El secreto de las torrijas de Carnaval más gruesas de Canarias
Es una receta centenaria que elabora Sabina Quintana Jiménez en los Altos de Guía, en Gran Canaria, y llegan a alcanzar los cuatro centímetros de grosor
El secreto de las torrijas o tortillas de Carnaval más gruesas de Canarias
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Las Palmas de Gran Canaria
Más allá de los disfraces y mogollones, febrero en Canarias es también sinónimo de torrijas o tortillas de Carnaval. Una tradición culinaria que todavía se conserva en muchos hogares isleños, pero que adquiere una dimensión casi divina en el seno de una familia grancanaria en particular, de los Altos de Santa María de Guía, donde la receta ha traspasado varias generaciones y las torrijas se alzan hasta casi cuatro centímetros de grosor, con una esponjosidad, brillo y color dignos de veneración. La artífice del milagro centenario es Sabina Quintana Jiménez, de 80 años, quien a su vez heredó el secreto y el don para elaborarlas de su abuela paterna Gregoria y de su madre Carmita. La nuera, Luci Falcón, desveló hoy algunas claves en el Hoy por hoy Las Palmas de Cadena SER.
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"Lo más importante es hacerlas con amor y tiempo"
"Lo más importante es hacerlas con amor y con tiempo, sin prisas, como todo ahora que se hace deprisa y corriendo", relata Falcón con ese orgullo de quien es conocedora y protectora de un gran tesoro. Y subraya que "son espectaculares, no como esas torrijas planas que cuando las veo por ahí tan finas que parecen tortillas francesas me dan ganas de reír, nada que ver". Si bien hoy en día es habitual elaborar estas torrijas o tortillas coincidiendo con las carnestolendas, históricamente se servían como colofón dulce a las celebraciones y encuentros vecinales que se organizaban en los entornos rurales al culminar la recogida de las cosechas de papas o las desgranadas del millo de las piñas. "Aquí en los Altos de Guía, donde tenemos unas papas magníficas, se las conocía popularmente como torrijas canarias y eran el postre que se ponía siempre sobre la mesa al terminar la jornada en el campo, pero también en otro tipo de celebraciones", explica Luci.
Tras un poco de remolonearía por su parte para generar expectación y porque no quiere dejarse atrás ningún detalle del entorno de Hoya Matos, localidad exacta donde se encuentra la cueva vivienda de la familia en la que se ubica la génesis de las torrijas de los Quintana, Luci procede a desglosar minuciosamente todo el proceso de elaboración y los ingredientes. Una vez preparadas las altas dosis de amor y calma "el siguiente paso es tener una levadura madre que disolvemos en agua caliente y a la que añadimos entre 200 y 250 gramos de harina hasta que resulte una masa muy parecida a la de la pizza o el pan". Se deja deja reposar y fermentar y se recuperará más adelante.
"Antes no había batidoras y trituraba la calabaza con lo que se pudiera"
Mientras tanto, ponemos a sancochar unos 200 gramos de calabaza con un poco de sal; que trituramos a ser posible manualmente. "Antes no había batidoras y se hacía con el pasapuré o con cualquier cosa que sirviera para moler", matiza. La calabaza resultante se mezcla con media docena de huevos también batidos a mano con la varilla, se añade un poco de canela y una cuchara de matalauva, se ralla la cáscara de un limón y se vierte entre 300 y 400 gramos de azúcar. "El truco de mi suegra es echar también un vasito de anís 'del nuestro', que le da un toque muy especial".
"El colofón es la miel de caña, nada de chocolate"
Se unifican sendas mezclas y se amasa todo con las manos. Y se acerca el clímax. Comenzamos a freírlas con bastante aceite y bien caliente, añadiendo a la sartén la medida de un cucharón de sopa, unas 4-5 por vez hasta que se van dorando poco a poco. "Mi suegra las pasa a una jaranda que se usaba antes para el millo y las forra con papel de cartucho antiguo y las pone a escurrir para que se sequen y quedan con un olor y color espectacular", concluye Luci no sin antes recomendar degustarlas con miel de caña, "nada de chocolate ni otras cosas".