Eus-Cádiz, conexión blanca
Los vinos blancos de Vizcaya y de Guipúzcoa, los chacolís (txacolis), parecen tener una vida paralela a nuestros blancos tranquilos gaditanos. Ambos gozan de muy buena salud y excelente demanda
Jerez de la Frontera
Es bien palpable que vascos y gaditanos siempre han hecho buenas migas. Históricamente la presencia de vascos en la capital andaluza ha sido muy relevante, abundando más desde el siglo XVIII, cuando la Casa de Contratación pasó de Sevilla a Cádiz y se asentaron numerosos marinos, navegantes, comerciantes... Buena prueba de ello, entre otras muchas, son los antiguos escudos de las provincias vascas que pueden contemplarse junto al altar mayor de la catedral y en la iglesia de San Agustín, de Cádiz, y la cofradía fundada por vascos hace cuatro siglos, popularmente conocida como la cofradía de los vizcaínos. Incluso un zumarragano (de Zumárraga) llegó a ser alcalde de la ciudad y son numerosos los apellidos que, actualmente, seguimos encontrando en nuestra provincia con claro origen vasco.
La presencia de la uva en Euscadiz es milenaria, es más, algunos de los viñedos no llegaron a ser atacadas por la filoxera. El terrible insecto no debió atreverse a escalar los escarpados montes que jalonan esta autonomía. Las cepas autóctonas que allí crecían mirando al mar, la mayoría de las veces, y que siguen haciéndolo, son las blancas hondarrabi zuri, y hondarribi zuri zerratia, y la negra o tinta, hondarribi beltza.
El términotxacoli procede de etxeco ain, que viene a querer decir, más o menos, “lo justo para la casa” y que viene a confirmar el carácter rural y doméstico de las producciones tradicionales de estos vinos. Entrado el siglo XX, empezaron a consumirse mucho en unos establecimientos en los que sólo se servían txacolí, como las tabernas y tabancos gaditanos, pero con la peculiaridad que se podía comer bacalao, chipirones y hasta angulas en un ambiente alegre y popular, y no como en nuestras tabernas que no se comía nada más allá de un altramuz o aceituna. (Tengo que preguntar por cierto y por casualidad, si en esos “chacolines” –que así se llamaban estos establecimientos- se les permitía el acceso a las mujeres).
Hasta 30 años, los chacolís por regla general resultaban extremadamente agrestes, con una acidez descompensada y excesiva que te dejaba los dientes como una lima de hierro. Eran vinos del año, sin crianza alguna. Poco a poco el panorama fue cambiando y en el 1994 se creó la D.O. Bizkaiko Txakolina (Chacolí de Vizcaya) que asumió la responsabilidad de impulsar y perfeccionar la producción desde la plantación de la vid hasta el embotellado. Este proceso ha abierto camino a la creación de nuevos estilos de txakoli, como la nueva categoría bereziak, que ha nacido para proteger a los vinos blancos, tintos o rosados –pueden ser de los tres tipos- que tienen un mínimo de 5 meses de crianza. Pueden fermentar en barrica, criarse sobre lías, en madera... barricas... Antes, repito, todos eran jóvenes, del año.
Se trata de una D.O. pequeña, pues sólo controla 430 ha. Si tenemos en cuenta que en los años 70 sólo había 27 ha de viñedo, podemos decir sin temor a equivocarnos que va viento en popa dentro de sus límites.
Hace pocos días tuve ocasión de probar unos txacolis de especial interés como el Itsasmendi 7, 2018 –apellido que a los jerezanos les resulta familiar como una prueba más de la conexión Euzkadiz-Cádiz- en botella magnun y con una buena crianza, elaborado por la bodega de mismo nombre, Itsasmendi, una de las más activas e importantes del chacolí vizcaíno Es un berezia (es decir, con crianza) elaborado con las blancas autóctonas hondarribi zuri, hondarribi, hondarribi zerratia y una presencia foránea, nada menos que riesling la hermana blanca alsaciana y alemana. Especial atención me mereció asimismo un monovarietal de hondarribi zuri llamado Mirene, de la añada 2021 elaborado por la Bodega Gure Ahaleginak. Destacó la peculiaridad de un txacoli tinto con crianza llamado Ho.Be 2019, de la Bodega Doniene Gorrondona, lleno de matices de frutas negras y rojas, chocolates, tintas... La verdad es que la única dificultad que podamos encontrar para disfrutar de estos vinos reside a la hora de pedirlos por su nombre. Se complica la cosa. Son difíciles de recordar, desde luego y de pronunciar. (Recuerdo a este respecto cuando empezaba a gestarse la bodega ribereña Pago de Carraovejas, hace bastante, bastantes años. Su propietario, el gran José María Ruiz, dudaba si ponerle ese nombre ya que consideraba que “carraovejas” sería difícil de pronunciar por los extranjeros... Ya ven).
Y como vamos de chacolís, hace tiempo que deseaba comentarles la magnífica impresión que me causaron los txacolis,esta vez guipuzcoanos, de Guetaria (Getariako Txacolina) del inigualable cocinero, actor, comunicador... -(lo que él quiera) Karlos Arquiñano, propietario de la Bodega K5 en Aia, un bucólico y delicioso pueblo costero, donde él y su hija Amaia apostaron por la calidad del vino guipuchi.¡Y tanto que lo consiguieron!. La constatación de lo bien que pasan los años por estos vinos, hace años tan ácidos como indigestos, quedó bien patente en el excelente Kaiaren 2016, con una larguísima crianza en botella. Quién dijo que los bancos en botella no evolucionaban bien? Curiosamente como podrán comprobar, este vino tiene un nombre más fácil de recordar, sobre todos para los gaditanos, al fin y al cabo su nombre empieza por “kai” y son tan atlánticos como nuestros vinos blancos.
¡!Larga vida a la conexión blanca Euskadiz/Cádiz!!