"Mi madre me denunció por ser homosexual. La perdoné, ¿qué madre no querría que su hijo se curase?"
Es la historia de Federico Armenteros. Perseguido por la Ley de Peligrosidad Social y actual director de la Fundación 26 de diciembre que trabaja por la igualdad de personas mayores del colectivo LGTBIQ+
Cuando ser homosexual era delito
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Madrid
"Soy madrileño de corazón. Nací entre los ladrillos y gavetas de cemento del Barrio de Entrevías". La vida de Federico, como la de su barrio, se ha construido con la improvisación de aquel a quien le hacen sentir un bicho raro. Él no tardó en darse cuenta de que algo le pasaba. No era como todos los niños de su edad. Le gustaban las muñecas, los tacones, saltaba a la comba. “Todo eso te va marcando un camino que no debes seguir.”
A Lorenza Machín le ocurrió algo parecido. Estuvo casada con un hombre con el que tuvo dos hijos. Sus dos tesoros. "Yo siempre estuve muy ligada al colectivo LGTBIQ+. Sabía que era mi pequeña vía de escape. En el fondo sabía lo que me pasaba, lo único que no era lo que se esperaba de mí.” Y como cosas del destino, se volvió a cruzar con Carmen, una mujer a la que había conocido 7 años antes. “Y mi corazón volvió a nacer. Cada día lo hace desde que estoy a su lado.” A los 58 me separé y a los 60 grité al mundo que era lesbiana. “Cuando se lo conté a mis hijos me dijeron que cómo había esperado tanto. Que quién estuviese a mi lado se llevaba la joya de la corona.” Gracias a ellos, tuve fuerzas para enfrentarme a cualquiera.
Federico cuenta que su generación era perseguida por cuestiones de orientación sexual. “Mi madre me denunció cuando tenía 16 años. Me denunció por homosexual y yo llegué a creerme que no era normal. Con el tiempo he aprendido a perdonarla: ¿Qué madre no quiere que su hijo se cure? Me quería encerrar en una cárcel, pero yo decidí irme a un seminario para olvidar mi sexualidad".
Spoiler: No pasó.
Después tuve que abandonar ese camino. “Hacían cribas cada cierto tiempo y claro las personas que tenían pluma eran las primeras que salían.” Entonces me mudé a Galicia y comencé a colaborar en voluntariados. Fue allí donde conocí a la que luego sería mi mujer. “Me besó en el cuello y me empalmé. Mi primer pensamiento fue: Me he curado.”
Pero no, probablemente me vi metido en algo peor porque yo era el que me encontraba mal. Tuve a mi hija, lo mejor de mi vida. Y fue ella con 10 años la que me dijo: “Papá, tú eres gay.” En todo este camino de reencontrarme a mí mismo, pensé en quitarme la vida. El momento más doloroso de mi vida porque no me veo con fuerzas para enfrentarme a la verdad. “Iba en el coche a toda velocidad, yo quería encontrar un muro y tener un accidente... Sin embargo, me vino a la cabeza mi hija y entonces pensé si iba a ser tan egoísta como para dejarla sin su padre. Y frené.”
"Entonces, me perdoné"
"A los 36 años empecé a perdonarme. A mi mujer le costó entenderlo. De vez en cuando me viene a la cabeza sus palabras: ¡Si nos queremos y nos llevamos bien, ¿Por qué me haces esto? Pues precisamente porque ya no podía más". Después gracias a la terapia, pudo desmontar la lona y mostrar la fachada escondida de aquel maravilloso edificio que iba a cambiar su entorno, su barrio y su ciudad. “Salió el plumerío de golpe. Aquel maricón arrojado con malicia por unos niños malcriados hoy era el grito de una reivindicación. ¿Sabéis lo que es eso?”
Mi mujer y mi hija son ahora mis compañeras de lucha. Nos contaba Federico que cuando uno termina de construirse empieza a reconstruir lo que han perdido los demás. A trabajar por esa generación que no tenía referentes porque fueron los pioneros en la reivindicación. Los que salieron por primera vez a la calle en el 1979 desafiando la Ley de Peligrosidad Social, aquella que perseguía a los homosexuales solo por el hecho de serlo.
De hecho, más de 70.000 madrileños de aquella generación de gays y lesbianas viven hoy en riesgo de exclusión social. “Nos están vendiendo la moto de que el mundo LGTBI es joven, guapo, consumidor y bailarín. Pues no, tienen que ser conscientes de que la vida va pasando por unas etapas y desgraciadamente también llegarás a ser mayor.”
Sin embargo, la pandemia que trajo muchas cosas malas, en la Fundación 26 de diciembre, “triplicamos los voluntarios jóvenes. Ellos mismos, se acercaron a nosotros simplemente para echarnos una mano.” Pasamos de ser 20 a tener cerca de 80 voluntarios. Así lo contaba Eduardo Rey, coordinador de voluntarios de la Fundación 26 de diciembre. “Es fácil, si quieres colaborar con nosotros solo tienes que tener una habilidad. ¿Se te da bien la ópera? Hacemos un taller de ópera, ¿Es el teatro? ¡Pues teatro!”.
La Fundación 26 de diciembre es un espacio abierto y de confianza que da servicios socioeducativos y residenciales al colectivo más mayor. Tienen cinco pisos cedidos por el Ayuntamiento de Madrid con 20 plazas y a punto de abrir en Villaverde, la primera residencia de atención especializada con la idea de inclusión y tratar de generar un espacio para todos, sin los guetos que ellos vivieron.