Noviembre hunde al Sporting
La derrota en Huesca, con una pésima imagen, deja en evidencia la caída del equipo tras la reacción inicial con Borja Jiménez

El delantero del Sporting Amadou Matar lamenta una ocasión fallada en Huesca. / LaLiga

Gijón
No es una leyenda urbana: el Sporting es especialista en arruinar toda la ilusión antes de las navidades. Es la fase en la que la euforia inicial se desvanece y aparecen todos los fantasmas. Si diciembre es tradicionalmente el mes más trágico para los rojiblancos, noviembre suele ser el del inicio de la caída. Este ha sido el mes en el que el equipo gijonés no se ha cansado de perder contra los equipos que no le ganan a nadie, resucitando a todos los muertos. En Huesca, contra otro rival que esperaba a los rojiblancos en descenso (llevaba seis partidos sin ganar), todos los malos augurios volvían a confirmarse. Otra derrota y otra imagen pésima, calamitosa. Un 2-0 inapelable, con muy pocos argumentos futbolísticos defendibles e incluso con una preocupante falta de alma, de carácter, de competitividad. Ni los mínimos exigibles. Ni un arranque de orgullo para, aunque fuera, maquillar las críticas. Que este equipo era muy limitado lo sabía todo el mundo; si a eso se suma un bajón de la intensidad (por lo que sea) es como para echarse a temblar.
En El Alcoraz el Sporting perdió por dos penaltis regalados por dos manos absurdas y evitables, que se pueden explicar de muchas formas, pero que no apuntan precisamente a la teoría de un equipo centrado y maduro. Una de Gelabert al principio; otra de Perrin al final. Dos regalos para un limitadísimo Huesca, que no los desaprovechó. El propio Sporting le allanó el camino a su rival, que había sido mejor. Es triste, pero Rubén Yáñez fue, otra vez, el mejor jugador rojiblanco. Y casi el único. Si el portero no estuviera a un nivel sublime, estaríamos hablando de algo mucho más preocupante. En este deporte el portero también juega, pero en el Sporting juega demasiado.
Noviembre confirma que el 'efecto Jiménez' ya forma parte del pasado y que este equipo solo puede moverse en la mediocridad porque este es su verdadero nivel, sin eufemismos. La vuelta de Juan Otero es un alivio, porque a la sombra del colombiano no hay nadie: el internacional Caicedo y el renovado por tres años más Amadou (sic) son la nulidad absoluta. Es el castigo al absoluto (y reiterado) ejercicio de irresponsabilidad de los responsables técnicos del Grupo Orlegi.
Las limitaciones imperdonables de una plantilla hecha (parece) por el enemigo y (fuera de ironías) por gente que ha demostrado no tener capacidad para realizar esta labor en el fútbol profesional español condicionan a los entrenadores; lo hicieron con Garitano y empiezan a hacerlo con Borja Jiménez. Una cosa es el mensaje (aquello de "plantilla compensada") y otra los hechos: el técnico no cuenta en absoluto con más de media docena de jugadores y, ante la baja de Dubasin, optó por recolocar (de aquella manera) las piezas con las que sí confía. La apuesta por Justin Smith casi como extremo derecho fue tan surrealista como equivocada.
El discurso del entrenador ya empieza a cambiar. Igual que su equipo, aquella euforia con la que se expresaba el entrenador también ha perdido efervescencia. De no renunciar a ascender este año a centrar el mensaje en alcanzar los 50 puntos cuanto antes y hablar de "largo plazo". Porque la realidad va poniendo las cosas en su sitio y no hay mercado de invierno que arregle todo lo que necesita arreglar este equipo.
Cuando el sportinguismo empieza a sospechar en noviembre lo larga que se le va a hacer una temporada... mala señal.
El próximo visitante de El Molinón será el Andorra, cuyo entrenador Ibai Gómez fue destituido ayer tras el octavo partido consecutivo sin ganar. Otro motivo de pánico para los sportinguistas. ¿Otro muerto al que resucitar en este noviembre negro? El partido además se juega el viernes; precisamente ese día es el Black Friday.

David González
Vinculado a SER Gijón desde 1998. Director de SER Deportivos Gijón y voz de los partidos del Sporting...




