Jovita de la Cruz: “No pude ir mucho a la escuela porque tenía que ayudar a mi padre en el campo y con la resina”
Esta ribereña octogenaria comparte sus recuerdos como camarera de la Virgen de Hornuez y sus años de niña en la posguerra

Un paseo por la memoria de Jovita de la Cruz
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
Aranda de Duero/Moral de Hornuez
Jovita de la Cruz representa esa España rural de la postguerra. La de la supervivencia. La de la cultura del sacrificio, no por una misma, sino por sacar adelante a los hijos. Tiempos en los que las cornadas de la vida no dejaban tiempo para el lamento sino para levantarse y seguir adelante. La generación de nuestros padres y abuelos, de quienes vivieron en los tiempos revueltos de una dictadura, pero donde la vida, siempre, se abría paso.
Qué bien expresa Ausen Frutos, nuestro punto de apoyo en el recorrido por la memoria, que, en ocasiones, lo excepcional está en lo cotidiano: “Cuantas veces observamos que en lo habitual, en lo cotidiano, en lo que aparentemente sucede y transcurre con asiduidad y normalidad está lo extraordinario. En la España de los años cuarenta y cincuenta y especialmente en el Castilla rural la vida no era fácil y las circunstancias tampoco ayudaban. Eran años de hambre y cebolla, de hielo negro y escarcha como dijo el poeta, de necesidad y oculta esperanza.
Las mujeres tiraban del carro y ponían el hombro y el alma en el trascurso de las historias personales, familiares y vecinales, en las historias de vida. La escuela, en ocasiones, duraba poco; el trabajo era mucho; las familias necesitaban cuidados y en el horizonte el camino se dividía inexorablemente en dos uno que volvía tras las lomas de sacrificio al pueblo y a sus rutinas y otro que tras las nubes de esperanza conducía a otros lugares quizá mal imaginados pero deseados”.
Nuestro recorrido por la memoria de Jovita de la Cruz es el de dibujar el modo de vida de cualquier mujer del campo castellano en tiempos de posguerra: “Mis abuelos eran los ermitaños de la Virgen de Hornuez. Y allí nació mi madre, en la casita que estaba junto a la ermita. Luego la hundieron. Ellos se encargaban de cuidar a la Virgen y la propia ermita. La gente iba en burro desde distintos pueblos para ver a la Virgen de Hornuez. Yo iba andando desde Moral de Hornuez todos los domingos, ese era nuestra pasatiempo”.

Jovita de la Cruz con su hermana en la ofrenda a la Virgen de Hornuez / Album

Jovita de la Cruz con su hermana en la ofrenda a la Virgen de Hornuez / Album
Hubo tiempos en los que acudir al sabinar y enebral de Hornuez era obligado para muchísimas familias de Aranda y de muchos pueblos de alrededor. Para pasar el día en un paraje natural único: “ahora va menos gente, sobre todo los fines de semana. Y en la fiesta de la Virgen de Hornuez que es el último fin de semana de mayo. Pero antes llegaban incluso autobuses con muchísima gente”.
La vida de Jovita se desarrolló al amparo de una familia muy humilde en Moral de Hornuez y recuerda su infancia “como muy pobre. El pan nunca me faltó, pero caprichos ninguno, como un poco de chocolate. De eso nada. Yo he sido la mayor de ocho hermanos y todos han fallecido ya, desde muy niños algunos y con algo más de sesenta años los últimos. Es muy duro pero, Dios ha querido que fuese así y así lo he cogido”.

Jovita en el jardín de su bisabuela en los años 40 del siglo XX / Álbum

Jovita en el jardín de su bisabuela en los años 40 del siglo XX / Álbum
Por la escuela pisó menos que por el campo, al que tenía que acudir para ayudar a su padre: “tenía que ir a por leña, al campo y otras labores. Y si no era para ayudar a mi padre tenía que cuidar de mis hermanos. No pude ir mucho a la escuela y el leer y escribir no se me da bien. Mi padre iba al pinar, a recoger resina y a la corta de los árboles”.
Ya desde los 9 años la vida de Jovita fue estar al servicio de los demás: “mi madre tenía una salud muy frágil y yo tenía que hacerme cargo de muchas cosas. Y los pocos días que iba a la escuela, había que estudiar en la única enciclopedia que había para todos. Si aprendías bien y si no lo hacías eras castigada. La maestra te ponía de rodillas o te daba con la regla”.
Con 50 años se quedó viuda y tuvo que sacar adelante a sus dos hijos. Darles la posibilidad de poder estudiar y formarse. Jovita trabajó en la limpieza de la cocina del Hotel Restaurante Tres Condes: “me casé en 1969. Mi marido trabajaba en la construcción. Me quedé sola y tuve que trabajar mucho para poder dar estudios a mis hijos”.

Jovita en el año 1992, con sus hijos y su marido, del que se quedó viuda poco después / Álbum familiar

Jovita en el año 1992, con sus hijos y su marido, del que se quedó viuda poco después / Álbum familiar
Jovita entró por mediación de su tía como camarera de la Virgen de Hornuez: para cuidarla y estar pendiente de la imagen. Después de mí ya no siguió nadie más de mi familia”, destaca.
Junta a Jovita, Mari Mar Manzano, acompañándola en este viaje por lo recuerdos. Desde la música escuchando ‘Soy Minero’, “que siempre cantaba mi padre junto a la de La mochila azul. Esta canción es de los años setenta, mi hermano la empezó a cantar y contagió a todos. Se convirtió en parte de la tradición familiar. Mi madre se hizo cargo de todo cuando se quedó viuda, en mi caso dándome la posibilidad de seguir estudiando en Ciencias de la Información. Y ella se convirtió en la matriarca de la familia porque en muy poco tiempo se quedó sola por su parte y por la de mi padre. Ha sido y es nuestra referencia”.