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Juan Cruz y el valor de pisar el mundo descalzo

El escritor presenta en Tenerife su último libro, "Mil doscientos pasos", editado por Alfaguara. Un Juan Cruz adulto mira con honestidad y generosidad a su pasado, transitando por territorios difíciles, sorteando los peligros de un mundo de luz y pobreza

Entrevista a Juan Cruz en Hoy por Hoy Tenerife

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Tenerife

'¿Y dónde se habrán metido las palmeras?', se pregunta Juan Cruz frente a un muro blanco. Las palmeras descritas por Agustín Espinosa que envidian los molinos, los girasoles, las ruletas y los tiovivos. Aunque están el muro, el estanque y el barranco; las palmeras ya no están. Tampoco están los niños, ni los padres, ni los coches viejos, ni nosotros. Porque Juan escribe desde un rincón de la memoria que es eso: memoria rota. Lo hace desde un lugar donde fuimos, pero ya no somos, y lo hace con la materia de la poesía: vivir, haber vivido y recordar. De esta forma Juan nos recuerda que volver al lugar de nuestra infancia es un ejercicio inquietante, porque allí sigue parte de lo que fuimos: 'como el alfiler de corbata en la vestimenta de un muerto'.

Con tan poca cosa Juan Cruz es capaz de reunir el valor para recorrer 'Mil doscientos pasos', -el título de su último libro, editado por Alfaguara-, pisando con sus pies descalzos sobre un suelo lleno de guijarros de la sorriba que duele al pisarlo. También le duelen las manos, porque este libro está escrito por un niño que huye de los ojos ajenos para evitar la crueldad de algunas miradas y por un adulto que contempla estupefacto lo que uno tarda en abrazar lo que se pierde. En sus páginas hay bonhomía, una tremenda dignidad y una generosidad asombrosa, pero además, hay también un talento descriptivo extraordinario para situar al lector en el territorio de la infancia y la adolescencia.

En el libro están los limos que amenazan con tragarse los pies colgantes de los niños que admirábamos desde lo alto de los estanques. Esos estaques que conducían las atarjeas que daban de beber a los plátanos, por donde corrían también los lagartos que jugábamos a matar con escopetas de balines. Están esos lagartos, y el olor de las garepas, y los gallos en el horizonte. Están el Bubango, el papafrita y el pollaboa. Los vídrios que espantaban a los rateros sobre los muros viejos llenos de agujeros. "Esos taladros de ráfagas de ametralladoras de tus viejos muros, para que las palomas de la paz aniden y los pájaros se arropen anunciando la tormenta", los llamó César Manrique en su Arquitectura Inédita. En el último libro de Juan Cruz está el universo pequeño que me habita.

En el libro está él, pero también estoy yo: aquel niño triste de Ana María Matute, con joroba, escondido dentro de una lona. En lugar de ponerse una capa roja con cascabeles encima y salir a la boca del teatrito, como una estaca, a plantarle cara al mundo. Están todos los niños y niñas que hemos libramos una batalla contra el sufrimiento que generan los estereotipos y el acoso escolar. Pero también está una madre que le enseña lo que se gana guardándose los pies y un niño que quiere ser bordado en su almohada, como un verso de la canción tonta de Lorca. Y hay sobre todo un adulto que da un ejemplo al mundo, porque perdona, porque no guarda rencor. Un adulto que ha sido salvado por el sol que reinó en su infancia.

Javi Rodríguez

Javi Rodríguez

(La Palma, 1991) Periodista vinculado a la Cadena SER en Canarias desde el año 2009, apasionado de los...

 
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