Sección papel y pluma, con María Henríquez: propuestas ejercicio 2 y ejercicio 3
Cada jueves en Hoy por hoy Las Palmas con Jonás Oliva te proponemos esta sección sobre escritura creativa para que des rienda suelta a tu creatividad sin vergüenza y crear una comunidad de apasionados por la escritura
Cada jueves en Hoy por hoy Las Palmas con Jonás Oliva, la profesora María Henríquez nos guía en esta sección sobre escritura creativa para que des rienda suelta a tu creatividad sin vergüenza y crear juntos una comunidad de apasionados por la escritura. Puedes escuchar el podcast íntegro en el siguiente enlace y participar en el primer ejercicio que te proponemos en la parte inferior de esta página, enviándonos tu propuesta semanal al whatsapp del programa 607 575 031 hasta el martes por la noche previo a cada sección.
Puedes escuchar el podcast íntegro en el siguiente enlace:
Sección papel y pluma: propuestas ejercicio 2 y ejercicio 3
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EJERCICIO 3: ME GUSTA / NO ME GUSTA
Vamos a explorar lo que nos gusta y no nos gusta. Este parece un ejercicio muy básico, pero puede ser una rica fuente de inspiración e información para quien escribe. Cada persona sabe lo que le gusta y lo que no (puesto que es material conocido) y ahí se esconden historias, tradiciones, manías, costumbres o percepciones del mundo. En fin, puede salir un rico material para escribir. Es importante trabajar la concreción en este ejercicio porque lo concreto nos aporta fuerza a un texto. No es lo mismo decir “me gusta la amistad” que decir “me gusta cómo me abraza mi amiga Alba” o “me gusta mirar a mi amiga y entendernos en silencio”, de alguna forma estoy creando una imagen, algo que conozco bien. Estoy saliéndome de lo genérico o de lo abstracto y perfilando más lo que quiero decir. Esto aporta mucha más fuerza a lo que vaya a transmitir.
¿Qué cosas debemos recordar para la realización de este ejercicio?
Varios aspectos: la fuerza de la concreción, la importancia de la presencia de los sentidos en general en la escritura y en este ejercicio especialmente. Lo que pueden enviar a la radio será un párrafo, entre 100 y 140 palabras bien del listado de “me gusta” o del listado de “no me gusta” o bien 1 opción de ambos.
¿Cómo hacer este ejercicio?
Para realizar el ejercicio, hacer un listado de las cosas que me gustan y otro de las que no me gustan. Al menos es recomendable que haya 4 cosas en cada listado, si hay más mejor incluso. Al terminar revisar la presencia de cosas muy abstractas y ver si alguna necesita revisarse y hacerla más concreta. Una vez hecho, comprobar que esté el mayor número de sentidos entre las cosas que “me gustan” y las que “no me gustan”. Esto le aportará más niveles de percepción a lo que escriba. Elegir una opción de cada listado y escribir durante 7 minutos con cada una de ellas. Observar adónde me lleva cada una. Puede que salgan cosas que no esperas. El texto que propongo esta semana es de Manuel Vicent y nos puede dar una idea de lo que quiero decir con la concreción y los sentidos:
Manuel Vicent: 'Para huir' / 'El rechazo' (adaptación).
Me gusta jugar al póquer con mis amigos en las tardes del sábado, ver cómo se besan los adolescentes entre los capós de los coches bajo el clamor de las ambulancias y las sirenas de la policía, el arroz al horno, los mercados de frutas y verduras, el contacto de la piel con la tela de algodón, las primeras brevas de San Juan, los cuentos de Allan Poe, las canciones de Nat King Cole, la sobrasada de Mallorca, algunos versos de Saf logo al Persiles de Cervantes. Me gusta perder el tiempo hablando con amigos, apartar el pie para no pisar una hormiga, los erizos de mar en enero y el Autorretrato de Durero en cualquier época del año. No me gustan las manos blandas y húmedas, las pastelerías con luz de neón, los granos de arroz dentro del salero, el helado servido en una copa de metal, los coches con alerones, los gritos del megáfono en las tómbolas donde se rifan muñecos de peluche, los que soplan en la cuchara de la sopa, las cunetas llenas de papeles y botellas, las vitrinas polvorientas de los bares de carretera productos típicos de la región, los tipos que te hablan muy cerca de la cara echándote un aliento fétido. Odio los zapatos de rejilla, los besos en la mejilla húmedos, los huesos de aceituna sobre el mantel y el chándal para dar la vuelta a la manzana los domingos. El infierno de cada día también es eso.
PROPUESTAS DE LOS OYENTES PARA EL EJERCICIO 2
Mi querida bicicleta (acróstico)
Muchas veces, cuando era pequeña, incluso cuando ya era más grande, aunque lo
intenté, no aprendí a montar en bicicleta.
Quizá porque no entraba en mis planes.
Una vez probé y aunque casi caigo al suelo, le seguía teniendo cariño.
Entonces pensé que eso no era para mí.
Recuerdo que de pequeña tenía una de tres ruedas.
Intenté dar un par de vueltas en ella.
Durante el tiempo que estuve aprendiendo, no lo conseguí.
Aunque a veces pienso que no le puse mucho interés.
Buscando en mis recuerdos…
Increíblemente no tengo más que esos.
Cuando a veces lo pienso tengo nostalgia de aquel vehículo.
Intuyo que me he perdido algo bueno.
Cada vez que veo un niño aprendiendo, encima de una bicicleta.
Lo único que pienso es que debe sentirse libre.
Estoy totalmente de acuerdo en que la movilidad está asegurada y
todos tenemos la ilusión de volar sobre ruedas.
Al final lo importante es llegar y disfrutar.
María del Pino Bolaños Montelongo
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Mi sueño infantil
Era mi sueño infantil, aprender a montar en bicicleta, no aspiraba a tenerla porque sabía que mis padres no tenían dinero para eso, pero si soñaba con aprender a montar, por si algún día alguien me la prestaba. A mi vecino, los reyes magos le habían traído una bicicleta y yo fui poco a poco haciéndole creer que yo sabía montar y me la prestó para comprobarlo. Me subí en ella y me lancé por una cuesta abajo como una auténtica profesional sin saber siquiera cómo se frenaba y claro, el golpe fue morrocotudo. Fue tanta la vergüenza que sentí que no me dolía nada, me levanté rápido y salí corriendo hacia mi casa, sin mirar para atrás. Lo peor llegó después, cuando mi madre descubrió mis heridas me preguntó: ¿Qué te ha pasado? Y cómo era habitual tuve que inventar una historia que no despertara su furia y le conté que yo estaba jugando al escondite con mi amiga Rosalía y de repente apareció una bicicleta, me atropelló y cuando me di cuenta había desaparecido y que una mujer que estaba por allí me dijo que fue un chico que iba a mucha velocidad y que se fue por la primera bocacalle. Mi madre se tragó la historia como casi siempre, me curó las heridas con todo su cariño y me sermoneó para que estuviera más atenta cuando estaba jugando en la calle, como acostumbraba a hacer siempre que tenía algún percance.
Manuela Álvaro Alonso
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Le regalaron una bicicleta. Intentó montar en ella, pero su cuerpo terminaba siempre magullado en el suelo. Cada día el mismo reto, no parecía tan difícil, pero no lograba avanzar más de tres metros sin besar el camino. La guardó en el sótano rendida. Cada día la visitaba, observaba su cuerpo de bicicleta suplicándole que la hiciera liebre. Aquella noche lo entendió todo, en aquella película de antaño, el protagonista se alejaba hacia la luna montado en una bicicleta, entonces lo supo. Se levantó temprano, la agarró por el manillar y caminó con ella hacia el acantilado. Su bicicleta volaba, ¡por fin podría pedalear hacia las nubes! La dejé en el acantilado sobre ella, mirando el horizonte.
Ana Lourdes
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Camino del mar
Ir a la playa en bicicleta por el Empordà es ir en un velero terrestre. Zarandeado por los vientos cambiantes, por la tramuntana, el garbí o el llevant, surfeando las suaves colinas, el ciclista tiene que mantener el equilibrio como pueda. Las banderas señalan desde donde sopla Eolo. Las pantallas de cipreses protectores te protegen un momento, pero enseguida vuelves a estar a merced de las inclemencias. Los manzanos de Sant Pere Pescador, los melocotoneros de L’Armentera colorean de verde y rojo el paisaje. Las acequias señalan el camino que, como nuestras vidas, van a parar al mar. Las marismas de Castelló d’Empúries reflejan el cielo y te ves a ti mismo rodeado de aves nómadas que hacen viajes más largos que el tuyo. Eres entonces un pájaro más, sin alas y desvalido, a merced del viento, buscando compañía. Planto la bicicleta boca abajo en la arena y el mar me recoge náufrago.
Juanjo Compairé
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¿Si fuera posible recuperar las sensaciones vividas a lomos de mi bicicleta de la infancia? Aquella euforia cuando al coger velocidad por alguna cuesta soltaba las manos y sentía que mis caderas guiaban ya no una simple bicicleta, sino un caballo o incluso un vehículo desconocido no inventado aún … Esa sensación de Libertad y poderío fuera del espacio y del tiempo real. Esas sensaciones que me permitían las largas vacaciones de verano de la infancia, las calles sin tráfico de mi barrio y las ansias de dirigir mis pasos o mis ruedas son Tesoros.
Sandra
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Asómate a los charcos
Las bicicletas, indudablemente, son para el invierno. Y en especial, para los días de lluvia donde se refleja tu camino con luces matizadas por calles de adoquines brillantes. Viento y agua en tu cara, frío que sana el alma. Sonidos refrescantes que te acompañan en tu pedaleo por calles casi vacías de transeúntes de caminar apresurado y cabezas gachas, sin entender, que es el momento de pararse en cada charco a buscar el reflejo del niño o niña que fuiste, y que está ahí, esperando que te asomes para devolverte la sonrisa. Las bicicletas, indudablemente, son para que te dejes arropar por el invierno como tan sólo él sabe hacerlo.
Chano Gómez
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Verano de 1985
Cada día el mismo recorrido. Mis muslos adolescentes se mueven acompasadamente. Disfruto de las luces malvas del amanecer y los sonidos de los pájaros que aclaman el inicio del día, aunque no siempre, a veces mi mente me castiga renunciando a esos placeres y repasa mecánicamente las tareas que esperan. Un día, sin saber por qué, me desvío del camino repetido, la playa está tan cerca que puedo escuchar el bravo sonido que forman las olas del Cantábrico. Mi bicicleta, como si gozara de vida propia, me lleva hacia un sendero poco circulado. Pedaleo y pedaleo. A un lado, el mar agitado con su espuma blanca, al otro, la verde montaña, en el centro del mundo, Yo. No sabía entonces, que ese momento me iba a acompañar el resto de mi vida. No sabía que, como metáfora de la vida, me iba a enseñar que a veces hay que desviarse del camino trazado para, en soledad, encontrarse con una misma.
Rosario M.G.
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La bicicleta
Mi padre nos regaló, por nuestras buenas notas en la escuela, una bicicleta BH verde para las 4, Merce, Carmen Gloria, Ali y yo, que en aquel tiempo me hacía llamar “Dolo”, porque me daba la rudeza de una masculinidad envidiada. En el pueblo de San Miguel de Abona, ese lugar del sur de Tenerife en el que las gemelas vivimos nuestros primeros 14 años de vida y donde siempre van mis recuerdos, en la plaza de su iglesia y para la gritona chiquillería que nos reuníamos siempre ahí, no había por aquel entonces otra bicicleta, allá por los años setenta, poco antes de la muerte de Franco. Ese regalo fue el comienzo de una liberación individual para, creo, cada una de nosotras, las mayores de una familia numerosa de clase media en ese pueblo mágico y terrible de las medianías de, acaso, cualquier isla. Yo, cuando me tocaba la bici, me solía ir hasta la Centinela, pasando por Tamaide y Las Zocas, por aquel inusitado tramo de la carretera general del sur. Nunca me había aventurado sola hasta ese lugar, desde donde se disfruta de una vista panorámica del Valle de San Lorenzo y de San Miguel. La sensación de libertad, de poder y también de miedo porque se me pudiera pinchar una rueda, me acompañaban en cada viaje, ya que, dicho sea de paso, yo no tenía idea de cómo arreglar una recámara. El caso es que eso no impedía, como en mi temerosa vida ha sido una constante, salir en cada ocasión a conquistar lo que para mí significaba el infinito: unos pocos y tranquilos kilómetros que anhelaban, se me antoja ahora, ser recorridos. Por aquel entonces, frente a mi agitado y palpitante corazón se levantaban espacios desconocidos, olores zumbantes, pequeños descubrimientos que para mí eran un mundo, castillos de viento que eran simplemente semillas de una vida por conocer. Quizá por eso nunca tuve problema alguno, ya que la distancia entre mi casa y el mirador me acogía siempre con los brazos abiertos, en aquellas anchas soledades de mis primeros años. Ir más allá de los límites, de lo imaginado, y ese demostrarme que era capaz de hacerlo, fue el inicio sin duda de mi adolescencia. Gracias a ti, bici, bici compartida en esa plaza de la iglesia en la que hacíamos nuestras primeras y posiblemente últimas acrobacias, en donde nuestros ángeles guardianes aprendieron bien su oficio. Te saludo desde mis cincuenta y tantos años, cuando ya sé que hay que volver una y otra vez a transitar por esas rutas sinuosas de nuestros límites, de nuestros miedos, agradecida por habernos permitido ese primer gran salto, sin mayores consecuencias, a lo que puede y quizá debe ser la vida.
Patricia
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Risas infinitas
Recuerdo con especial cariño uno de los días más felices de mi infancia. Tenía once años y por fin se hacía realidad el sueño que tanto había anhelado. Mi rostro se iluminó de felicidad aquella mañana del 6 de enero. Me había despertado muy temprano, como todos los días de Reyes. Cada navidad la ilusión brotaba de todos los rincones de mi corazón, y el año en el que ocurrió esta historia fue el más mágico de los que conserva mi memoria. Con sorpresa y admiración, descubrí entre los regalos una hermosa bicicleta de un color rojo brillante. No podía creerlo. ¡Era para mí! Cerré los ojos para permitir que mi mente volase hacia lo más recóndito de mi imaginación y sentí una inmensa alegría al pensar en las aventuras que podría vivir gracias al movimiento de mis pies y las liberadoras caricias del viento en mi pelo. Los sábados por la tarde eran los días de mayor diversión. Mis primas y yo nos reuníamos para pedalear por el pueblo, cerca de la casa de campo de mi abuela. En ocasiones nos acompañaban también algunos amigos del colegio. Jugábamos, cantábamos, dábamos rienda suelta a nuestro júbilo. Las preocupaciones cotidianas se esfumaban y deseábamos que aquel momento no terminase nunca. Tenía la sensación de que nuestras risas se extendían hasta el infinito. Los sueños y la inocencia de la infancia no tienen límites y brillarán por siempre.
Jenifer Déniz Rodríguez
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Diluvio universal sobre ruedas
La bicicleta siempre ha estado muy presente en mi vida, desde pequeña me ha parecido increíble como este vehículo de transporte que simboliza tanto la libertad y como la independencia y te puede hacer desconectar tanto. Al mismo tiempo la bicicleta te enseña grandes lecciones sobre el poder de la constancia. Podría ser uno de los objetos con los que más anécdotas tenga, anécdotas de paseos por lugares, anécdotas de caídas, anécdotas con las que te ríes hasta que te duele la barriga, anécdotas de todo tipo que guardo con muchísimo cariño. Hace un par de años hice un viaje a Holanda con mi clase, evidentemente las bicicletas nos rodeaban fuésemos a donde fuésemos, dependíamos de ellas para movernos. Podría contar millones de recuerdos de la bicicleta y ese viaje, pero hay uno que nunca olvidaré. Ocurrió una tarde-noche volviendo del centro del pueblo donde nos quedábamos. Estábamos mi mejor amiga, las dos holandesas de intercambio y yo. A los cinco minutos de montarnos en la bici comenzó a llover lo que no estaba escrito. Recuerdo decir que había que ir más rápido para no mojarnos tanto. Mi mejor amiga y yo no nos podíamos parar de reír, parecía que nos habíamos duchado y todavía quedaban veinte minutos de camino. La escena parecía de película, recuerdo la sensación de la lluvia cayendo mientras pedaleaba y de nuestras risas como un momento inolvidable. Fue en ese instante donde caí, que la vida se trataba de eso, de saber disfrutar cosas tan simples como montar en la bicicleta con amigos. Me di cuenta de lo feliz y afortunada que era y que no quería ir rápido. Quería lo contrario, quería quedarme en esa bicicleta y en ese momento toda mi vida.
M.L.H.
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La bicicleta
Para mí, a diferencia de casi todos los niños del mundo, tener una bicicleta no fue nunca un sueño. Mi infancia en casa estuvo rodeada de niños y sí que me parece que ellos fueron felices con una bicicleta, pero ahora, tratando de hacer memoria, no consigo recordar a nadie usando o disfrutando de una en el jardín frondoso de mi casa infantil. Sin embargo sí que recuerdo a mi padre insistiendo en que no fuera a montarme en una sin llevar puestos pantalones largos... cosa curiosa porque a él no le hacía nada feliz verme vistiendo pantalones... ¡las niñas usan faldas! Evidentemente no aprendí a montar bicicleta y creo que me perdí un gran placer en la vida. Pasados los años el destino me llevó a vivir en Holanda, ya una adulta con hijos adolescentes y nuestra vida tomó otro ritmo al son del pedaleo. Mi hija con 13 añitos se volvió un ser independiente que iba y venía por La Haya, libre cómo un pájaro. Su padre, cada vez que podía dejaba aparcado el coche para gozar de un viaje en la suya... y a mí me regaló una verdadera monada último modelo, ligera, blanca, deliciosa... que jamás conseguí disfrutar. Yo habría querido que hubiese tenido 2 rueditas detrás... pero claro... Nunca me atreví a salir yo sola con ella porque no fui capaz de montarla sin dejar de llevar todos los segundos que estaba alli, la mirada fija y rígida s o l o hacia adelante. Como torciera la cabeza para mirar si alguien venía por algún otro lado, perdía por completo el equilibrio. Dios me librara de un picor en la nariz o en cualquier otra parte, porque no era capaz de soltar ni una mano del manillar en ningún instante. Sólo podía ir en ella acompañada para que así mi compañía me dijera: ¡cruza ahora, no viene nadie! Y así siempre pensé: ¡Qué manera más eficaz de que alguien cometa el crimen perfecto conmigo!
E.H.L.
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La bicicleta
Aquel día de Reyes miraba expectante por la ventana a ver si mi amigo me llamaba para así poder probar que se sentía al montar en bicicleta. Carmelo me había dicho si los Reyes me la traen, silbo para que bajes y te la presto. Yo había pedido una, pero mi padre decía que eso era un juego de niños que las niñas no debían montarla. Tantas eran mis ganas que al oír el silbido baje los cuatro pisos como un rayo para disfrutar de ese placer tan ansiado. Con tan mala pata que a la primera vuelta me cai llegando a casa toda magullada. Por si fuera poco, me esperaba la regañina familiar pero poco me importó ante la maravillosa experiencia vivida pues descubrí el placer de volar sin alas.
Loly Verde T
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Nunca tuve una bicicleta. La primera me la compré de segunda mano a los 25. Aprendí tarde y mal a montar. Daba vueltas en una bici prestada en el patio de casa de mis padres. Pero recuerdo que en ese momento sentía una sensación de libertad. El viento en la melena, la velocidad, la tensión del pedaleo, el miedo a perder el equilibrio. Con 50 años me compré mi primera bicicleta nueva. Con ella, este verano, he superado retos que nunca pensé que alcanzaría. Cada vez que me monto en la bici siento el miedo, la inseguridad y la posibilidad de perder el control. Esa incertidumbre de no ser tú solo el que maneja, sino la máquina. La incertidumbre de encontrar esa piedra en el camino, ese hueco en el asfalto que te puede hacer caer de nuevo, ese niño que se te cruza, esa curva cerrada, esa pendiente imposible… Pero cuando el camino acaba, pones el pie en tierra, te bajas de la bici, te tiemblan las piernas. En ese momento que sabes que has podido, que has superado esa incertidumbre, que has disfrutado, esa sensación única del viento en tú cara, tan única como todo lo que has visto en el camino, te recuerda que la vida es como montar en bicicleta.
Tiki, tiki
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Mirando al frente
Mi vida ha transcurrido sobre las ruedas de una bicicleta, nunca la misma, pero siempre con la sensación de que me deslizaba sola hacia el mundo abierto… Mi primer recuerdo sobre una bici estará siempre ligado a mi hermano mayor. Yo debía tener 5 años y ganas de estar cerca de él. Juan me subió a una bicicleta verde claro, heredada de alguno de mis siete hermanos. Me agarró por el sillín y me animó a mirar al final de la calle: “Respira, solo mira al frente y pedalea, yo estoy contigo”. Al final de la calle me esperaban mis hermanas mayores con los brazos abiertos, como si fuera el comienzo de un ritual, algo que sin saberlo me transformaría para siempre. Así empezó mi idilio con la bicicleta con atrevimiento, acompañada por la presencia de mi hermano que me invitaba a ser libre y a comerme el mundo…Después de aquella bici llegaron otras: me rompí las paletas al ir sin manos en una Chopper con unos diez años, me robaron una verde oscuro en la calle durante la adolescencia, pinté una bicicleta de segunda mano de lila y la bauticé con el nombre de “Septiembre” y juntas fuimos a clase en la universidad durante años… No sé imaginar mi pasado sin mi bici, que me ha permitido caerme y levantarme, deslizarme hacia lugares a los que solo mis pies no me habrían podido llevar. Yo también le enseñé a mis dos hijos a mirar al frente, sosteniendo el sillín con mi mano hasta que no me necesitaron para volar. Mi hermano hizo un buen trabajo. Gracias, Juan.
Glauka
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Buscaba la felicidad con auténtico empeño. Convencida como estaba de que este era el fin último de su existencia, se lanzó al mundo. Como única compañía la bicicleta de sus rutinas cotidianas, y una mochila llena de confianza ciega en que la providencia patrocinará su búsqueda. La felicidad es como una mariposa, si la persigues huye de ti, pero si permaneces serena se posará sobre ti. Esta fue la primera respuesta. Se sintió un poco decepcionada porque en su casa ya tenía un póster con esta frase. Eso ya lo sabía. En su siguiente parada, le dijeron. La felicidad puede medirse por el número de puestas de sol que atesoran tus retinas. Le parecía, en ese momento, que la felicidad sólo estaba al alcance de los poetas. No tenía una ruta ni un plan establecido, simplemente montaba su bicicleta y se dejaba llevar por la sensación de la brisa en su rostro. Cuando llegaba a algún pueblo preguntaba por la persona más anciana y le hablaba de su búsqueda. La felicidad es tener un plato de comida caliente, un techo sobre tu cabeza y un lecho que acoja tu sueño; le dijeron en un lugar, y en otro. La felicidad es tener el privilegio de ver nacer un nuevo día. Un día llegó a una remota aldea y se dejó llevar por los gritos y risas infantiles que se oían. Se trataba de un grupo de niños que jaleaban a una cría que montaba una desvencijada bicicleta. Su cara reflejaba el esfuerzo que ponía en hacerse con ella y la determinación con que se empleaba. Cuando por fin consiguió recorrer un largo tramo sin vacilar, los niños lo celebraron con gritos y aplausos, como si el logro hubiera sido de cada uno de ellos. Si la felicidad tenía un rostro, sin lugar a dudas, debía ser el de esa niña. Aquel día nuestra amiga dejó de buscar. Aquella niña, era ella, y aquella bicicleta, era la suya. Resultó que buscaba algo que ya tenía, simplemente se le había olvidado.
S.A.D.
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Sueños y bicicletas
Cuando era pequeña me divertía probar colchones. Cada día iba de cama en cama: empezaba por la de los abuelos, seguía con la de mis padres, mis tíos, mis primos, mi hermana y la de la bisabuela la dejaba para el final; allí me quedaba embobada escuchando sus historias... Al crecer ayudaba repartiendo compras, en el coche de Don Fernando un ratito a pie y otro andando. Esta colaboración familiar caminando y cargando me fortaleció la musculatura, pensé en hacerme levantadora de pesos. Cuando pasé a llevar bolsas en cada mano y un cereto en la cabeza sobre mi pañuelo ovillado, caminaba derechita, con elegancia y ritmo, pensé en ser modelo. Aumentaron los repartos, ahora era conductora de una carretilla, con una pequeña rueda. Buscando rapidez en el servicio compraron un burro y fui arrierita. Cuando el burro Facundo se hizo mayor los convencí y me compraron una bicicleta de montaña con cesta y alforjas. Desde ese día mi otra gran sueño es ser ciclista profesional. Vivo a 2500 metros de altura en un país de lagos, cascadas, con mil montañas. Pedaleo sola o en grupo con: niñas, jóvenes y mujeres; pedaladas en buena compañía, vida sana, , aireada, deportiva, nos une una gran ilusión, participar y ganar las vueltas ciclista de España, el tour de Francia, el giro de Italia... Recién aterricé en un país muy llano con calles llenas de bicicletas, de léjos parecen un largo camino de hormigas luminosas cruzando la ciudad. Abro la puerta, la luz blanca lo cubre todo. Subo a mi bicicleta, con sus ruedas anti pinchazos, con la que he subido y bajado montañas. Hoy viviré una gran aventura: pedalear en la nieve, pasar por carreteras de agua y sal o sobre hielo por esta ciudad, hasta la siguiente. La vuelta al mundo en bicicleta se hace realidad.
María del Val Crespo Ares