Irse o que te echen

Dejar la política con dignidad no es nada fácil. Y menos en estos tiempos en los que un día estás arriba y eres el rey o la reina del Mambo; y al siguiente, ni estás. Cada vez hay más ejemplos de emergentes que quisieron y no pudieron: Rivera, Casado, Iglesias o Yolanda.

Y luego están los de toda la vida, los que nacieron en un coche oficial y no se acostumbran a apearse de él. Entre ellos, tenemos en Canarias el caso paradigmático de Román Rodríguez, que llegó a la Presidencia del Gobierno por una carambola y desde entonces no concibe vivir sin poder.

Aferrado a él como si le fuera la vida en ello, su resistencia numantina a dejar paso a nuevos líderes le puede pasar factura. Y terminar su carrera política cuestionado, y obligado, por una parte de los suyos.

El aún líder de Nueva Canarias es un prestidigitador, un ilusionista con más labia que aciertos en sus estrategias. Quizá debería tomar nota del anterior liderazgo que él contribuyó a desplazar sin miramientos, aliándose entonces con Tenerife, y dejar la política cuando ahora que el electorado le da espalda tras estos comicios.