El calor seca y quema España
La firma de Rosa Alcubilla
El calor seca y quema España
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Aranda de Duero
Esta mañana me he levantado y lo primero que he hecho ha sido abrir el grifo y beber agua. Se recomienda esta medida saludable para rehidratar el cuerpo tras el descanso de la noche, para tener mayor agilidad mental, y además ayuda a los riñones a depurar el organismo. En ese instante me han venido a la mente poblaciones de Nicaragua que no tienen agua corriente en sus casas. También he pensado en lugares de Marruecos donde aún teniendo agua, ésta no es potable, y esa agua insalubre les produce graves problemas de salud.
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También visualizo lugares de Myanmar donde las mujeres y las niñas son las encargadas de ir a buscar agua, y la recogen de estanques y arroyos. No quiero olvidar a la población del Yemen, donde el agua es un arma más en la guerra. Reconozco que soy una afortunada, y me indigna tanta desigualdad y tanta injusticia.
Somos una población privilegiada, pero los pronósticos sobre el cambio climático y sus consecuencias no son buenos. Según estudios científicos, la mitad de España puede convertirse, de seguir así, en un desierto. No hay que ser catastrofistas, pero tampoco podemos mirar hacia otro lado. La aridez se extiende no sólo porque llueve menos que hace años, sino por las olas de calor, que agravan esos periodos secos de nuestro clima.
Un refrán popular dice: “En abril, aguas mil, sino al principio, al medio o al fin”. Pero otro refrán afirma lo contrario: “Todas las aguas de abril, caben en un candil”. Lo que sí es real es que estamos ante una sequía preocupante y de larga duración. Además de frenarla con investigación y planes de acción, es necesario concienciar más a la población. Nos toca mentalizarnos de que el esfuerzo pasa irremediablemente por ahorrar agua. Sabemos que la agricultura se bebe el 70 por ciento del agua del planeta, la clave está en no despilfarrar.
Políticos y especialistas deben esforzarse por combatir y frenar los peores pronósticos. Habrá que obtener agua con la desalinización, realizar una mejor gestión de los recursos hídricos, reutilizar aguas residuales, revisar el regadío intensivo e industrializado de cultivos, controlar las extensiones de macrogranjas con miles de animales que demandan agua para beber, y repensar la lamentable sobreexplotación de los acuíferos. Hablar del tiempo era antes un tema socorrido, un comodín, parecía insustancial e irrelevante, y no creaba desavenencias. Pero actualmente, en el ascensor, en la consulta médica, en la peluquería o en la cola de la panadería, comentamos cada vez con más frecuencia que hace falta agua, que los embalses están vacíos, que el tiempo afecta a los problemas respiratorios y circulatorios, que el dolor en la articulaciones se agudiza, o que debemos proteger la piel de los rayos del sol. Tenemos tanta fijación por el tiempo meteorológico que llevamos en nuestros dispositivos móviles aplicaciones que nos dan con precisión el tiempo cada hora.
Y, recurro a otro refrán: “Nunca llueve a gusto de todos”. Porque analizando la reciente Semana Santa, los agricultores y ganaderos estaban mirando al cielo esperando lluvias para combatir la sequía, mientras que hoteleros y restauradores turísticos ponían el cartel de completo ante el tiempo soleado y caluroso que hemos disfrutado. Nunca llueve a gusto de todos, cierto, y habrá negacionistas que seguirán defendiendo que es injustificada la alerta por el cambio climático, pero lo que es incuestionable es que sin agua no hay vida. Algo estamos haciendo mal. España se seca, se quema y arde por el calor y la falta de lluvias.