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'El espacio de mi tío Cimo': Un relato de Luis Mateo Díez para Pablo Álvarez y Sara García

El escritor lacianiego les dedicó un cuento tras su designación como candidatos a astronautas. El relato fue leído este viernes por José María Merino durante la entrega del reconocimiento como 'Leoneses del Año 2022'

Pablo Álvarez y Sara García recibirán el reconocimiento del Ademar / Javier Casares

'El espacio de mi tío Cimo': Un relato de Luis Mateo Díez para Pablo Álvarez y Sara García

León

El mismo día que conocí la noticia de vuestra designación para ser astronautas por la Agencia Espacial Europea pensé, con desbordada alegría, que la aventura espacial de mi tío Cimo, allá por los años sesenta del pasado siglo, tenía los visos de veracidad que la familia le había negado.

Mi tío Cimo era un viajante comercial de efectos religiosos y en su vida profesional, con un utilitario rectificado y recauchutado, había recorrido mil veces la provincia de León y otras provincias, sin que la familia dejara de sospechar que a los efectos religiosos añadía otras ofertas de incierta moralidad, y muy necesarias y difíciles de conseguir en el uso discreto de las intimidades.

Se podría decir que mi tío Cimo tenía, con su carácter jocoso y despendolado, un componente libertario muy propio de su vitalidad e imaginación, no ideológico pero sí resolutivo y didáctico.

-La vida es lo que hay que aprovechar se valga o no se valga para otra cosa, y en el pleito de vivirla no existe más alternativa que la de gastarla hasta echarla a perder, sin medida ni recato -solía decir, siendo sus frases muy celebradas cuando había empinado el codo.

Un día de mayo de aquellos años mi tío Cimo desapareció. El utilitario estaba al pie de una cuneta, en la carretera de Omaña, con las puertas abiertas y sin que se notara que nada faltase de la impedimenta. En aquella semana había hecho su ruta de montaña y se lo había visto en uno y otro lado, tanto por Cistierna como por Boñar o San Emiliano y Villablino.

Deciros que fueron varios meses de angustia y resignación familiar no es faltar a la verdad, aunque tampoco es faltarla, el constatar un apaciguamiento del ánimo y pérdida de interés, cuando el tiempo pasó y en el olvido de Cimo pesaba sin duda su condición de solterón. También un cansancio en los parientes que menos lo apreciaban, y moralmente estaban más escandalizados por su contradictorio comercio de los efectos religiosos y los preservativos y otros efectos mundanos nada parroquiales.

Cimo regresó un día cualquiera y ni se tomó la molestia de ir a dar parte al cuartelillo ni de aclararle nada a la familia, pero muy interesado, eso sí, por su utilitario y el cargamento, que estaban recogidos en la cuadra de su casa de Canales, donde mi tío nació, a la vera del río Luna.

El regreso semejaba una aparición, pero algo menos extraño que cuando se fue, como si al verlo salir de casa otro día cualquiera, tras aquel tiempo de ausencia,

supusiera que no se había ido, y que por eso no volvía, como si hubiera estado en su casa todo ese tiempo, escondido o secuestrado por él mismo.

-De dónde estuve, nada se sabe -fue lo más que dijo, sin que los curiosos lo atosigaran- y lo único que sé, después de estos meses, es que el espacio no tiene comparación, y así habrán de corroborarlo quienes a él vayan si hay suerte, y más si fuesen paisanos nuestros, ya que allí los esperan.

No sé, queridos amigos Sara y Pablo, si ya os habéis percatado de por dónde iban los tiros en esa ida y vuelta de la desaparición de mi tío Cimo, con el espacio por el medio y sin que el mismo, a lo que parece, tuviera comparación, siendo tan parcas sus palabras.

Mi tío fue abducido por extraterrestres, esa es la verdad, y eso es lo que yo supe, ya que fui el único sobrino al que quiso y en quien confió su abducción, aunque del asunto nadie dijo ni pío en mi familia, en la que existió durante un tiempo casi tanta inquietud como oprobio, malestar o vergüenza.

La aventura y el resultado de la misma pueden tener la credibilidad que queramos darle, aunque en mi caso fue completa, pues en mi condición de sobrino siempre supe lo que para él significaba que el río de su nacimiento se llamase Luna.

Y que, de acuerdo a sus ideas y comprobaciones, ese río de la luna reflejaba en sus aguas no sólo la belleza del satélite, también la atracción y la llamada a quienes eran vecinos de sus misteriosas aguas, pero también hijos del satélite que las nombraba y en ellas se reflejaba, sobre todo en las noches de verano en que mi tío se bañaba desnudo y sentía -esas eran sus palabras- el palor de las luciérnagas selenitas.

Fue al espacio, no me cabe la menor duda, como vosotros haréis, si llega el momento de asumir vuestra designación de astronautas, y lo fue con el amparo de su imaginación estratosférica y el sentido comercial de quien muy bien podría haber vendido efectos religiosos a los marcianos o selenitas, aunque allí los anticonceptivos no se coticen.

-No hay comparación posible -repitió mil veces, embelesado y satisfecho mi tío Cimo- nada como aquello, ya os lo dirán quienes vayan, pues siendo paisanos nuestros, sabrán mejor apreciar el valor que en el espacio tiene lo que en la tierra se vacía, un más allá estratosférico donde nos esperan quienes quisimos y no dejamos de querer, el propio río que fue el mejor espejo de sus vidas y las nuestras.

Que así sea, queridos Sara y Pablo, leoneses del año y de las estrellas que os aguardan.

 
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