tarragona y recorrerla se convierte en un interesante e ilustrativo viaje enológico. La Conca puede presumir y presume de tener una uva propia, una variedad tinta llamada “trepat” (significa taladro en catalán pero nada tiene que ver porque no taladra ningún gaznate. Todo lo contrario; es sumamente confortable), muy exclusiva y autóctona de estas tierras. Se comporta divinamente cuando forma parte de espumosos de método tradicional, como los cavas rosados por su frescura, frutalidad y acidez.
Recorriendo la Conca de Barberá, y concretamente en Esplugas de Francolí, fui a conocer una bodega llamada Rendé Masdeu y he de confesar que viví una experiencia única. Antes de llegar a la bodega, pasamos por un rio que parecía un hilillo de agua con todos mis respetos y sin ningún encanto especial. Me dijeron mis anfitriones que ese hilillo de agua llamado río Francolí, y que bautiza a la población por la que discurre, una noche de octubre de 2019 y debido a las grandes lluvias… -(¿se acuerdan ustedes cuando llovía?)- se convirtió en un tsunami fluvial que se llevó por delante todo lo que encontró a su paso y con ello a la bodega Rendé Masdeu, que desapareció en unas horas. Botellas, barricas, naves de elaboración, depósitos de fermentación… Todo desaparecido. La nueva Rendé Masdeu a la que yo me dirigía se instaló en unas dependencias hosteleras cercanas al pueblo que habilitaron rápidamente como bodega. Una vez allí, me llama la atención una “andana” de botellas sin etiqueta alguna y cubiertas de fango, que fueron las pocas que pudieron recuperarse del desastre de la riada. Son todo un símbolo. Lo único que ha quedado de lo que fue aquella bodega. Como no estaban etiquetadas porque se encontraban en fase de botellero, de crianza en botella antes de salir al mercado, pues no se sabe de qué uva proceden de las varias con las que la firma trabajaba. Si cabernet sauvignon, trepat, garnacha… … Solo le llaman el “vino del fango”. Además de esa “andana” de botellas cubiertas de fango, lo único que permanece de la bodega que la riada se llevó por delante son unos depósitos de fermentación de acero inoxidable que han quedado aplastados como si se tratara de una lata de cerveza. Cada una de las botellas del llamado vino de fango de Rendé Masdeu, se han convertido en un verdadero símbolo.
Me llama poderosamente la atención en mi recorrido por la D.O. Conca de Barberá, la solemnidad y el poderío de las bodegas catedrales, construcciones modernistas al más puro estilo escuela Gaudí. Todas ellas son bodegas cooperativas. Hay que tener en cuenta que las primeras cooperativas vitivinícolas nacieron en estas tierras tarraconenses y que históricamente siempre han desarrollado un papel económico, agrícola y social de gran importancia en la zona. Y también me llama la atención la fuerza dinamizadora que representan las nuevas generaciones que se muestran completamente inmersas en este mundo de la tierra y el vino. Buen ejemplo de ello son los jóvenes responsables de las bodegas Vidbertus, en Esplugas de Francolí, a pocos metros de donde el río se llevó por delante a Rendé Masdeu.
Y un poco más al sur de la misma provincia, de Tarragona, me voy acercando a otras tierras monacales, más cartujanas que cistercienses, a las D.O. Montsant y Priorato, primas hermanas que comparten uvas, paisaje y paisanaje. Allí me encuentro con Josep Grau. Otro claro ejemplo de lo que supone apostar por la viña, por la tierra. Un empresario triunfador que decidió volver al campo que le vio nacer y emprender un nuevo proyecto de vida, ¿Menos rentable? Tal vez, pero mucho más ilusionante desde luego. Sus vinos rebosan mediterráneo, tierra y personalidad. Digamos que si Platón en lugar de una Academia se hubiera dedicado a elaborar vinos, seguro que se parecerían a los de Josep Grau Viticultor.
Recuerden este nombre y recuerden que Tarragona también existe.