Oda gastronómica desde un bar de barrio

Jerez de la Frontera

Las apariencias engañan, y no es la primera vez que la fachada exterior de un establecmiento me ha privado muchos años de descubrir su cocina y servicio. En el caso que nos ocupa, el bar Moscatel del jerezano Parque de La Serrana. Cuenta con el agravante de ocupar el mismo lugar en el que durante lustros el gran cocinero jerezano Manuel Valencia elevó a las altares de la gastromía a la cocina gitana y de la zona en la tristemente desaparecida Bodega La Andana.

Ese pasado esplendoroso inclinaba la balanza de mis prejuicios y los toldos y carteles negros con grandes letras blancas, además de las máquinas tragaperras del interior, hacían el resto. Craso error.

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A través de un buen amigo supe de este bar de barrio por el que paso a menudo camino del imbatible Maty. Me sugirió simplemente que no dejara de ir a probar las albóndigas, las pavías, las gambas rebozadas y los aliños.

En dos visitas pude comprobar que no exageraba. Nada me gusta más que dejarme sorprender por un establecimiento modesto de barrio y este iba a ser también el caso. O al menos tenía toda la pinta.

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Luis, su propietario, lo abrió hace casi veinte años, en cuanto que Manuel Valencia mudó La Andana hasta el nuevo edificio del parque empresarial Oeste. Dicen que la presencia de Joaquín en la cocina es el perfecto complemento.

El concepto no puede estar más alejado del de Valencia. Tampoco pretenden lo contrario. Este es un bar de barrio que trabaja a diario para hacer las cosas bien y ofrece una excelente relación calidad-precio a su numerosa y fiel clientela.

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Hace unos meses, al igual que al Maty, el Ayuntamiento le concedía un velador que le ha permitido aumentar su capacidad con algunas mesas más en el exterior del local, en la calle del mismo nombre, Moscatel.

Abren cada día de siete de la mañana a seis de la tarde. Los domingos cierran por descanso.

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El interior no es muy grande. Cuenta con una gran barra a mano derecha y una cocina amplia a la vista. Sobre la barra, un expositor con tapas frías y toda suerte de empanados listos para ser sumergidos en aceite. La máquina tragaperras sigue estando en el sitio...

Como el bar, la carta de tapas y raciones es modesta. Un folio mecanografiado y plastificado. Ensaladilla, huevas y huevos de choco aliñados, boquerones en vinagre y queso como tapas frías, y cada una de ellas a entre 3,50 y 4,50 euros.

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De tapas calientes, también todas por menos de 5 euros; menudo, carrillada, albóndigas, cabrillas en salsa, rollitos Moscatel, crujientes de gallo y langostinos, huevos rellenos y Cordobés. Lo único que excede el precio es el marrajo en salsa verde, pero no llega a los dos dígitos (9 euros).

En pescados fritos ofrecen gallo, chocos, pavías y cazón en adobo a entre 6 y 8 euros la ración, y en carnes a la plancha, pinchitos de pollo, lagarto ibérico, filetes de lomo, brocheta de solomillo y presa ibérica con jamón.

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La buena fama de los aliños la confirman unos huevos de choco aliñados. Pescado entero que se mastica bien gracias a una textura firme y apropiada, y cebolleta y perejil bien picaditos con un aliño sutil más que suficiente.

Espléndidos unos lomos de boquerón limpios, desespinados y ligeramente adobados antes de ser empanados y fritos. Soberbia fritura sabrosa y crujiente.

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El rollito empanado que lleva el nombre del establecimiento me llama la atención, ya que es uno de los muchos que están expuestos en la vitrina. Nos sirven la fritura bien presentada acompañada de un par de salsas. El interior muestra diferente capas del relleno, con el empanado y el bacon cubriendo el calabacín, los langostinos y el queso. Todo muy bien integrado y correctísimo de cocción, formando un conjunto sabroso y jugoso.

Otro rollo es su famoso cordobés. El original está formado por un filete de lomo enrollado y relleno de jamón rebozado en pan rallado y frito. En el Moscatel además lo rellenan de queso azul y lo acompañan de mayonesa. En la línea del resto de fritos y contundente en este caso concreto.

Pero para frito, las pavías de merluza. No exagero si les digo que son de las mejores que he probado. El rebozado y el frito son excelsos. Una finísima capa crujiente que encierra un pescado jugoso y fresco acompañado de ensalada de lechuga y tomate y mayonesa. Impecable.

No aparecen en la carta, pero cuando las hay, que no es siempre, hacen unas gambas rebozadas que tienen fama entre los parroquianos. Envueltas en pasta brie y fritas, no tienen competencia al parecer. Ya volveremos para probarlas.

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El revuelto de tagarninas y jamón está correcto, pero espero con interés otra de las especialidades de la casa, las albóndigas del bar Moscatel.

Las sirven en una ración con salsa y patatas fritas en forma de dado. Son de tamaño medio y la carne picada está bien condimentada. La salsa untuosa y oscura tiene un ingrediente de fondo que me resulta familiar pero que no consigo identificar. La fama que tienen está más que justificada.

Celebro haber descubierto a tiempo un establecimiento típico de barrio que se ha consolidado entre su numerosa clientela, que lo llena a diario. Pamplinas aparte, hay una forma de practicar la hostelería que no pasa desapercibida y que esperemos se mantenga mucho tiempo. Falta hace, porque además del paladar, el bolsillo también lo agradece.