La increíble plaza cambiante
Firma de Opinión de la periodista Irene Contreras
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La increíble plaza cambiante. Irene Contreras
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En Urbanismo andan tan ocupados jugando al gatopardo con la normativa de veladores que no se han dado cuenta de lo que está pasando en una de las plazas más señeras de la ciudad: a las Tendillas, el centro neurálgico del centro, al lugar oficial de verse en un punto intermedio, al patio del recreo de los del Góngora, no paran de salirle cosas. Los que atravesamos esa plaza cada mañana tenemos la suerte de vivir en la expectativa: nunca sabemos qué nuevo elemento obstaculizador del paso nos encontraremos ese día, si será un puestecillo que vende jabones, una exposición fotográfica itinerante o la ‘fan zone’ de un evento deportivo. No sé qué dirán los manuales de accesibilidad sobre este fenómeno de ‘horror vacui’ intermitente, pero ¿acaso el objetivo último de las peatonalizaciones no es la mercantilización de los espacios mediante su privatización temporal?
A veces, para disfrute de los amantes del realismo mágico, la plaza no es la misma a la ida que a la vuelta. Y aunque la mayor parte de esos elementos extraños aparecen y desaparecen, como el Papá Noel gigante o los escenarios de las academias de baile, otros amenazan con quedarse para siempre, como la escultura al 4 de diciembre que han plantado allí los que votaron en contra del Estatuto. Aquel día, la plaza amaneció como siempre: con Gonzalo Fernández de Córdoba mirando desde su caballo en dirección al Bulevar que lleva su nombre, como preguntándose qué leches hace él ahí. Horas después le disputaba la atención un nuevo compañero hecho de acero corten, que para eso han vuelto los dosmiles. Y así, la plaza que amaneció siendo el habitual homenaje por accidente a un personaje histórico terminó el día convertida en todo un modelo de cinismo.
En una astuta maniobra urbanisticopolítica, las Tendillas, la increíble plaza cambiante, ya no solo es incómoda para caminar. Ahora también lo es para la memoria de Andalucía.