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Opinión

Masacre en una escuela de Texas

Dudas Razonables, el comentario de Josep Cuní

Masacre en una escuela de Texas

Barcelona

La masacre en la escuela de Texas, en la que murieron 19 niños y niñas de entre ocho y 11 años y dos profesoras, ha reabierto el debate sobre la violencia sistémica que viven los Estados Unidos y la permisividad de la tenencia de armas. Una libertad amparada en la Constitución Segunda Enmienda y que arranca y mantiene una tradición fruto de la voluntad de los Padres Fundadores, de respetar lo que los primeros colonos fueron imponiendo sobre el derecho a defenderse ellos mismos.

Pero el problema de aquel anhelo, es que el tiempo ha cambiado y con él la sociedad, que es mucho más compleja y vive mucho más agrupada que cuando aquellos colonos iban ganándole terreno al territorio desolado que les llevó del Atlántico hasta el Pacífico y que caracterizó lo que el cine nos presentó como el Far West. Por otra parte, la industria de las armas es una de las más potentes e influyentes de un país donde se calcula que hay más armas que ciudadanos, que solo el año 2018 se produjeron el doble que diez años antes 2008, hasta llegar a los 9 millones de unidades y moviendo casi 42 mil millones de dólares. Y que este capital, ayer mismo, se reforzó al ver cómo Wall Street subía en las cotizaciones de la industria armamentística en más de un 9%. Y con todas aquellas armas, con todas estas armas, la venta de las cuales está supeditada mente controlada y no las puede comprar uno sin licencia, y no puede acceder uno a la licencia sin unos requisitos oficialmente establecidos.

Es con las armas con las que se producen masacres de todo tipo, desde la colectiva de ayer en Texas a los suicidios, hasta el punto que los últimos 50 años en Estados Unidos, las armas, las armas particulares, han producido más muertes que todas las víctimas de todas las guerras en las que el país se ha visto implicado desde las internas, empezando por la de su propia independencia. A las diversas en las que ha desplegado a su ejército por países también dispersos, dice Yo, Maiden, que está harto de tanta sangre y se ha preguntado retóricamente cuánto, en nombre de Dios y como nación, ¿serán capaces de enfrentarse a los grupos de presión favorables a las armas? ¿Y cuándo, en nombre de Dios, serán capaces de hacer aquello que saben que deberían hacer?

Pero más allá de las sentidas preguntas, Biden sabe perfectamente qué está sucediendo y sabe de paso también que una parte tanto o más importante de esas mismas armas que compran sus compatriotas son las que el país les vende al mundo para defenderse de sus propios enemigos. Y son también las que ahora se envían a Ucrania en un no parar para la noble defensa de la democracia amenazada por Putin y las que le dice a Europa que también debe enviar para que los Estados Unidos sigan siendo los proveedores habituales de más de la mitad de las armas que compra el resto del mundo. Pero aquel argumento, habitualmente antibelicista, también se regía en contra al presidente de los Estados Unidos cuando habla del mal que las armas hacen en su propio país y de puertas hacia dentro.

La duda razonable no es por qué los Estados Unidos, por esencia, es un país altamente violento, que lo es, como demuestran sobradamente los hechos, y que la tenencia particular de armas de poder acceder tan fácilmente a tener armas a partir de los 18 años, se ha convertido en un debate recurrente que enfrenta a demócratas con republicanos y que parte el país en dos mitades irreconciliables en este mismo sentido. Sabiendo, como saben además los congresistas que en sus propios bandos también hay división de pareceres entre sus propios votantes y como que al final se enfrentan al argumento de la esencia del país, de la defensa individual por encima de la defensa del Estado. No hay, a partir de ahí, nada más de lo que hablar, ni tampoco nada que se pueda resolver y nada indica que vaya a resolverse. Aunque esto nos parezca increíble, otros lo pensarán también de los eternos debates identitarios en nuestro país, en cualquier otro país. Aunque evidentemente estos debates identitarios no llevan la sangre al río de manera afortunada, pero también llevan a la división.