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Opinión

La Altura del Cielo

La Columna de Rafa Gallego: La Altura del Cielo (09/09/2022)

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León

Mi hermana, la que es ahora la pequeña, pero que no debería serlo, dice cosas como esta: “hoy el cielo está más alto que otras veces”. A mí me gusta mucho escucharla porque, en la sencillez de la frase, “hoy el cielo está más alto que otras veces”, hay una autopista para los pensamientos y, si se quiere, se pueden escribir páginas y páginas sobre lo que dice esa sencilla afirmación. Yo, que tiendo a la exageración, estoy tentado de repensar y repensar el significado de su idea y tratar de imaginarme la altura del cielo, el listón que separa en el aire lo que es cielo de lo que no lo es todavía, lo que se queda en, podríamos decir “aire”, para simplificar.

Nosotros vivimos rodeados de aire y más arriba, más alto, más allá de lo que nos rodea, hay un punto en el que el aire ya no es aire, sino cielo. Uno no sabría decir si los aviones vuelan por el aire o por el cielo, si los pájaros son del cielo o de la tierra, si las nubes son la frontera que señala la línea que separa lo que está allí de lo que es aquí, porque sí que sabemos que el cielo no es cosa nuestra, que está allí en lo alto de nuestra vida pequeña e insignificante ante la inmensa enormidad de lo que los antiguos llamaban el orbe, su ser inalcanzable e inabarcable. Mi hermana estaba hablando de eso, de que hay días en los que el cielo está muy alto, muy lejos, muy separado y otros en los que se mira y se ve que todo brilla más cerca, porque eso se ve especialmente en la noche, y sobre todo en las noches de verano y patio y charla y tiempo para mirar y atrapar la altura mínima del cielo. Tocar con la mano las estrellas, traerlas al aire, bajarlas al momento quieto y calmado de la noche, esa aventura del verano, ese momento sin tiempo de los días del verano. Comprender la altura del cielo, sopesarla, debería ser un arte que todo el mundo manejara, un saber del común, una de esas cosas que nos sirven para sentirnos gente, la misma gente, la misma clase de gente, la que respira el mismo cielo y se suspende en el mismo aire.

Este verano que todavía no se ha ido, porque se nos olvida que todavía tiene casi dos semanas, está siendo el verano del hielo y el fuego, más fuego que nunca y menos hielo que de costumbre. La altura del cielo se acorta pavorosamente en los incendios, lo hemos visto, el fuego la señala. La altura del cielo se hace inmensa en los supermercados, en la nevera del hielo, en la sonrisa satisfecha del que conseguía el saco. Poca broma con la naturaleza humana ante la escasez, poca broma con la idea de tener que compartirla. La altura del cielo se achica hasta aplastarnos, ya lo creo.

Mi hermana lo decía mirando las estrellas a kilómetros de altura más allá del batir airado de las palmeras, recordando una noche distinta en la que se veían los agujeros de luz del cielo al alcance de la mano en su memoria. La altura del cielo, un concepto salpicado de matices, como la escasez del hielo, como la ceguera del fuego, la subida de los tipos o la muerte de la Reina.

 
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