Sobre la soledad de Sánchez en La Haya
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El enfoque de Francisco Pomares
Pedro Sánchez se fue a La Haya a convencernos de que todavía pinta algo en política internacional. Pero en la reunión de la OTAN, lo único que ha demostrado es que ni siquiera sus supuestos aliados le toman en serio. Sentado al fondo, sin interlocutores, sin relevancia, firmando lo mismo que los demás mientras vendía el cuento de que estaba plantando cara al militarismo. Una fábula que nadie compró.
La OTAN no es una ONG. Es una alianza basada en la confianza y el cumplimiento de compromisos. Y España, con Sánchez, no cumple ni uno: ni presupuesto en defensa, ni claridad frente a Rusia o China, ni coherencia estratégica. Mientras Europa se rearma y responde a la imprevisibilidad de Trump, Sánchez repite que la guerra no puede deteriorar el bienestar. Un argumento de mitin local que en Bruselas –o en La Haya– suena a chiste.
Su planteamiento es simple: pertenecer a la Alianza sin asumir costes. Pero la Alianza no funciona así. Si no contribuyes, eres un lastre. Y si, además, te pones en contra, eres un problema. Sánchez ha elegido el camino de la irrelevancia, mientras finge que lo hace por principios. Lo hace, en realidad, por cálculo: para presentarse en casa como el único defensor de la paz frente al mundo belicista.
La política exterior, para Sánchez, no es más que una prolongación de su campaña permanente. No le importa el lugar de España en el mundo, sino su lugar en el Telediario. No busca aliados, busca titulares. No construye liderazgo, improvisa relatos. Y ahora, además, culpa al Ejército español de sus ocurrencias.
Lo de ayer no es solo un error estratégico: es un síntoma de la decadencia de nuestra política exterior. Y de la soledad de un presidente que ya no tiene con quién sentarse.




