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San Gregorio: matadero de reclutas

El campamento de Zaragoza era el destino de los 'soldaditos' de Almería

José Manuel Medina Reyes fue un recluta en el CIR-10 de Zaragoza. / Cadena SER

José Manuel Medina Reyes fue un recluta en el CIR-10 de Zaragoza.

Almería

Más famosos que el Campamento Álvarez de Sotomayor de Viator hay pocos en el mundo, pero para los ‘quintos’ de Almería existía un lugar más seco y desértico que les dejó huella. Cuando se sorteaban los destinos en el Cuartel de la Misericordia en Almería, salías con una libreta blanca (cartilla militar) donde ponía como destino Zaragoza CIR-10. Un billete de tren. Un petate con latas de sardinas y de fabada. Dos mudas a base de calzoncillos blancos y un nudo en la garganta con el consuelo de que otros se iban a Canarias o a la Marina y a Melilla.

Cuando le decías a la familia que te ibas a Zaragoza en aquella Almería de 1979 mi madre empezaba a llorar y mi padre me recordaba que hizo tres años de Mili con Franco. Menudo alivio. No entramos a valorar si hacer la Mili es bueno o malo, pero a los que me decían que era perder el tiempo los mandaba allí.

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El viaje

Los soldaditos almerienses teníamos en la cabeza aquello de CIR-10 y la estación de Zaragoza ‘El Portillo’. Citados antes de las 11 de la mañana que salía el ‘Borreguero’, tren de Barcelona, aquello era un valle de lágrimas para los que tenían novia. No era mi caso. Salimos un día y llegamos al siguiente, que era domingo, y nos recibían con una colchoneta y nos daban un número (176) de la 4ª Compañía primer Batallón y “buscaros la vida”, dijo un cabo a los tres de Almería que llegamos. Un Juan, de La Cañada, y dos Antonios: uno de Los Molinos y el otro del Barrio de Los Ángeles. Ya en Valencia nos dejaron tirados y en el campamento no había ni Dios donde preguntar.

Campamento

Las cabinas telefónicas estaban libres y esperando cuando al día siguiente no hubo manera. Una a la puerta de cada compañía. Hasta el miércoles no lograron saber de mí mis padres con una moneda de 5 duros cuando llamé a casa de Amalia porque en la mía no teníamos teléfono todavía. Los soldados instructores lo primero que nos enseñaron fue a odiar aquel lugar con una canción que decía: “Campamento San Gregorio matadero de reclutas”, y la copla seguía con muchas palabrotas.

Luego sonaba una corneta por megafonía y gritaban “compañía diana” y todos a formar a la puerta. Era el mes de agosto y un viento que cortaba el pellejo. Luego a mediodía te ‘asabas’ a pleno sol. Hacer la cama, vestirte de soldado, ir a desayunar, hacer la instrucción y la ducha a la carrera en una especie de túnel de lavado. Las tardes eran más tranquilas y se podía hacer deporte. La comida era solo regular y te ponían una jarra de vino de Cariñena para seis. Los barrigazos en el campo de maniobras se llevaban, pero el miedo al tiro era latente. Nadie había cogido un fusil con 24 balas a los 20 años. Salimos soldados de milagro al jurar bandera ya con nuestros padres presentes.

Cuartel

“Se te va a caer el pelo, quinto de mierda”, fue la bonita forma de recibirnos en el Acuartelamiento de Valdespartera a la salida de Zaragoza en la carretera de Valencia. Allí lanzamos granadas de mano. Tiramos con el bazoka, metralleta, CETME y subfusil. Los jueves marcha nocturna de 50 kilómetros y dos campos de fútbol para los que no salíamos del cuartel. Lo peor llegaba con las maniobras.

Los dos Antonios de barrio coincidíamos en la cantina viendo ‘Apluso’ los sábados y salíamos por Zaragoza a ir al cine y a llamar a las novias (solo él). Visitábamos a la Virgen del Pilar y nos gustaba pasear por el Hotel Corona de Aragón donde dos meses antes hubo una enorme tragedia. Aprendimos a hacer de todo y a cuidarnos como lo hacían nuestras madres, pero en el campo de maniobras vi a soldados de mi compañía que se lo hacían en los pantalones cuando llegaban los tanques de la Brigada Acorazada Brunete y pasaban al lado.

Licenciado

Claro que nos hicieron e hicimos algunas bromas pesadas, aunque tenían otra palabra más fuerte, y pasamos un frío inolvidable en aquellos días de niebla a orillas del Ebro. Íbamos a La Romareda a ver al Zaragoza de Valdano y Casuco en Primera, y logramos hacer amigos para siempre.

Pelamos patatas en la cocina y más guardias que el Capitán Trueno, pero de eso no se hablaba cuando llegabas a Almería, convertido en un hombre de bien, como se decía en aquel tiempo. Mi carrera de electrónica me abrió las puertas del ejército y me ofrecieron salir de alférez y quedarme en Zaragoza. Iba enchufado por el Teniente Rovira (q. e. p. d.) y cuando me licencié se enfadó conmigo. Y es que menos novia en Almería lo tenía todo.

Tony Fernández

Tony Fernández

Redactor de Deportes de SER Almería. Llegó a la SER en 1996. Antes, en RNE. Más de 40 años de experiencia...

 

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