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Rafael, rider a los 73 años: "Hago un gran esfuerzo para llegar lo más pronto posible"

La SER acompaña a este veterano repartidor de JustEat, abuelo de cuatro nietos, durante un turno de repartos de mediodía en Barcelona, en plena ola de calor

El Rider barcelonés de 73 años

El Rider barcelonés de 73 años

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Barcelona

Mira el móvil como lo hacen los abuelos: cabeza agachada, ojos medio cerrados buscando algo por encima de las gafas y el dedo índice dando golpecitos a la pantalla. Rafael lo hace como un abuelo porque es un abuelo. Tiene cuatro nietos a los que adora -"la pasamos chuli"- pero no mira su celular para buscar vídeos de La Patrulla Canina ni para enseñar las fotos que les hace día sí y día también. Busca en Google Maps dónde le toca llevar un pedido del McDonalds. Estamos en el centro de Barcelona, son las 14:00, y la primera ola de calor del verano deja los termómetros a 33 grados. Rafael va con su bicicleta, su casco y su mochila naranja de JustEat. Tiene 73 años. Es rider y está empezando su jornada laboral.

A primera vista dos cosas llaman la atención: lo poco que suda mientras va deambulando con la bici por las calles de la capital catalana y lo agradecido que está de hacer este trabajo, que a todas luces se puede catalogar como duro, o muy duro. "Antes tenía jefes soplándome todo el día detrás de la oreja, ahora nadie me dice nada y voy haciendo, además hago deporte y me mantengo activo", celebra risueño. Después de décadas en el equipo de cargas de Air France en Venezuela, país en el que nació, trasteando bultos de todo peso y envergadura, siente que su actual trabajo es un privilegio. Quedamos con él en Plaça Universitat y le acompañaremos en su viaje en bici hasta que termine su turno del mediodía (hoy le toca de 14:00 a 16:30 y de 20:30 a 23:30).

- ¿Qué hace un señor de 73 años trabajando de rider?

- Soy súper feliz con mi trabajo, cada día tengo ganas de ir, me encanta y lo disfruto.

- ¿No le gustaría jubilarse? ¿Le da para una pensión?

- Me darían una pensión, sí, entre lo cotizado en Venezuela y lo de España, me la darían. Pero yo no estoy pensando en eso, de verdad que no.

Rafael busca en sus dos móviles la dirección de uno de los pedidos que tiene que entregar.

Rafael busca en sus dos móviles la dirección de uno de los pedidos que tiene que entregar. / Oriol Soler

Rafael busca en sus dos móviles la dirección de uno de los pedidos que tiene que entregar.

Rafael busca en sus dos móviles la dirección de uno de los pedidos que tiene que entregar. / Oriol Soler

Resalta las virtudes de ser repartidor a domicilio: no tiene problemas de salud -"la tensión y todo eso está bien"-, pasó de 108 kilos a 78 desde que se subió a la bici en 2022 y puede conocer ciudades desde un prisma que nadie más tiene: el del contacto directo, aunque fugaz, con cientos de personas en cientos de hogares. Cree que JustEat es la empresa ideal para hacer este trabajo porque tiene un contrato fijo, nómina, vacaciones, le dan la bici, le piden que tenga cuidado y, según asegura, nadie le mete prisas.

Un sol abrasador y un pedido lejano

El primer pedido de su jornada nos lleva de la Plaça Universitat a la Plaça Europa, ya fuera de Barcelona, en l'Hospitalet de Llobregat, al lado de donde se celebra el Mobile World Congress. Su bici eléctrica le da velocidad, pero los 33 grados que hay hoy en Barcelona (según el Meteocat, porque los luminosos de las farmacias elevan la temperatura a 37) no perdonan. No lleva encima agua, tampoco nada para comer. "Yo bebo mucho durante la noche, demasiado, por esto no tengo sed", asegura zigzagueando para meterse en el carril bici. Promete también que no tiene hambre a pesar de que ha desayunado a las 08:00 y da todo lujo de detalles de su menú diario -arepas, zanahoria rayada, un litro de zumo de naranja- para justificar que no comerá hasta las 18:00, cuando haga tiempo entre turnos en algún banco de Barcelona.

El primer pedido lo recoge sin problemas, pero su edad, como si fuera una nube que plana sobre él, se va evidenciando en algunos momentos: le cuesta encontrar en el móvil algunas direcciones (aunque se escuda, y es verdad, en las trampas que le pone el Maps), en algún momento va en una dirección que no toca, el primer golpe de pedal es esforzado hasta que la bici eléctrica le da el empujón.

Rafael rodando por las calles de Barcelona en plena ola de calor.

Rafael rodando por las calles de Barcelona en plena ola de calor. / Oriol Soler

Rafael rodando por las calles de Barcelona en plena ola de calor.

Rafael rodando por las calles de Barcelona en plena ola de calor. / Oriol Soler

Una vez entregado el primer pedido, le sale una nueva entrega muy lejos: en Cornellà, otra ciudad colindante a Barcelona, que le obligaría a pedalear mucho rato, encima la entrega es aún más lejos de donde está, prácticamente en la Ciutat Esportiva del Barça. "Vamos a llamar porque creo que se piensan que llevo moto", dice Rafael. Primero pide reasignación del pedido por la aplicación, pero dos minutos después llama. "Esta situación no está bien, el cliente no debe esperar nunca", sentencia serio. Su actitud risueña se vuelve más rígida cuando habla de cumplir con los clientes y la tarea que tiene asignada. En pocos minutos le anulan el pedido y le dan otro muy cerca de donde está.

Pedir comida a 100 metros de tu casa

El siguiente pedido que le asignan es surrealista: recoge la comida en un restaurante y el domicilio al que hay que llevarlo está a cien metros. No llega a dos minutos andando, ni a un minuto con la bici. Al entregarlo, Rafael constata que no se trata de alguien con discapacidad, o de algún anciano, sino de un chaval joven sin impedimentos aparentes. ¿Qué se le pasa por la cabeza cuando tiene pedidos así? "Hay gente que no se da mala vida", dice mientras se encoge de hombros. Entiende que algunos piensen que no tienen por qué levantarse a buscar la comida si se la pueden traer a casa barata y sin esfuerzo. "Hay un sistema, va alguien, y le lleva la comida", dice. "Bueno", puntualiza. "Se la llevamos".

Él jamás pide comida a domicilio, pero sus hijos y sus nietos sí. "A los jóvenes os gustan mucho las hamburguesas, pero a mí no me hace falta... demasiada comida mata, hay que comer ligero", asevera como si contara un cuento a sus nietos cerca de una hoguera. Cuenta que una vez recogió comida en Plaza Catalunya y no hizo más que ir al portal de al lado y llamar al tercer piso. "La gente piensa... ¿por qué voy a caminar media cuadra y dejar de jugar a la consola si puedo pagar y que me lo traigan? Ya está, al principio con estos pedidos pensaba que serían para gente muy mayor u obesa, pero qué va, en general, son gente que no tiene ningún problema", remata.

Mientras esperamos que le asignen otra tarea, comenta que no está al día de todas las polémicas sobre los riders de Glovo y Uber, los falsos autónomos, los juicios entre empresas por competencia desleal... Tira pelotas fuera y no quiere hablar del tema. No se siente cómodo criticando otras empresas o compañeros -aunque durante un trayecto me señalará una mochila de Glovo hecha añicos y me dirá que esta suciedad es inadmisible cuando uno lleva comida- y se limita a decir que está a gusto en JustEat.

Rafael sale de un domicilio después de repartir un pedido

Rafael sale de un domicilio después de repartir un pedido / Oriol Soler

Rafael sale de un domicilio después de repartir un pedido

Rafael sale de un domicilio después de repartir un pedido / Oriol Soler

"Cada uno escoge con qué cuerda se ahorca"

Llega la hora de acabar su turno, la pantalla del móvil marca que le quedan 20 minutos para terminar. Subraya que la empresa no le suele asignar pedidos en este margen de tiempo -"cada día me regalan esos minutitos", apunta orgulloso- y que seguramente ya está. Dormitará en algún banco, se beberá un litro de agua, comerá algo y empezará con las cenas. Al día siguiente, tocará repetir lo mismo. El Strava marca que hemos hecho 11,4 kilómetros. "Un día de poco trabajo", resalta Rafael.

Acabado el turno, las preguntas persisten: ¿por qué trabajar a los 73 años? ¿Por qué de repartidor con una bicicleta? ¿No es ya hora de descansar? ¿Qué hace un abuelo tostándose al sol para llevar comida a la gente a sus casas? ¿Qué dice esto de todos nosotros? Como si por un momento se abstrajera de todo -el calor que nos quema en la espalda, las gotas de sudor que resbalan por las mejillas, el corazón acelerado por el pedaleo, la perspectiva de trabajar hoy viernes hasta las once y media de la noche, lo que le queda para tener una pensión, el chico que le acaba de mandar a él, que tiene 73 tacos, a recoger su ridícula hamburguesa porque no levantar el culo del sofá-, Rafael se pone solemne y sentencia: "Cada uno escoge con qué cuerda se ahorca".

Oriol Soler Pablo

Oriol Soler Pablo

Redactor de informativos en Ràdio Barcelona, especializado exclusión social, vivienda y medio ambiente....

 

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