Eutanasia

León

Dicen los galenos que el azúcar trae una muerte dulce, una eutanasia de la que el damnificado apenas va siendo consciente cuando ya los daños son irreparables.

El cierre definitivo de la Azucarera de La Bañeza rubrica, por contraste, el certificado de defunción de toda una comarca y echa una palada de tierra más en el entierro de la provincia.

A nadie se le escapa las consecuencias de la pérdida directa de 200 puestos de trabajo en esa tierra, los cientos indirectos y el efecto ruinoso para la economía de la zona, que se queda sin el único soporte industrial que tenía.

Resulta chiripitifláutico el enorme crujir de dientes y desgarro de túnicas que los magistrados

de la república muestran ante este cierre, sobre todo después de escuchar desde hace años los temores de los representantes sindicales que tratan a diario con la empresa y conocen el paño.

No deja de ser paradójico que se cierre la última azucarera en la provincia que encabeza la producción de remolacha, con más del 20% de la tasa nacional. Cosinas con hermenéutica compleja.

Pero es muy fácil de entender en el marco de un proceso de concentración multinacional, donde las decisiones se toman a miles de kilómetros y donde la cicatriz social es irrelevante frente a la cuenta de resultados. Son las grandezas de un liberalismo sin alma que algunos aplauden hasta romperse las manos, aunque luego sean incapaces de explicar los daños colaterales de esa miseria capitalista a los mismos que hoy lloran la miseria sobrevenida y votada con entusiasmo patriótico.