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Opinión

Hiroshima

La firma de María González López

Hiroshima

Aranda de Duero

El miedo es uno de los aspectos que más nos definen como personas. Revela quiénes somos y las cuestiones que más valoramos. Al fin y al cabo, el temor es un conjunto de emociones desagradables como respuesta ante un posible suceso, y la importancia con la que lo dotamos.

Los miedos también evolucionan con nosotros, crecen o se extinguen en función de lo que vayamos viviendo. Recuerdo que cuando era pequeña me aterraban cosas que ahora me causan risa. Temía profundamente a las trombas de agua, la oscuridad o que mi madre, un día por no recoger los juguetes, los tirase a la basura. En cambio, otros de estos miedos se han endurecido continuando en la actualidad, el abandono, las pandemias tras la del covid, y, sobre todo, las guerras.

Confieso que las teorías que anuncian la tercera guerra mundial en base a la que se está batallando entre Ucrania y Rusia, me generan cierta alerta. Mi última lectura ha sido el relato de Hiroshima, de John Hersey, un escritor que tras la bomba atómica fue a Japón para escribir un ensayo. Al leerlo me compadecí de los personajes, debido a que todos y cada uno de ellos sufrieron las consecuencias de un conflicto que se ensañó con la población civil, mientras que los cargos superiores sorteaban estas penurias con mayor suerte.

A pesar de que hayan transcurrido casi 78 años desde este terrible episodio de la historia, los habitantes de la ciudad nipona eran como nosotros. Tenían vidas que, restándolas las convicciones de la época, se componían de los mismos sentimientos que los nuestros, aprendizajes y valores similares. Eran trabajadores que se encaminaban hacia sus respectivos puestos de trabajo o ya estaban en ellos a las 8:15 de la mañana, jóvenes que disfrutaban de sus vacaciones veraniegas, o familias que dormitaban a aquellas horas, entre otras miles de situaciones.

Hoy en día, la sociedad les tiene respeto a las energías nucleares por estos acontecimientos y sus repercusiones, además de fatídicos hechos relacionados con el tema, como la explosión de Chernóbil. A todos se nos instala en el estómago la ansiedad cuando la central nuclear de Zaporiyia es nombrada en los telediarios por si se repite la historia.

No obstante, en aquel entonces no se tenía consciencia de las capacidades del armamento nuclear, y por ello, los habitantes de estos lugares japoneses y al rededor fueron el experimento donde los americanos midieron el poder de sus bombas. Esto no exime al ejército estadounidense de los terribles daños que provocaron, que llegan hasta el presente. Fue una venganza desmesurada por el suceso de Pearl Harbor, aunque los dos fueron sanguinarios y mostraron al mundo lo peor del ser humano. Ahora Putin, uno de los peores humanos del planeta, junto a otros líderes de dictaduras militares, como Kim Jong-Un, tienen en su poder la destrucción del mundo mediante los mismos dispositivos, conociendo lo que pueden hacer. En 1945, quién fue el encargado de apretar el botón que lanzó está bomba debió ser carcomido por su propia culpa.

Me duele imaginar lo que he leído porque podríamos ser ellos. La realidad plasmada en la literatura de no ficción es capaz de superar a la ficción. Me espeluznaba lo que originaba la bomba de Hiroshima a las personas que estuvieron allí ese lunes 6 de agosto de 1945 a las ocho y cuarto de la mañana, cuando sus ojos se deshacían y la piel se les caía a tiras siendo la muerte su mejor consuelo, las quemaduras de los supervivientes y la lacra que les suponía seguir vivos, las vidas que se truncaron por completo por los traumas o todo lo que perdieron, desde bienes materiales hasta personas cercanas, entre otras cuestiones. Sin embargo, lo que más me estremece es que ellos ese miedo no pudieron ni imaginarlo.