"La droga, o la dejas, o te quita la vida": Juan Ángel, más de cincuenta años preso del alcohol
Este hombre de 67 años ha logrado superar sus adicciones y reconstruir una vida marcada por la tragedia con la ayuda de Cáritas y de los valores de La Casa Esperanza
"La droga, o la dejas, o te quita la vida": Juan Ángel, más de cincuenta años preso del alcohol
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Las Palmas de Gran Canaria
Adicto al alcohol durante más de 50 años. Con un cuerpo marcado para siempre por un accidente laboral que le quemó parte de la cabeza. Separado de su mujer y sus hijas por su adicción. Víctima del sinhogarismo y de alguna que otra sobredosis. Con la culpa de haber perdido a un amigo en un accidente de tráfico cuando iba "pasado de copas al volante". Pero con la fortuna de creer que ya ha combatido a su peor enemigo: la bebida. Este es el relato de la vida de Juan Ángel, un majorero de nacimiento, pero grancanario de adopción que, con sus 67 años, bien podría ser el protagonista de una película.
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Gracias a Cáritas Diocesana, Juan Ángel ya no es Juan Ángel, aunque a veces su 'yo' interior le juegue malas pasadas. Juan Ángel es un manitas que ayuda a la ONG en la jardinería o limpiando las instalaciones. Juan Ángel ya no vive entre cartones bajo una palmera en Las Palmas de Gran Canaria y lo hace en una pensión. Juan Ángel vuelve a tener a su lado a sus hijas y a su nieta y lo que más desea "es volver a pasar la Navidad con ellas". Juan Ángel es como el Ave Fénix. Ha resurgido de sus cenizas "llorando mucho" y sin pertenencias, salvo una: "ser feliz".
Es difícil no sentir compasión cuando conoces a Juan Ángel, algo que no le gusta. Pero su historia no es para menos. El alcohol ha sido el compañero de vida de este exjugador de la UD Atlético -algo que recuerda con orgullo mientras viste una camiseta del club amarillo-. Siendo adolescente y siguiendo el ejemplo de su padre, "bebedor de coñac desde que se levantaba y su fan número uno como futbolista", se adentró en un mundo oscuro, de malas compañías y que le alejó por completo de su familia. Aunque nace en Fuerteventura, "desde bien pequeñito" se trasladó a Gran Canaria donde creció en el barrio capitalino de Las Rehoyas. Desde niño, y tras quedar huérfano, estuvo encadenando trabajos para mantener a sus siete hermanos. En la chapa y la pintura es un "hacha", un oficio que le llevó a trabajar en Suecia o en Inglaterra, incluso en ASTICAN. Su paso por Astilleros Canarios no lo olvidará nunca. Su cuerpo se lo recordará siempre porque trabajando allí sufrió "un grave accidente que le provocó importantes quemaduras".
Un kilo de hachís por una copa
Con el rostro marcado por las llamas, pero sin dejar de sonreír, Juan Ángel reconoce que ha vivido cosas aún peores. "El alcohol me separó de mi mujer, me dio tres oportunidades antes de abandonarme. También de mis hijas y de mi nieta", recuerda mientras se le empañan los ojos. Son estas últimas las que intentaron en más de una ocasión que dejara la bebida y retomara su vida, "pero no hubo forma". "Es difícil porque cuando te das cuenta estás en la calle". Tras separarse de su familia, se convirtió en una persona sinhogar más en Las Palmas de Gran Canaria. Vivía entre cartones, y "hasta cinco días estuvo sin comer " y rodeado de "amigos por interés". Y, aunque "nunca llegó a robar porque así se lo enseñaron sus padres", sí que "llegó a trapichear hasta con un kilo de hachís" para tomarse "sus copas diarias".
Ser el culpable de un trágico accidente de tráfico con una víctima mortal tampoco le bastó a este sexagenerio para darle una patada al alcohol. "Me puse borracho al frente de volante, nos despeñamos por un terraplén y una piedra abrió la cabeza en dos a mi amigo", recuerda mientras se entristece por algo "que ocurrió hace muchos años, pero que sí le marcó". Si hay algo que incitó a Juan Ángel a alejarse de los suburbios fue una sobredosis que le llevó un mes a la Unidad de Vigilancia Intensiva. "Estaba en la puerta de Cáritas y me dio una sobredosis, cuando desperté en el hospital y me vi lleno de cables supe que ya no quería seguir así", señala.
Su camino hasta Cáritas, adonde llegó "por recomendación de un amigo", no fue fácil. Ni para él ni para el equipo de la ONG. Hasta las puertas de la sede en la Avenida de Escaleritas de la que hoy se ha convertido en su casa llegaba "fuera de tino". "Revolucionaba al personal", recuerda entre risas socarronas, "y claro, nadie me quería atender". Pero de pronto aparece La Casa Esperanza, un chaleco salvavidas al que se agarró hace cinco años, pero que no supo aprovechar. Hasta este centro de rehabilitación en pleno corazón de Agaete, que está a punto de cumplir 32 años, llegan sus residentes para deshabituarse de sus adicciones. Aterrizan en él personas como Juan Ángel, de todas las islas, y principalmente presos del consumo de alcohol. Rotos por la adicción, entre las paredes de este recinto trabajan para entender y aprender a retomar el control de su vida.
Meses sin alcohol: un reto diario
Durante cinco meses y en dos grupos de no más de doce personas reciben terapia psicológica, también educativa e, incluso, clases de gimnasia. Aunque tras abandonar La Casa Esperanza por una recaída volvió a la calle, Juan Ángel reconoce que este proyecto al que llegó hace cinco años "le cambió la vida". "¡Qué bien se comía allí!,y, fíjate, que hasta me enamoré de un piba allí. Ella me gustó y yo le gusté a ella, aunque después tuvo que irse a otro centro", rememora Juan Ángel. Pero, aunque "allí todo era felicidad, se salió otra vez de tino". Con cierta vergüenza se acuerda del día en el que, tras su paso por el bar del pueblo que conocía bien "por las acampadas que hacía en Guayedra de joven", recayó ante la presencia de sus hijas, su yerno y su nieta. "Se me cayó el cielo encima cuando vi allí a mis hijas y uno de los monitores me pidió que soplara" para comprobar si había o no bebido. "Le dije que no hacía falta porque le iba a romper el chisme y me pidieron que recogiera mis cosas y que me fuera", indica mientras afirma que no fue consciente de lo que había hecho "hasta que vio allí a todo el mundo llorando".
Veintiún días sólo estuvo Juan Ángel en esa casa de la esperanza donde los que resisten a los cincos meses de terapia abandonan para enfrentarse a una nueva vida. Un camino en el que no están sólos. Cáritas se encarga de hacerles seguimiento porque en cualquier momento "la recaída es posible". Tras salir del recinto y volver a la calle, Juan Ángel -recomendado por una de sus hijas- vuelve a tocar en la puerta de la ONG. "Es que es una batalla que tienes contigo mismo. El mal te llama más que el bien y tienes que poner de tu parte. No tienes que luchar contra la gente, sólo contigo. Es una lucha terrible", asegura mientras le observa Zuleima García, su asistente social.
Esta joven, que lleva varios años en la ONG desempeñando diversas funciones, reconoce la dificultad de tratar con Juan Ángel. "Su caso era muy complicado porque es un señor que llevaba quince años en la calle, con problemas de consumo, al que citaba para que viniera a Cáritas y no aparecía". Pero, aunque parezca que la historia de Juan Ángel es excepcional, según esta técnico los casos de adicciones combinados con problemas de salud mental han ido en aumento tras la pandemia de la Covid-19. "Aunque hasta Cáritas llegan fundamentalmente hombres, cada vez hay más mujeres y muchos tienen sin diagnosticar la enfermedad". Los cuatro meses que lleva limpio Juan Ángel alientan a Zuleima, que lleva trabajando con él durante los últimos dos años. "Personas como él me dan más alegrías que penas porque, aunque a veces haya recaídas, reconforta los pequeños pasos que dan. Solo conseguir que cada día se duchen para mí es maravilloso y para ellos más", afirma a la vez que toca la mano de Juan Ángel con una mirada cómplice, que la interrumpe para valorar que "gracias a Dios y gracias a Cáritas ha recuperado su vida".
No sería difícil arrepentirse y querer dar marcha atrás con la vida que ha tenido Juan Ángel, pero él lo tiene claro. "He llorado mucho por no poder hablar con mis hijas y mis hermanos y eso no lo quiero sufrir más. Si doy marcha atrás lo pierdo todo. El pasado no se olvida, pero ahora hay que vivir el presente porque la vergüenza y el pudor no llevan a ningún sitio".